MEDINA SABTA (709-1415)
Baño árabe, detalle de la sala fría. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez
Entre el pacto firmado por Julián con Tariq ibn Ziyad en 709 hasta la conquista portuguesa de 1415 transcurren algo más de siete siglos en los que Ceuta formó parte de los territorios de Dar al-Islam. En esta dilatada etapa, la ciudad atravesó por coyunturas muy dispares: fue abandonada y arrasada, pero también se convirtió en la principal medina de la región; comerció con objetos de gran lujo con los más importantes puertos europeos y africanos, aunque se vio azotada en ocasiones por terribles hambrunas y epidemias que diezmaron a la población; fue la gran plaza omeya en el norte de África con un fidelidad inquebrantable al califato de Córdoba, pero tres siglos después inició una experiencia de gobierno “independiente”. Su esplendor económico, social y cultural encuentra reflejo tanto en la abundancia de noticias sobre la ciudad y sus habitantes ilustres recogidas en las crónicas, como en los numerosos vestigios que la investigación arqueológica ha identificado y exhumado, especialmente a lo largo del último medio siglo. No ofrecen información estas fuentes en la misma medida sobre las vidas de los hombres y las mujeres de las clases modestas, artífices también de estos logros. Por otra parte, Ceuta juega en esta etapa un papel destacado en un ámbito regional, convirtiéndose, al menos a partir de la conquista omeya, en una de las principales ciudades del estrecho de Gibraltar, presente en cuantos sucesos de importancia acontecen. Esto ha dado lugar a un devenir histórico complejo y lleno de matices que la documentación textual y arqueológica, a pesar de su relativa abundancia, no permite desvelar en todos sus extremos. Por ello, de muchos temas y periodos apenas es posible trazar más que un difuso bosquejo.
El mundo islámico (siglos VII- IX). En apenas un siglo el Islam se expande desde las orillas del Indo hasta más allá de los Pirineos. A partir de mediados del siglo VIII con la toma del poder por los abasíes asistimos a un proceso de atomización del poder en Dar al-Islam.
ACONTECIMIENTOS: LA INTEGRACIÓN DEL MUNDO ISLÁMCO
Uqba se dirige entonces al sur (Hita y Villada, 2002 a). Chalmeta ha analizado recientemente estos hechos destacando a su juicio tres hechos esenciales en este relato (Chalmeta, 2003, págs. 118 y 119):
Yulyan mantiene su dominio sobre este territorio.
La actitud de Yulyan es de protección del área del estrecho de Gibraltar y de la Península. Las causas pueden ser múltiples y no excluyentes: asegurar los intercambios comerciales sostenidos por Yulyan, proteger los intereses del reino visigodo del que quizás era vasallo y defender las áreas “cristianas” del estrecho de Gibraltar.
. Las fuerzas musulmanas desisten del paso a al-Andalus y se encaminan hacia el sur. Los cronistas resaltan el botín obtenido por Uqba en esta campaña, pero a su regreso muere en Tahuda en el curso de un enfrentamiento con los beréberes.
Algunos autores han cuestionado la veracidad de este relato y la existencia misma de esta entrevista. Aducen que es improbable, ya que encontramos nuevamente a Yulyan al frente de este territorio en 709, lo que vendría a suponer una permanencia en el poder de más de veinticinco años. Para ellos es posible que bajo la denominación de Yulyan se esconda no un personaje concreto, sino una denominación del cargo que ostentaban los regidores del Estrecho, Comes Iulianus, del nombre de Iulia Transducta (Algeciras). Carecemos de nuevas noticias sobre la región hasta poco antes de 709. En ese momento, Musa ibn Nusayr es gobernador de Ifriquiya y el Magrib (705/706-714). Bajo su mandato se suceden las campañas en el Magrib occidental que queda por completo bajo su dominio excepto Ceuta, la única ciudad que resiste con éxito. El Ajbar Machmua señala que Yulyan disponía de gente tan numerosa, fuerte y aguerrida como hasta entonces no había visto. Al regresar de estas campañas a Ifriqiya, con un abundante botín, Musa deja en Tánger un ejército fundamentalmente beréber al mando de su mawla Tariq ibn Ziyad, que hostiga Ceuta (ca. 709). Las tropas de Tariq lanzan sus ataques contra el territorio bajo la jurisdicción de Yulyan que se defiende con energía. La ciudad, fortificada por los bizantinos, constituye según el Ajbar Machmua un “fuerte castillo”. Sólo en la zona del istmo han sido encontrados, hasta el momento, vestigios de los siglos VI-VII, lo que unido a la posterior ubicación de la medina islámica lleva a la mayoría de los estudiosos a situar en este lugar dicha fortificación. No obstante, otros han señalado la cima del Hacho como posible emplazamiento. No existe documentación arqueológica que permita hasta el momento confirmar esta hipótesis, aunque es lógico pensar que quizás allí se situara al menos un puesto de vigilancia del estrecho de Gibraltar. La existencia de esta fortaleza debió ser un elemento decisivo para poder hacer frente al empuje musulmán y reforzaría la posición de Yulyan (Gozalbes Busto, 1990; Hita y Villada, 2002 a). La coyuntura es, sin embargo, delicada tanto por el número de fuerzas de que dispone Tariq como por las malas relaciones de Yulyan con el rey visigodo Rodrigo, que comprometen los abastecimientos y la llegada de refuerzos. Algunos autores explican este distanciamiento del monarca por sus simpatías con los witizanos recienteente alejados del poder por Rodrigo. Esta difícil situación se resuelve con un pacto entre Yulyan y Tariq. Algunas fuentes atribuyen la iniciativa a Tariq pero la mayoría señalan a Yulyan como su promotor al ofrecer presentes y comprometerse al pago de un tributo (Chalmeta, 2003, págs. 120-126). No se han conservado los términos del acuerdo suscrito pero debió ser similar al firmado por los musulmanes con Teodomiro poco después. Yulyan entrega rehenes, permite el ingreso de los musulmanes en la ciudad, se compromete al pago de un tributo y a prestarle ayuda y apoyo logístico en la campaña de al-Andalus, cuyo principal instigador parece ser el propio Yulyan. A cambio, Yulyan y los suyos conservan su posición y sus propiedades. El acuerdo debió ser suscrito en 709 o en los inicios del siguiente año.Para asegurarse su fidelidad, Yulyan es obligado a realizar una serie de razias contra la costa peninsular a fines de 709. Tras el éxito de estas acciones, se suceden nuevas algaras dirigidas por Tarif primero y por Tariq después, contando ambos siempre con el apoyo de Yulyan. Se trata de acciones rápidas, de escasa envergadura, que no obstante permiten conseguir un rico botín sin encontrar apenas resistencia. Estos éxitos iniciales animaron a los musulmanes a iniciar la campaña de al-Andalus.La revuelta de Maysara: destrucción de Ceuta
No volvemos a encontrar nuevas noticias sobre Ceuta hasta la sublevación beréber del 739. Insatisfechos ante los abusos de Ubayd Allah ibn al-Habhab y de Umar ibn Abd Allah al-Muradi, a quienes se les habían encomendado las regiones de Tánger y del sus respectivamente, los beréberes se alzan en armas dirigidos por Maysara. A pesar de la teórica igualdad entre todos los musulmanes reprochaban a los árabes el injusto reparto del botín, ocupar siempre la vanguardia de las tropas, el robo de sus rebaños y la captura de jóvenes. Ante esta situación se dirigieron a entrevistarse con el califa para reclamar su intervención pues estos hechos no se justificaban “ni en el libro ni en la sunna”, pero éste no les recibió (Chalmeta, 2003, págs. 298 y 299). Ésta fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Las contradicciones internas entre beréberes y árabes se manifestaron entonces con toda violencia. Maysara se alzó en armas, acabando con la vida de los gobernadores y uniendo a su causa a todos los beréberes e incluso a algunos infieles. La derrota de gazwat al-Asraf (740) puso de manifiesto la importancia de la rebelión y obligó al califa Hisham a enviar un poderoso ejército que alcanzaba la cifra de 70.000 hombres según algunas fuentes. El encuentro decisivo se produjo a orillas del río Sabu en 741 y concluyó con la derrota del ejército árabe a causa de las disensiones internas y a los errores tácticos de sus jefes. La caballería siria comandada por Baly se vio obligada a huir al norte. Trataron de refugiarse en Tánger donde fueron rechazados y lograron alcanzar Ceuta quedando sitiados por los beréberes. Es difícil establecer el número de combatientes cercados en Ceuta, estimándose entre 7.000 y 12.000 hombres. En esta delicada situación piden ayuda al gobernador de al- Andalus, Ibn Qatan, que temeroso de perder el poder les niega el paso durante meses y castiga con dureza los intentos de algunos notables de socorrerlos enviándoles víveres por mar. La situación es crítica para los sirios que subsisten como pueden durante meses cercados por los beréberes. Ante el riesgo de perder sus vidas, los hombres se ven obligados a sacrificar sus caballos y a alimentarse de “perros y cueros” (Gozalbes Bustos, 1989; Hita y Villada, 2002 a). La extensión de la revuelta en al-Andalus hace cambiar de opinión a Ibn Qatan que autoriza finalmente su traslado a al-Andalus donde, según las crónicas, arriba un ejército de aproximadamente 10.000 hombres, famélicos y vestidos con andrajos. En opinión de Chalmeta, la llegada de Baly y los suyos debió producirse en septiembre-octubre de 741 y su paso a al-Andalus en marzo-abril de 742 (Chalmeta, 2003, págs. 313-317). Tras la marcha de los sirios, Ceuta es arrasada por los beréberes quedando, según el testimonio de Al-Bakri, abandonada y en ruinas, sin otros habitantes que los animales salvajes.
Refundación de Ceuta. Los Banu Isam (ca. 830-931)
Un artículo publicado hace algunos años por Guillermo Gozalbes se refería a esta etapa como los “siglos olvidados de la historia de Ceuta”. La oscuridad se cierne sobre este periodo entre la destrucción por los jariyíes y la conquista omeya motivada por la escasez de datos que hace difícil la reconstrucción histórica. La ciudad permanece “abandonada” durante un periodo estimado en aproximadamente un siglo (741-ca. 830) sin que pueda darse demasiada credibilidad a Ibn al-Abbar cuando señala la presencia en Ceuta de Idris I en 789 (Gozalbes Busto, 1989; Gozalbes Busto, 1995; Ferhat, 1993). Explica Ferhat que a partir de la conquista califal se elaboran una serie de relatos que vienen a cubrir esos periodos oscuros de la historia local (Ferhat, 1993, págs. 59-62). Como hemos señalado, la importancia de la ciudad en este periodo es relativa y así lo reflejan las escasas noticias sobre ella en los textos geográficos. Las descripciones del área del estrecho de Gibraltar siguen teniendo como referencia principal y casi exclusiva la figura de Yulyan, incluso siglos después de su muerte. El topónimo Septem-Sabta, referido en muchas ocasiones a la región del estrecho de Gibraltar en su conjunto, acaba deformándose y adquiriendo variantes difíciles de reconocer (Sytta, por ejemplo) (Gozalbes Busto, 2002).Esta atonía se manifiesta también en otros registros, como por ejemplo la numismática. La ausencia de acuñaciones contrasta con lo que conocemos de otros centros cercanos como Tánger (Rodríguez e Ibrahim, 1987, pág. 31). Desde el punto de vista arqueológico los registros más antiguos documentados hasta el momento corresponden a los momentos finales de la dinastía de los Banu Isam (Hita et al., en prensa). En un momento impreciso fue repoblada por un grupo de gumaríes que procedían del valle del río Martín. A su frente se encontraba Medyekes (o Maykan según otros autores), que daría nombre a la nueva ciudad conocida como Medyekesa. La fortuna de este topónimo es sin embargo escasa recuperándose pronto el antiguo Sabta, derivado del Septem latino. Señala Al-Bakri que hasta ese momento Medyekes era “politeísta”. Se convierte en este momento al islamismo tras recibir las enseñanzas de “hombres instruidos en la Ley”, según especifica Ibn Jaldún. Esta noticia hace pensar a Guillermo Gozalbes que la ciudad no estuvo completamente abandonada en el periodo que va desde 742 a la refundación de Medyekes, pudiendo algunos árabes encontrar refugio allí. Serían éstos quienes instruirían a estos recién llegados en el Islam (Gozalbes Busto, 1995). Las causas del traslado de los medyekesa han sido relacionadas con los conflictos surgidos tras el reparto del gobierno del Magreb al-Aqsa por Muhammad al-Muntasir entre sus once hermanos en 828. Efectivamente, a Al-Qasim se le adjudica Ceuta, Tánger y los territorios de ellos dependientes. Posteriormente se rebelaría contra Muhammad al Muntasir pero sería vencido por otro de sus hermanos, Umar ibn Idris, a quien, en recompensa por su fidelidad, Muhammad pondría al frente de estos territorios. Esta datación es coherente con la fecha propuesta por Guillermo Gozalbes para la refundación de la ciudad (ca. 830). Los Banu Isam, aún sometidos en un grado que desconocemos a los idrisíes, mantuvieron una actitud de latente hostilidad hacia ellos a tenor de las informaciones de Ibn Jaldún. Para Ferhat la aparición de esta dinastía no es un hecho aislado, sino que debe ser relacionado con el surgimiento de otros centros (Siyilmasa, Nakur, Aghmat) que se desarrollan a lo largo de rutas comerciales, en tanto que el litoral mediterráneo se dedica a una actividad corsaria que tiene paralelos en la Península, especialmente en Pechina. En su opinión, el reino idrisí debe ser interpretado más como una confederación de tribus que controlan “ciudades-estado”, que como una entidad inspirada en la soberanía califal (Ferhat, 1993, págs. 53-55).Las crónicas han preservado los nombres de cuatro soberanos de la dinastía. A Medyekes le sucede su hijo Isam, que gobernaría entre 855-ca. 880, un momento en el que se conocen distintas hambrunas provocados por intensas sequías con sus consiguientes episodios de pestes y otras epidemias (Gozalbes Busto, 1989; Gozalbes Busto, 1995). Es posible que en este momento se produjese la llegada de algunos habitantes de Qalsana, una localidad cercana a la actual Medina Sidonia (Cádiz). Los recién llegados compraron terrenos a los beréberes y edificaron viviendas, pudiendo ser éste el origen de un arrabal. Al-Bakri no dice más pero de la versión que ofrece Ibn Idari parece deducirse que levantaron un parapeto, aún visible en su época, que ha sido identificado con el antemuro situado delante de la cerca califal. A Isam le sucede Modyebber, y a éste, Al-Rida.
Bastión del califato cordobés en el norte de África (931-1009)
Cuando Abd al-Rahman ibn Muhammad asume el título de emir poco podría sospechar la vital importancia que habrían de tener para el estado cordobés las vecinas tierras norteafricanas. La creación de un califato ortodoxo sunní, la necesidad de conservar y ampliar las rutas de comercio desde África y la importancia geoestratégica que para la propia supervivencia del califato tendría el asegurarse el dominio del mar y de las tierras cercanas llevaría indefectiblemente a un conflicto, larvado en principio y explícito poco después, con el califato fatimí que tendría como escenario principal el norte de África. En esta disputa se emplearon todos los medios disponibles: la diplomacia y la razón de las armas, el sutil espionaje y el aliento sin reservas a los insurrectos, el hostigamiento económico y la lucha ideológica.
En esta lucha, el papel de Ceuta es decisivo al convertirse en el eje fundamental de las acciones omeyas en el Magreb. Este rol de puesto avanzado del califato e tierras africanas justificará la constante atención de los omeyas por esta ciudad y tendrá consecuencias decisivas para su posterior desarrollo histórico. El conflicto omeya-fatimí por el control del Magrib al-Aqsa, más que un enfrentamiento directo en el campo de batalla, adopta la forma de un sutil juego de alianzas en el que las disputas se manifiestan como luchas entre fuerzas locales. Abd al-Rahman trata de atraerse a algunos de los principales jefes locales combinando una inteligente estrategia de entrega de “regalos” con la invocación de antiguos lazos clientelares con los omeyas. El peligro que supone para el territorio andalusí la presencia tan próxima de un enemigo poderoso, los fatimíes, lo lleva, proclamado ya califa con el laqab de Al-Nasir li-Din-Allah, a intervenir directamente en el Magreb ocupando Ceuta. Regida por Al-Rida, el último de los “reyes” de la dinastía de los Banu Isam, la ciudad mantiene estrechas relaciones con la península Ibérica que no son sino un nuevo episodio de una larga experiencia de intercambios entre ambas orillas del estrecho de Gibraltar. Dos noticias nos permiten ejemplificar esta influencia en este momento. De una parte tenemos constancia de que un sector de la población era de origen andalusí. Por otra, sabemos que durante el mandato de Al-Rida la influencia de los alfaquíes andalusíes es amplísima. Así pues, aunque quizás se mantuviese cierto grado de dependencia, al menos nominal, hacia los idrisíes, no cabe duda de los estrechos lazos que vinculan Ceuta con el mundo andalusí. Consciente de la importancia que la ocupación de Ceuta tuvo el cronista de los omeyas Ibn Hayyan consagra un amplio capítulo a narrar estos acontecimientos. La intervención había tenido lugar como consecuencia de una petición realizada por los notables ceutíes que, descontentos con la debilidad de los idrisíes, hicieron llegar una embajada a Córdoba solicitando la ocupación. El 24 de marzo de 931 toma pacíficamente la ciudad en su nombre el gobernador omeya de Algeciras Umayya ibn Ishaq al-Qurasi, que asumió la función de gobernador poco después. Husayn ibn Fath, uno de los principales instigadores de la ocupación omeya, es confirmado en su cargo de cadí. Nos han llegado diversas interpretaciones en torno a estos acontecimientos. Unas justifican la acción de Al-Nasir por una petición de los ceutíes, que ya le tenían sujeto el país según Ibn Hayyan. Otras en cambio culpan a éste de traicionar los pactos con los idrisíes (Ferhat, 1993, pág. 66). Las noticias se multiplican a partir de la conquista omeya, pero se enmarcan en el contexto de las luchas entre fatimíes y omeyas en el Magrib al-Aqsa, sin que aporten una información relevante para conocer la ciudad. El geógrafo Ibn Hawqal la califica de “ciudad agradable, situada a orillas del mar”. Tenía jardines y sus aguas la obtenían de pozos. También destaca su puerto y la calidad de sus corales. Desde su conquista, Ceuta se convierte en la principal base de operaciones de los omeyas en el norte de África como hemos indicado. Constituye, de una parte, el puerto de llegada de las tropas y de la flota andalusíes y la principal base de operaciones para las acciones guerreras. Por otra, el punto de refugio para los omeyas y sus aliados cuando son derrotados. En 943 los idrisíes de la rama de los Banu Muhammad, aliados de los fatimíes, atacan Ceuta derrotando a las tropas andalusíes y capturan a su general Ibn Muqatil. Abd al- Rahman envía entonces un poderoso ejército que logra reducirlos y liberar a Ibn Muqatil.
Con posterioridad los Banu Muhammad vuelven a levantarse (949) y Abd al-Rahman III ordena que un nuevo ejército se dirija a Tetuán para obligar a los idrisíes a retirarse de la ciudad. Ésta es arrasada, aunque es reocupada poco después con gran temor para los ceutíes que solicitan al califa cordobés nuevas tropas que desembarcan en Ceuta en 952-953. Pero una nueva ofensiva fatimí (958) reduce el dominio omeya en el norte de África a las ciudades de Ceuta y Tánger. Cuando fallece Abd al-Rahman (961), sólo estas dos ciudades son omeyas, pero Tánger se subleva en los primeros años de gobierno de Al-Hakam II por lo que únicamente Ceuta queda bajo la influencia cordobesa. Los rasgos que caracterizan la política magrebí de Al-Hakam II son claramente continuistas respecto a aquéllos trazados durante el gobierno de su padre. De una parte, se observa una continua atención hacia los poderes locales, concretada en un incesante envío de presentes y regalos a éstos y en suntuosas recepciones en la capital omeya en la que estos notables magrebíes son colmados de dádivas y riquezas. Por otra parte, se presta especial atención al reforzamiento de la flota y a la fortificación de los principales enclaves costeros a fin de asegurar el territorio andalusí. Un ejemplo paradigmático de esta actuación lo tenemos en el caso de Ceuta. En 962 culminan los trabajos de construcción de la muralla comenzada por Al-Nasir en 957. Sólo un par de años más tarde, Al-Hakam II concede a los ceutíes una exención total de tributos buscando atraerse a la población y evitar sublevaciones como la ocurrida poco antes en Tánger.
En el momento en que accede al trono Al-Hakam II la situación omeya en el Magreb es especialmente delicada. No obstante, se vio súbitamente beneficiada por el creciente interés fatimí sobre Egipto, conquistado en 968, y Oriente en general que distrae recursos financieros y tropas de su lucha con los omeyas. Ziri ibn Manad es nombrado gobernador fatimí de los territorios occidentales y el idrisí Hasan ibn Qannun reconoce su soberanía. Ibn Idari señala que en 971 Al-Hakam II envió nuevamente tropas a Ceuta para aplacar la rebelión de Ibn Qannun, pero son derrotadas en 972 muriendo en el combate el general Muhammad ibn Qasim. Los supervivientes se refugian en Ceuta y solicitan nuevos refuerzos. Ante la gravedad de la situación, Al-Hakam II se ve obligado a enviar a uno de sus más prestigiosos generales a hacer frente a esta crítica situación. Galib ibn Abd al-Rahman cruza con un impresionante ejército el estrecho de Gibraltar y desembarca en Ceuta. En este contingente llega como cadí y administrador un ambicioso joven, Muhammad ibn Abi Amir (Almanzor), tutor hasta entonces del heredero Hisham. Tras cruentos y duros combates Ibn Qanun se ve forzado a solicitar el ammán siendo trasladado con su séquito a Córdoba donde es recibido con el habitual esplendor por el califa. El final del reinado de Al-Hakam II se ve marcado por la inestabilidad ante la nueva ofensiva cristiana en los territorios del norte. Como consecuencia, tropas situadas en el Magreb son dirigidas a la frontera cristiana. La crisis es aprovechada también por Ibn Qanun que huye a refugiarse a El Cairo con el califa fatimí Nizar,presagiando nuevos problemas para los omeyas en el Magrib al-Aqsa. Al morir Al-Hakam II en 976 le sucede Hisham II, apenas un niño. La lucha por el poder que se desató concluyó con la victoria del partido amirí, siendo Muhammad ibn Abi Amir, que adoptaría el sobrenombre de Al-Mansur, quien, con el título oficial de hayib, se convierte en el hombre fuerte del califato. Respecto al Magreb, la actuación de Al-Mansur sigue senderos ya conocidos, combinando intervenciones directas con acciones encaminadas a atraerse como aliados a los principales poderes locales, especialmente los zanatas. En aras de consolidar su situación de privilegio, Al Mansur integra en el ejército andalusí importantes contingentes magrebíes que a la larga acabaron convirtiéndose en uno de sus principales instrumentos para controlar los asuntos andalusíes. Aprovechando las disidencias entre los omeyas, el gobernador de Ifriqiya, Bulukkin ibn Ziri, lanza un ataque a gran escala que le hizo dueño de casi todo el Magreb.
En 978 caen Fez y Siyilmasa, y un año más tarde sólo Ceuta es capaz de resistir su empuje. Refugiados en nuestra ciudad, los aliados omeyas solicitan ayuda a Al Mansur, que manda presto tropas comandadas por Yafar ibn Ali ibn Hadmun. La operación es todo un éxito. Aunque Ceuta es cercada en una o dos ocasiones, según las distintas fuentes, la visión del poderoso ejército andalusí al pie de sus murallas y la falta de una flota hacen desistir a Bulukkin de su pretensión. Con estos momentos críticos ha sido relacionada la noticia recogida por al-Idrisi del inicio de la construcción en el monte al-Mina de una ciudad a la que debería ser trasladada la población. Tras el frustrado intento de toma de Ceuta, Bulukkin inicia el retorno atacando a su paso ciudades y tribus, pero encuentra la muerte cuando se dirigía a defender Siyilmasa (983). Concluido el peligro, las tropas omeyas embarcan hacia al-Andalus. Un nuevo ataque contra los intereses omeyas fue protagonizado por Ibn Qannun que, con apoyo fatimí, intenta recuperar los antiguos dominios idrisíes. Convencido de la necesidad de atajar este nuevo peligro antes de que adquiriese mayores dimensiones, Al-Mansur se dirige a su ciudad natal, Algeciras, y supervisa el paso de un poderoso ejército a Ceuta. La exitosa campaña de los omeyas y zanatas culmina con el apresamiento de Ibn Qannun que solicita el amman nuevamente. A pesar de las garantías sobre su vida que habían sido pactadas, es ejecutado a su llegada a Córdoba (985). La muerte de Ibn Qannun de una parte y la atención preferente que otorgan los fatimíes a sus nuevas conquistas de Siria y Palestina, ofrecen un nuevo periodo de sosiego a los omeyas en el Magreb. Al-Mansur intentará buscar una alianza con los magrawas de la tribu zanata, comandados por Ziri ibn Atiyya, para afianzar su autoridad en el Magreb occidental, y con los sinhaya de Abi al-Bahar para ejercer su dominio del Magreb central (región de Orán). A pesar de estas victorias, la inestabilidad en territorio magrebí es patente por la rivalidad entre magrawas y sinhayas, que termina con la victoria de Ziri ibn Atiyya y la huida a Ceuta de Al-Bahar. Esto provoca que Al-Mansur se dirija de nuevo a Algeciras para dirigir las operaciones del ejército omeya en el Magreb, operaciones que como es habitual se inician con el paso de las tropas a Ceuta. En 996 Ziri ibn Atiyya se levanta contra. Córdoba aunque nominalmente sigue declarándose vasallo del califa Hisham II y no acepta la hegemonía de Al-Mansur. Un primer ejército cordobés es derrotado y entonces Al-Mansur envía nuevas tropas al mando de su hijo Abd al-Malik, que inicia la campaña consiguiendo el rápido apoyo de numerosos beréberes hasta derrotar definitivamente a Ziri ibn Atiyya en 998. Diversas operaciones militares se suceden hasta el fallecimiento de Al-Mansur en 1002. A Al-Mansur le sucede su hijo Abd al-Malik. Son escasas las noticias que tenemos sobre Ceuta en el periodo que va desde este momento hasta 1009. La descomposición del califato cordobés, a partir de este momento, se muestra con toda crudeza, y las tensiones y luchas entre los diferentes poderes locales sin el freno de una fuerte autoridad central acaban suponiendo la desintegración del califato y la desmembración del estado omeya en multitud de pequeños reinos que difícilmente pudieron hacer frente al avance cristiano. En el norte de África la situación es bastante similar y en Ceuta los hammudíes logran hacerse con el control de la situación.
LA CRISIS DEL CALIFATO OMEYA DE CÓRDOBA Y EL PERIODO TAIFA (1009-1083/1084)
De este modo, sólo unos meses después del nombramiento como sucesor de Abd al- Rahman (apodado Sanyul –Sanchuelo–, pues su madre era vasca), se desata la llamada “revuelta de Córdoba” de 1009, que termina con la abdicación de Hisham a favor de su primo Muhammad, que toma el laqab de Al-Mahdi bi-llah, la destrucción de la ciudad de los amiríes, Al-Zahira, y la ejecución de Abd al Rahman. Sin embargo, el gobierno de Muhammad el efímero, pues logra ganarse la enemistad de los omeyas, los saqaliba y los beréberes magrebíes que forman la columna vertebral del ejército. El omeya Sulayman apoyado, en un principio, por diversos grupos descontentos con la nueva situación, fundamentalmente las tropas beréberes magrebíes, se hace temporalmente con el poder. No obstante, Muhammad al-Mahdi, apoyado por el general Wadih y contando con el respaldo del conde de Barcelona Ramón Borrell, consigue recuperar Córdoba en 1010. Convencido de la incapacidad de Muhammad al-Mahdi para hacer frente al contraataque de Sulayman, Wadih reinstaura a Hisham como califa año y medio después de su abdicación. Entonces las tropas de Sulayman cercan Córdoba. Cuando consiguen tomar la ciudad se produce la ejecución del califa Hisham, aunque algunas fuentes señalan que escapó. Sulayman se proclama califa con el laqab de Al- Mustain bill-ah, pero su poder dista de tener una base sólida. En este contexto de inestabilidad política, una familia, los Banu Hammud, pugnará sin éxito durante casi medio siglo por restablecer la unidad del califato, tomando como base principal de operaciones Ceuta.
Como hemos señalado, en 1014/1015 la rebelión contra Sulayman ha comenzado. Ali ibn Hammud se dirige a Málaga para iniciar sus campañas andalusíes, inaugurando una ruta que veremos seguir sucesivamente a los diversos pretendientes al califato (Calero, 1995). Allí establece alianzas con otros hombres fuertes de al-Andalus y acaba por derrocar a Sulayman (1016). Intentando aportar legitimidad a sus pretensiones, Ali toma el título de califa adoptando el laqab de Al-nasr li-din Allah, idéntico al adoptado por el primer califa omeya Abd al-Rahman III. Además, ordena exhumar el cuerpo del califa Hisham, que es nuevamente enterrado con todos los honores. Por último, nombra a su hijo Yahya gobernador de Ceuta y heredero (Rodríguez e Ibrahim, 1987, pág. 39). Las primeras monedas acuñadas de la ceca ceutí corresponden a este periodo. En principio portan los nombres del califa omeya Hisham y de Ali ibn Hammud, su presunto heredero, y responden a los afanes legitimadores del primero de los hammudíes que busca así entroncarse con la dinastía omeya. Se produce durante su mandato un hecho inusual en las acuñaciones islámicas. Rompiendo con el aniconismo que es norma en esta amonedación, se ponen en circulación (1017/1018) una serie de emisiones monetales que llevan en una de sus caras dos peces.
Su interpretación ha sido objeto de polémica, señalándose tradicionalmente que, al igual que en el mundo clásico, reflejan la vinculación de la ciudad con la pesca o un año de excepcionales capturas. Recientemente se les ha atribuido una significación de carácter simbólico, como signo propiciatorio para las pretensiones hammudíes de conquistar el califato (Ariza, 2004). Pero las ansias de unificación de Ali ibn Hammud contrastaban con una realidad que tiende a la atomización del poder y al enfrentamiento entre facciones de intereses contrapuestos. Despreciado por los andalusíes que le consideran un advenedizo, acaba siendo asesinado en Córdoba (1017/1018). A pesar de sus previsiones, no es su hijo Yahya su sucesor, sino que sus partidarios se inclinan por su hermano Al-Qasim, que toma el laqab de Al-Ma’mun como nuevo califa. Solemnemente una de sus primeras decisiones es trasladar el cadáver de Ali a Ceuta, donde le rinde un piadoso enterramiento, construyéndose según Ibn al-Jatib una mezquita localizada en el suq al-Kitan (Rodríguez e Ibrahim, 1987, págs. 39 y 40). Haciendo gala de prudencia, dicta ciertas disposiciones favorables a los cordobeses e intenta atraerse a algunos hombres fuertes en al-Andalus, como Jayran que domina Almería, lo que le hace ganarse cierta popularidad entre los andalusíes. Vana pretensión, pues su sobrino Yahya, que tomará el laqab de Al Mu ́tali bi-allah, no tarda en levantarse contra su tío (1019). Consigue tomar Córdoba en 1021 obligando a Al-Qasim a refugiarse en Sevilla, que sólo logra controlar durante poco más de un año, volviendo después al poder de Al-Qasim. Recibido con hostilidad por los cordobeses, decide retirarse a Málaga, desde donde dominará un territorio no más extenso que el de otros reinos taifas, pero será el único soberano que siga manteniendo viva su pretensión de reinstauración del califato. De hecho, otros jefes beréberes como los ziríes, que ejercen un poder independiente de facto, no acuñan moneda y se encuentran sometidos formalmente al menos a él. En Ceuta había sido nombrado gobernador su hermano Idris ibn Ali, que rigió la ciudad hasta que, tras la muerte de Yahya, se lanza a la aventura peninsular (1035). Es proclamado en Málaga con el laqab de Al-mutayyad billah. Queda entonces al mando de Ceuta el hijo menor de Yahya, Hasan al-Mustansir, bajo la tutela del eslavo Naja al-Alawi que actúa como auténtico hombre fuerte. Pronto, a la muerte de Idris ibn Ali (ca.1038), sus ambiciones le llevan a ejercer directamente el poder trasladándose a al-Andalus, defendiendo en teoría los derechos sucesorios de Hasan frente a las pretensiones de Yahya ibn Idris, hijo menor de Idris I. Naja al-Alawi le vence y Yahya ibn Idris muere. Auténtico hombre fuerte del momento, Naja al-Alawi dejará en Málaga a Hassan al Mustansir y regresa a Ceuta desde donde continuará intrigando hasta que en 1043 Hasan muere asesinado, según algunas crónicas envenenado en una acción a la que no aparece ajeno Naja al-Alawi.
El eslavo intenta aprovechar esta situación de inestabilidad, hace encarcelar a Idris ibn Yahya (Idris II) y se dirige a Málaga, donde se proclama soberano, aunque es asesinado a los pocos días. Entonces (1042), Idris II es liberado y alzado al poder tomando de el laqab de Al-Ali. Permanece en Málaga nombrando gobernadores de Ceuta y Tánger a Saqut y Rizq Allah a quienes confía su heredero (Rodríguez e Ibrahim, 1987, págs. 42 y 43). El gobierno de Idris II se ve pronto en entredicho y debe huir a Ceuta (1046), donde es acogido de buen grado, aunque es Saqut quien lleva las riendas del poder. En 1054, Idris II logra recuperar el control de Málaga, y a su muerte le sucede su hijo Muhammad al- Mustali, hasta que en 1057 la dinastía hammudí es definitivamente expulsada del poder por el rey de Granada Badis ibn Habbus.
En Ceuta comienza el gobierno de Saqut al- Barwagati, primero con Rizq Allah y, a partir de su asesinato, en solitario. Realizar un balance sobre este confuso periodo, en el que incluso seguir el desarrollo de los acontecimientos no es sencillo, resulta complejo, especialmente por la hostilidad con que las fuentes andalusíes conservadas enjuician a los hammudíes. A ellos se les achaca su descendencia idrisí, su impiedad por el asesinato de los cadíes, pertenecientes a las más prestigiosas familias ceutíes, y opuestos a sus pretensiones, su chiísmo, etcétera. Sostenidos principalmente por las tribus beréberes, los hammudíes han centrado sus aspiraciones, sin éxito, en al-Andalus y no en el Magreb, donde podían haber tenido quizá más oportunidades, y han luchado por la obtención del califato para buscar así una legitimación a su poder y a sus deseos de reunificación de al-Andalus. En cualquier caso, estas luchas intestinas que hemos descrito brevemente desgastan a los hammudíes y acaban por hacerlos desaparecer de la escena política.
Bargawatas (1041/1042-1083/1084)
El fenómeno de la aparición de los reinos de taifas no será exclusivo de al-Andalus. En el Magrib al-Aqsa surgen también poderes locales en forma de pequeños principados que se proclaman a sí mismos seguidores de un poder califal que es meramente ficticio. En Ceuta este proceso será protagonizado por Saqut al Bargawati (Vallvé, 1963; Gozalbes Busto, 1988). Las fuentes, muy desfavorables a Saqut, contrastan su origen servil, su ignorancia y falta de refinamiento con su gran oponente Ibn al-Abbad de Sevilla, hombre ilustrado y de amplia cultura, rodeado de una corte de poetas y artistas. Saqut pertenece a la tribu de los bargawata, que habían dominado las llanuras atlánticas durante siglos pero que en estos momentos habían perdido ya el poder de antaño. Poco islamizados y tachados de heréticos y levantiscos, destacan sobre todo por sus cualidades como guerreros. Atacados por fatimíes, idrisíes y omeyas, Saqut debió de ser capturado en una de estas acciones Liberto de los hammudíes, aprovecha la coyuntura asesinando a Naja al-Alawi (1041/1042), y junto con otro de sus lugartenientes, Riqz Allah se hace con el poder aunque formalmente, en principio, se trate de un retorno a la legitimidad hammudí. Más adelante, creará un reino semejante a los existentes en la península Ibérica y se someterá al califa abasí de Bagdad, buscando una legitimidad que no le reconocen los andalusíes para los que es simplemente un rebelde (Vallvé, 1963). En principio ambos gobiernan las ciudades de Ceuta y Tánger, pero en 1061/1062, Riqz Allah es asesinado y Saqut detentará el poder en solitario. Nombra entonces como su sucesor a su hijo Al Mu ́izz. Durante su reinado goza de una amplia capacidad de maniobra basada en el control de las ciudades que jalonan la orilla sur del estrecho de Gibraltar y en la primacía de la flota. Frente a Tánger y la región atlántica, en franca decadencia, Ceuta aparece como una ciudad dinámica cuya importancia se ve favorecida por las transformaciones que se producen en los ejes comerciales del interior. No tenemos noticias seguras acerca de cómo se articulaba este comercio ni de cuáles eran las relaciones con las potencias del entorno. No obstante, sabemos de una dura rivalidad con los abbadíes sevillanos que se centraría en el control de las aguas del Estrecho (Vallvé, 1963; Ferhat, 1993, págs. 100 y 101). Las relaciones con los sevillanos parecen en principio bastante amigables con al-Mu ́tadid a quien Saqut informa puntualmente de los avances de los almorávides. Las hostilidades comienzan con el apresamiento de varios comerciantes y concluye con un enfrentamiento armado de considerables proporciones. La flota sevillana toma Algeciras en 1054 y ello provoca la enérgica reacción de Saqut que ve amenazado su territorio
IMPERIOS AFRICANOS
Los almorávides (1083/1084-1146)
La independencia conseguida por Saqut se vio comprometida por la aparición de los almorávides que avanzan rápidamente hacia el estrecho de Gibraltar. El movimiento almorávide (al-murabitun) surge en el seno de una confederación de tribus nómadas saharianas, entre las que destacan los lamtuna, cuando los hermanos Yahya y Abu Bakr aceptan la doctrina de Ibn Yasin, que había fundado una rábida, de ahí su nombre, a orillas del río Senegal (1039). Logran formar en muy poco tiempo un vasto imperio que se extenderá desde el Sáhara al valle del Ebro y desde el Atlántico hasta el Magreb central. En 1054/1055 se apoderan de Siyilmasa y en 1058 conquistan Aghmat; ocupan Fez temporalmente en 1063, que es definitivamente sometida en 1070; en 1075 cae Tremecén; en 1077 se hacen con Tánger y en 1082/1083 dominan la región del Chelif y Alger; en 1083/1084 entran en Ceuta. En 1085 la toma de Toledo por los cristianos precipita su intervención en al-Andalus obteniendo la importante victoria de Zallaqa en 1086, que les permite frenar el progreso de los cristianos. Este nuevo estado es dirigido desde Marrakech, la nueva capital por ellos fundada (1070). Formalmente sometidos al califato abbasí de Bagdad, sus dirigentes reciben en 1098 los títulos de Nasir al-Din (protector de la religión) y amir al-muslimin (emir de los musulmanes), que evoca el título califal de amir al-muminin (emir de los creyentes). El régimen almorávide adquiere su justificación ideológica en su estricta adhesión a la doctrina malikí, lo que les valió el apoyo de alfaquíes y ulemas que ven en ellos un poder lo suficientemente consolidado para hacer frente al avance cristiano en al-Andalus. Vanas esperanzas, pues a un inicial periodo de victorias que les permite recuperar Valencia (1102) y el Levante, frenar el avance cristiano al sur del Tajo y ocupar en 1117 Coimbra, suceden una serie de derrotas que marcan el inicio de su decadencia. Más allá del amplio poder ejercido por los alfaquíes, las estructuras administrativas del estado almorávide son mínimas. En la cúspide del poder se encuentran los miembros de la dinastía y una serie de grandes familias tribales asociadas al poder que ejercen el mando de las provincias y la jefatura militar. Un conjunto de secretarios (kuttab) se encargan del funcionamiento de las estructuras básicas del estado y aseguran su cohesión interna. Como hemos señalado, la intervención almorávide en la península Ibérica es presentada por los cronistas como respuesta a la llamada de auxilio del Islam andalusí ante la cada vez más amenazante presencia cristiana.
Este momento marca el inicio de la intervención almorávide en al-Andalus. Contando con la flota ceutí, los almorávides se lanzan a la yihad convirtiéndose en los líderes del Islam andalusí durante algunas décadas. Con la llegada de los almorávides aumenta la importancia del puerto, decisivo para el paso de las tropas hacia al-Andalus, aunque no llega a suplantar a Almería en el papel de principal puerto de la flota. Sólo el ataque cristiano de 1147 y la toma de la medina andalusí acabarán con su hegemonía, que pasará a manos de lo ceutíes. El emir almorávide Yusuf ibn Tasfin (1061-1106) llevará a cabo cuatro expediciones en al Andalus. Las dos primeras (1086 y 1088) como aliado de los reinos taifas, obteniendo en la primera la victoria de Zallaqa y cercando la fortaleza de Aledo en la segunda. La tercera (1090) es ya una expedición de conquista en la que consigue hacerse con el reino zirí de Granada y Málaga. Hacia 1091 se instala en Ceuta y lanza sus tropas a la conquista del resto de al-Andalus. Parece ser entonces cuando lleva a cabo diversas obras en Ceuta (ampliación de la Mezquita Mayor, construcción de una muralla en el puerto, etc.). En 1102 Yusuf ibn Tasfin cruza por última vez el estrecho de Gibraltar y proclama en Córdoba a su hijo Ali ibn Yusuf, ceutí de nacimiento, como heredero. Yusuf ibn Tasfin muere en Marrakech en 1106. Ali ibn Yusuf (1106-1142) dirige cuatro campañas en al-Andalus, que parten posiblemente de Ceuta, con desigual fortuna. El mando de la flota recae en los miembros de una importante familia, los Banu Maymun. Entre 1115 y 1123 Muhammad ibn Maymun realiza exitosas expediciones contra Sicilia y Calabria que ponen en graves dificultades a Roger, rey de Sicilia. Éste se ve forzado a solicitar la ayuda de los reyes cristianos. En este contexto debe enmarcarse el ataque normando de 1143/1144 ya bajo el gobierno del sultán Tasfin ibn Ali (Ferhat, 1993, págs. 190 y 191). Desde un punto de vista comercial, la ciudad vive durante este periodo también un incremento de sus beneficios comerciales gracias a los ventajosos acuerdos suscritos con Pisa. Arsenal activo, puerto comercial de primera importancia, Ceuta recibe la atención del sultán almorávide que nombra gobernadores de estirpe real que gozan de una amplia autoridad. Los frecuentes cambios de gobernadores parecen poner de manifiesto una preocupación por atajar posibles veleidades de insurrección de unos dignatarios que ejercen su autoridad en un vasto territorio que llega hasta Fez. Junto a ellos, los cadíes, que pertenecen a las principales familias que monopolizan los nombramientos y cuyo prototipo será el cadí Iyad, son los principales administradores de la ciudad. Gozan de un enorme prestigio cimentado en su conocimiento de la ley, que les permite ejercer un decisivo control sobre los actos públicos y sobre las actividades económicas, que supervisan vigilando el cumplimiento de la ley islámica. Disfrutan asimismo de una holgada posición económica basada en sus posesiones y en su participación en las actividades comerciales. Su influencia se ejerce también a través de la enseñanza, lo que permite establecer una amplia red de contactos a través de sus discípulos que ejercen su cargo en otras ciudades. En momentos de crisis se erigen como interlocutores de sus conciudadanos ante el poder central.
La traición del almirante de la flota almorávide Ibn Maymun, la amenaza de sufrir el terrible destino de quienes se habían opuesto a los almohades y la toma de Marrakech en 1146, les hace valorar de nuevo la difícil situación. En estas circunstancias adversas Iyad vuelve a hacer gala de pragmatismo y encabeza la embajada enviada a Salé, en 1146, a obtener el amman de Abd al-Mumim. En al-Andalus la crisis del poder almorávide es manifiesta y queda ejemplificada en la toma de Almería en 1147 por Alfonso VII de Castilla. Las ciudades confieren el poder a distintos jefes locales, a menudo los propios cadíes, abriéndose un periodo denominado como “segundas taifas”. Sólo en las Baleares los almorávides conseguirán hacerse fuertes bajo la autoridad de los Banu Ganiya que resistirán hasta 1202. En este contexto, las tropas almohades se harán con el control de al-Andalus en pocos años. Sin embargo, en 1148 la autoridad almohade es cuestionada. Una gran rebelión se propaga con gran rapidez, cubriendo todo el norte de África y extendiéndose incluso a al-Andalus donde la situación se ve agravada tanto por los avances cristianos como por el nuevo cambio de bando del almirante de la flota Ibn Maymum. En Algeciras, Yahya ibn Ganiya alienta la sedición. A pesar de los mensajes conciliadores de Abd al-Mumin, que no dispone de tropas para atender la apertura de otro frente de batalla, la sublevación estalla también en Ceuta, culminando con el asesinato del gobernador y de cuantos almohades se encuentran en la ciudad. De nuevo al frente de la ciudad el cadí Iyad sella una alianza con Ibn Ganiya. Con objeto de intentar sacar partido de su posición, Ibn Ganiya alienta levantamientos, pero son sofocados por el ejército almohade hasta que Ceuta es nuevamente cercada. Como en ocasiones anteriores, este intento de tomar la ciudad a través de un asedio terrestre fracasa.
A pesar de ello el signo de los acontecimientos ha cambiado y favorece a los muminíes. El fracaso de la sublevación deja a los ceutíes desamparados. Nuevamente el cadí Iyad se somete a Abd al-Mumin que es desterrado, primero a Dai y luego a Marrakech. La ciudad queda integrada plenamente en el imperio almohade y el califa Abd al-Mumin nombra como gobernador a Abdallah ibn Sulayman Yaslastan, a quien sitúa también al frente de la flota. Algunos autores, basándose en un pasaje de Ibn Idari, han deducido que las murallas fueron demolidas. Ferhat opina, sin embargo, que la ciudad parece no haber sufrido represalias y que el pasaje deber ser atribuido a Salé y no a Ceuta. De hecho, las familias más notables siguen manteniendo su posición a pesar de que algunos de sus miembros, como es el caso del cadí Iyad, deban pagar con el exilio su rebeldía. En cualquier caso, en Marrakech, Iyad sigue siendo una figura respetada que goza de gran popularidad.
Cuando muere en 1149 su tumba es objeto de profunda veneración a pesar de la desconfianza de las autoridades. La causa más profunda de su oposición a los almohades radica en la pérdida de poder que para los alfaquíes supone la nueva doctrina unitaria. Personajes de la más alta relevancia social durante el dominio almorávide, que ellos mismos han alentado, los alfaquíes intentarán hacer frente a lo que perciben como una alteración de su estatus.
El cadí Iyad, prototipo de estos alfaquíes, dirige los destinos de Ceuta con un poder casi absoluto y sólo se somete definitivamente a los almohades cuando el poder de éstos está plenamente consolidado. El papel de la ciudad es durante el dominio almohade de primera importancia. Ibn Jaldún ha señalado sus funciones esenciales: puerto comercial y de vigilancia del área del Estrecho, entendida en un sentido amplio hasta las Baleares; también, arsenal y lugar de embarque de tropas hacia al-Andalus. Eran utilizados asimismo los puertos de Tánger y Alcazarseguer (Qsar Masmuda), ambos dependientes de Ceuta. Como puerto militar, su función esencial para las ambiciones almohades en al-Andalus queda reflejada en las distintas misivas dirigidas por el sultán a la ciudad. Su papel desde el punto de vista defensivo no se reduce a su puerto. Su flota cuenta con una fama labrada desde antiguo. Los rumat (arqueros) y guzzat al-bahr (combatientes del mar), cuerpos de élite que ocupan la vanguardia del ejército, son ceutíes en su inmensa mayoría. Estos arqueros que utilizan los arcos árabes y la arbalista ad duas pedes, ballestas que requieren el uso de los pies para ser armadas, se someten a un entrenamiento intensivo que se desarrolla en los numerosos campos de tiro existentes en la ciudad. Los marinos, mayoritariamente hombres libres, prestan sus servicios a cambio de un salario y son alabados por su habilidad (Ferhat, 1993, págs. 196 y 197). El puerto articula también las relaciones comerciales entre Europa y África, siendo la recaudación de su aduana fuente de cuantiosos ingresos.
Por otra parte, su carácter cosmopolita con presencia de mercaderes de todo el entorno mediterráneo convierte Ceuta en sede de contactos diplomáticos al más alto nivel. El gobernador Yaslastan cae en desgracia y es asesinado en 1151/1152 en circunstancias a las que la población parece ajena y que deben ser interpretadas como un episodio más en la lucha por el poder que se desarrolla estos años entre las élites almohades (Ferhat, 1993, pág. 166).
Una importante reforma administrativa tiene lugar sancionando las estrechas relaciones que mantienen los diferentes puertos del estrecho de Gibraltar. Abd al- Mumin crea, a petición de los ceutíes, en 1155/1156 una provincia que comprende Tánger, Ceuta, Málaga y Algeciras, a cuyo frente sitúa a su hijo Abu Said. Ni las luchas sucesorias que se producen tras la muerte de Abd al-Mumin ni la violenta sublevación gumara de 1167 parecen haber tenido graves repercusiones en Ceuta, que continúa siendo en estos momentos una ciudad próspera, la más importante sin duda de la región, que extiende su influencia a ambas orillas del estrecho de Gibraltar (Ferhat, 1993, págs. 167-169). Sabemos poco de la administración de la ciudad. El puesto de gobernador suele estar reservado a un príncipe de sangre real cuyos poderes no son siempre idénticos. A veces asume también otras funciones capitales como el mando de la flota o el control de las aduanas. Entre estos gobernadores destaca Abu al-Ula, que labró su fama en sus luchas contra los Banu Ganiya y en la construcción de grandes obras, como la Puerta Nueva (bab al-Yadid), considerada un prodigio arquitectónico (Pavón, 2003). Junto a los gobernadores, las crónicas mencionan a los talaba y a los huffaz, un grupo de altos funcionarios formados en la doctrina almohade que vienen a asumir, al menos parcialmente, el papel desempeñado por los alfaquíes en el periodo almorávide. A los talaba de Ceuta van dirigidas las misivas enviadas por Abd al- Mumin. Los huffaz se distinguen por sus lujosas vestimentas y por portar armas singulares. Son encargados por el califa para misiones puntuales, generalmente de carácter fiscal o económico, allí donde son necesarios. Ambos grupos evolucionan y así los talaba ven recortado su poder a favor del de los gobernadores, hasta acabar por convertirse en simples consejeros con un papel cada vez menos relevante. Los huffaz confirman su carácter de expertos al servicio de la principal autoridad en materia fiscal.
En Ceuta están subordinados al jefe de la aduana que tiene una posición muy elevada. Figuras como al-Yanasti o Ibn Jalas ocuparán este puesto, que les sirve de trampolín para alzarse con el poder. Durante el reinado de Abu Yaqub Yusuf (1163-1184), Ceuta continúa siendo el puerto clave para el paso a al-Andalus y su flota esencial para las aspiraciones almohades. Así, en 1180, las flotas combinadas de Sevilla y Ceuta vencen a una escuadra portuguesa en aguas de Cádiz, logrando, según Ibn Idari, capturar 20 galeras y 1.800 prisioneros. El imperio almohade comienza a tambalearse en el primer cuarto del siglo XIII. Las derrotas militares en al-Andalus ponen de manifiesto sus contradicciones internas y su debilidad frente a las potencias cristianas. El reinado de Al-Mustasir (1213-1224) es fiel reflejo de esta situación y está caracterizado por una preeminencia cada vez mayor de los poderes locales en detrimento de la autoridad del califa. Si los cristianos constituyen una grave amenaza en al Andalus, en el sur del Magrib al-Aqsa las acciones de los mariníes se tornan cada vez más audaces. Su muerte provoca un nuevo episodio de luchas por el poder que concluye con el nombramiento como califa de Al- Mamun en 1227. El gobierno de Al-Mamun está marcado por el abandono de los postulados de Ibn Tumart y por luchas internas que debilitan su posición y le hacen depender cada vez más del apoyo de las milicias castellanas de Fernando III. A cambio de ellas debe ceder en contraprestación un cierto número de ciudades en al-Andalus, así como permitir la construcción de una iglesia en Marrakech y asegurar la integridad de los musulmanes que se conviertan al cristianismo, lo que no hará sino incrementar la hostilidad hacia su persona. En Sharq al-Andalus Ibn Hud encabeza una rebelión que no puede ser sofocada por el califa, que debe regresar en 1229 al norte de África donde un nuevo pretendiente al trono, Yahya, cuestiona su liderazgo. Esta retirada de las fuerzas almohades permite a Ibn Hud extender sus dominios hasta llegar a constituirse en el auténtico dominador de al-Andalus. A su regreso, Al-Mamun y sus ejércitos permanecen en Ceuta algún tiempo lo que provoca el malestar de la población. Indispensables para su propia supervivencia, Al-Mamun había puesto bajo la autoridad del gobernador de Ceuta, su hermano Abu Musa Imran, las ciudades de Gibraltar y Algeciras. Aunque algunas fuentes le acusan de haberse aliado con Ibn Hud, parece que la pretensión de Abu Musa es constituir un reino propio, pero en 1231 es depuesto por la población ceutí o, según otras fuentes, por un enviado de Ibn Hud.
Efectivamente, según algunas fuentes, tras apoderarse de Algeciras, Ibn Hud dirige la flota, al mando del almirante de Sevilla Al-Yusti, contra Ceuta, que se rinde ante esta amenaza. En manos de los andalusíes Al-Yusti es nombrado gobernador de la ciudad. Resulta revelador cómo la ciudad, capaz de resistir prácticamente sin sufrir sus efectos el asedio terrestre de Al-Mamun, se ve pronto forzada a rendirse frente al cerco marítimo al que es sometida por la flota andalusí. A pesar de las graves dificultades por las que atraviesa y de que la revuelta de Yahya dista mucho de haber sido controlada, Al-Mamun se encamina a toda prisa hacia Ceuta con un ejército para intentar restablecer la situación. El cerco, en el que participan las milicias cristianas de Al-Mamun, es un fracaso. Las crónicas se complacen en señalar cómo los ceutíes recibían todo lo necesario para su subsistencia por mar y cómo las máquinas de guerra no consiguen abrir ni una sola brecha en sus muros. Incapaz de tomar la ciudad por carecer de una flota que permita cortar esta fuente de abastecimiento, Al-Mamun levanta el cerco en 1232 y retorna al sur para continuar su lucha con los rebeldes. Pero las severas derrotas infringidas por los cristianos a las tropas de Ibn Hud acaban pronto con su intento de dominio en al-Andalus y las revueltas se extienden.
EL EJERCICIO DE UN PODER AUTÓNOMO
Abu-l-Abbas al-Yanasti (1232/1233-1238/1239)
Los influyentes sectores sociales vinculados al comercio dan un paso más y aprovechando este vacío de poder y el clima general de anarquía toman el poder. Al principio colegiadamente, después comandados por Abu-l-Abbas al-Yanasti, de origen andalusí, representante de los intereses de los grandes comerciantes ceutíes. La revuelta estalla en 1232/1233, comenzando un nuevo periodo de “independencia” que busca su legitimidad rindiendo vasallaje al califato abbasí de Bagdad, como queda de manifiesto en las acuñaciones (Rodríguez e Ibrahim, 1987).
Intentando el reconocimiento a su autoridad al- Yanasti busca alianzas con las potencias regionales. En este sentido cabe interpretar la llegada en 1233 de una embajada genovesa que encabeza Jacopo di Marino, posiblemente como señala Dufourcq para firmar un tratado (Dufourcq, 1955). La familia de al Yanasti, quizás de origen mozárabe en opinión de Ferhat, había amasado una notable fortuna gracias al comercio. Hombre ilustrado, con una holgada situación económica, su figura es el prototipo de esta clase dirigente con fuertes intereses mercantiles. Las fuentes conservadas, en general hostiles a su figura, recogen escasos datos sobre su gobierno y trazan un retrato claramente negativo de su mandato. Parece haber jugado un activo papel en los diferentes acontecimientos que se suceden tras la revuelta contra Al Mamun. Una vez alcanzado el poder, su ambición le lleva a tomar los títulos de Al-Muaffaq y Al-Watiq y rodearse de una auténtica corte de poetas que cantan sus hazañas. Su independencia de facto y estas decisiones son percibidas por sus conciudadanos como un intento de ejercer un poder autocrático (algunas fuentes hablan de una tiranía ilegítima), que puede ser la razón de su pronta desaparición. Entre los hechos reseñados destaca un episodio de difícil interpretación, el de los calcurini, estudiado por Mosquera en profundidad a quien seguimos en nuestra exposición (Mosquera, 1988, 1994, 2002). Las fuentes ofrecen relatos contradictorios de estos hechos y difieren incluso en su cronología, entre 1234 y 1239, pero Ferhat sostiene que posiblemente se desarrollaron hacia 1234 (Ferhat, 1993, pág. 216).
Cuando la flota genovesa llega a Ceuta, los calcurini habían partido ya. No obstante, reclaman el pago de la indemnización acordada. al-Yanasti, que había mandado llamar a un gran número de beréberes que vivían en los alrededores, se niega repetidamente hasta que al final estalla un incidente que acaba en una gran matanza de genoveses y el incendio de los almacenes del funduq genovés. Al recibir la noticia, los genoveses envían otra flota que rinde a la ciudad por asedio, firmándose un tratado que obliga a los ceutíes a hacer frente a cuantiosas indemnizaciones. Por su parte, las fuentes árabes no mencionan la presencia de calcurini, ni en consecuencia el inicial enfrentamiento entre éstos y los genoveses. Explican la llegada de la flota genovesa como un intento de hacerse con Ceuta que es impedido por los ceutíes en primera instancia aunque al final se ven obligados a firmar un tratado con unas durísimas condiciones ante el envío de una nueva flota. Las especulaciones sobre quiénes pudieron ser estos calcurini son muy variadas: milicias cristianas al servicio del sultán almohade, miembros de una orden militar, barcos del Cantábrico, etc.
Mosquera se inclina por considerarlos un grupo de cruzados que se dirigen a Tierra Santa y que en colaboración con la flota portuguesa, que conocía bien el área del estrecho de Gibraltar, decidieron dar un escarmiento a los genoveses por sus relaciones comerciales con la Ceuta musulmana. Esto explicaría también su rápida desaparición y el no haber dejado rastro de su presencia en otras fuentes (Mosquera, 1988). Tras estos acontecimientos, el comercio genovés se verá muy favorecido convirtiéndose en el principal socio comercial de Ceuta. Mandato de Ibn Jalas (1238-1249/1250) Cuando en 1236 los cristianos conquistan Córdoba, la suerte de la rebelión que encabezaba Ibn Hud en al-Andalus está echada: vencido y abandonado por sus aliados es finalmente asesinado en 1238. La inexistencia de un líder musulmán capaz de encabezar la resistencia andalusí juega a favor del califa almohade Abu Muhammad Abd al-Wahid al-Rasid ibn al-Mamun (Abd al-Wahid II, 1232-1242), que puede imponer parcialmente su autoridad.
Efectivamente, necesitados de unas buenas relaciones con quienes abastecen de productos a su comercio y conscientes de la cada vez más amenazante presencia cristiana en el estrecho de Gibraltar, los sectores más influyentes de la ciudad deponen a al-Yanasti en 1238 y reconocen nuevamente la autoridad almohade, no sin cierta hostilidad de las masas, recogida por Al Himyari. Como gobernador es designado Abu-l-Abbas en tanto que la aduana de Ceuta fue confiada a Abu Ali ibn Jalas al-Balansi, que habría de jugar un papel decisivo en el destino de la ciudad en los años siguientes. Nombró el califa también a Abu Zakariyya Ibn Muazahim como jefe de la flota y a Abu-l-Hassan como secretario de la chancillería. Pero esta prudente división del poder no parece haber tenido éxito y el califa se vio obligado a enviar a Abu Muhammad Ibn Maksan, su hombre de confianza, invistiéndolo con plenos poderes. Tras su marcha, únicamente Ibn Jalas mantiene su posición. Gracias a ella amasa una cuantiosa fortuna dedicándose al comercio con Marsella y goza de gran influencia ante el califa. En la práctica, es el auténtico hombre fuerte con un gran margen de maniobra. Valenciano de origen, favorece durante su mandato la llegada de los andalusíes y crea una corte bastante liberal que escandaliza a la conservadora sociedad ceutí, produciéndose una fractura entre ésta y los grupos andalusíes recién llegados que se traducirá poco después en la toma del poder por parte de los hafsíes primero y luego de los azafíes. Los alfaquíes y buena parte de los sectores más influyentes de la sociedad ceutí muestran su hostilidad hacia Ibn Jalas provocando un largo periodo de intrigas que sólo un poder central consolidado podría detener. Pero la repentina muerte del califa (1242) impidió la consolidación del califato almohade. Aprovechando la debilidad de su sucesor, Al-Said al-Mutadid (1242-1248), la ciudad vuelve a escapar de la obediencia almohade y, siguiendo el ejemplo de otras ciudades, Ibn Jalas se somete al soberano hafsí Abu Zakariyya no sin la oposición de parte de la población. Las fuentes recogen en este momento la marcha al exilio de una personalidad tan destacada como Abu-l-Hassan al-Shari al-Gafiqi, fundador de la primera madrasa ceutí.
Respecto a la datación de estos hechos, ofrecen las fuentes fechas distintas, aunque parece que pudieron suceder en torno a 1243 según la opinión más aceptada. Ibn Jalas es confirmado por Abu Zakariyya al frente del gobierno. En 1239/1240 soporta Ceuta las consecuencias de una terrible hambruna “que desoló muchas provincias”. La región de Gumara, tradicional abastecedora de grano de la ciudad, apoya entonces las pretensiones mariníes, lo que contribuyó a hacer aún más grave la situación. Según Ibn Idari, a consecuencia de este dramático episodio, los ceutíes almacenan víveres en silos cada año para prevenir futuras necesidades. Estos silos han sido documentados en gran número en diferentes intervenciones arqueológicas, aportando una inmensa cantidad de restos, consecuencia de su uso como vertederos una vez perdida su función original. Aunque se ha puesto de manifiesto un posible deterioro en la situación económica debido a la crisis del comercio y a las fuertes indemnizaciones pagadas a los genoveses, la situación parece agravada por la masiva llegada de gentes que, huyendo de al-Andalus, buscan asentarse en el norte de África. Enfrentado de una parte con la piadosa obligación de ofrecer amparo a estos inmigrantes y las evidentes limitaciones de la ciudad, destaca Mosquera la habilidad de Ibn Jalas para reconducir estos flujos migratorios hacia el reino de Túnez y hacia las llanuras atlánticas del Magrib al-Aqsa (Mosquera, 1994). Uno de los recién llegados fue Muhammad al-Ramini, antiguo gobernador de Almería. Acogido cordialmente por Ibn Jalas, se instaló en Beliunes. Pronto comenzó sus intrigas contra Ibn Jalas y tuvo que huir a Túnez donde alcanzó notables influencia en la corte hafsí.
La ciudad parece conocer unos años de cierta recuperación económica, que se plasma en la buena calidad de las acuñaciones y en la reactivación del comercio que no se vio perjudicado por el cambio de obediencia a los hafsíes de 1242/1243. Se rodea Ibn Jalas de una auténtica corte en la que figuran poetas de gran prestigio como Ibn Amira o Ibn al-Yannan, ambos originarios de Sharq al-Andalus, destaca sobre todo ellos la figura de Ibn Sahl Ibrahim. Entre los intelectuales más destacados de este momento debe mencionarse a Ibn Sabin, gramático y sufí, que tuvo en Ceuta una zawiyya a la que acudían sus discípulos. Esta popularidad y sus enseñanzas tachadas de heréticas le valieron la enemistad de Ibn Jalas, que lo desterró a Badis. No obstante, la pujanza cristiana en al-Andalus es cada vez más manifiesta. Las tropas castellanas amenazan Sevilla y la flota tunecino-ceutí no puede vencer a la castellana en el enfrentamiento que tuvo lugar en Sanlúcar de Barrameda, cuestionando la superioridad de las naves ceutíes en el Estrecho. Incapaz de hacer frente a los avances cristianos, desprestigiado por las maniobras de Al-Ramini en la corte hafsí y habiendo provocado la inquietud del sultán hafsí por sus veleidades independentistas, la posición de Ibn Jalas se torna peligrosa. Para congraciarse con el sultán hafsí decide enviar a Túnez una nave cargada de presentes en la que embarcan su hijo y el poeta Ibn Sahl Ibrahim, pero el barco naufraga antes de alcanzar su destino pereciendo todos sus ocupantes. Depuesto de su cargo en 1248/1249, Ibn Jalas terminó sus días cuando se dirigía a Túnez. Abu Zakariyya nombró entonces como gobernador de Ceuta a su primo Ibn al-Sahil al-Hintati, cuyo despótico ejercicio del poder le valió la animadversión de la población. En 1249 es conquistada Sevilla por Fernando III, lo que supone un duro golpe para el prestigio de los hafsíes que se revelan incapaces de hacer frente a la hegemonía cristiana. Además, esta pérdida trajo como consecuencia la llegada de nuevas oleadas de inmigrantes, facilitada por los castellanos que pusieron naves a disposición de los que huían, con las consiguientes dificultades para la ciudad incapaz de acoger a esta población.
Los azafíes (1249/1250-1306)
Los hechos nuevamente son contradictorios en las fuentes. Según Ibn Idari, se envía una embajada al califa que acepta la sumisión a su autoridad y envía un gobernador, pero éste es expulsado y una nueva embajada ceutí se entrevista con Al-Murtada para explicar lo sucedido. Incapaz de imponer su autoridad ante las múltiples dificultades a que se enfrenta, Al-Murtada se contenta con aceptar la situación nominal de dominio de Ceuta. Por su parte Abu-l-Qasim, independiente de facto, se beneficia de la legitimidad que supone la dependencia teórica de los almohades, que respetará hasta el final de sus días (no toma otro título que el de jefe del Consejo de Notables, acuña moneda a nombre de Al-Murtada, etc.), actuando como su consejero e informándole de los peligros de ataques cristianos. Gobierna la ciudad a través de una Sura o Consejo de Notables, institución creada por Abd al-Mumin en 1155 (Mosquera, 1994, pág. 186), aunque en la práctica goza de un poder personal casi absoluto inaugurando una forma de gobierno que ha sido asimilado al de las ciudades-estado italianas. Esto parece excesivo, pero no cabe duda de que el gobierno de los azafíes en Ceuta es un original modo de ejercicio de la autoridad dentro del mundo islámico, y así es percibido por autores de tanto relieve como Ibn Jaldún. Consciente del peligro que supone el avance cristiano, Abu-l-Qasim despliega una inteligente política que combina el fortalecimiento de las murallas y de la flota con los contactos diplomáticos. En una misiva enviada al califa, que Mosquera fecha en 1253, alude a un supuesto pacto suscrito dos años antes con los castellanos, es decir bajo el mandato de Ibn Jalas posiblemente, en virtud del cual éstos reclaman el pago de una fuerte suma de dinero y la liberación de cautivos. Exigen además un tributo para su renovación. Abu-l-Qasim da cuenta a Al-Murtada de la difícil situación que atraviesa la ciudad, a cuyo puerto ya no acuden barcos cristianos, y que sufre las consecuencias de una desastrosa cosecha, conminándole a hacer frente a estas reclamaciones pues este tratado habría sido firmado a instancia suya. La veracidad de estos hechos ha sido cuestionada, ya que la cronología la hace difícil y no hay dato alguno que permita constatar esta supuesta interrupción del comercio con los cristianos. Además, ninguna otra fuente menciona este tratado. Otro de los peligros a que se enfrenta Ceuta es la ambición de Muhammad I de Granada. La animadversión del soberano nasrí es explicada en las fuentes como una diferencia personal con Abu-l-Qasim, aunque también debieron influir otros factores tales como la rivalidad comercial o su deseo de convertirse en la figura hegemónica del Islam andalusí. Muhammad I intenta una coalición con los castellanos que exigen la entrega de varias importantes plazas del estrecho de Gibraltar en poder de los granadinos. Siendo imposible acceder a estas condiciones, Muhammad I decide en 1262 enviar la flota al mando de su almirante Zafir contra Ceuta. El resultado de la batalla es favorable a los ceutíes que destrozan la armada nasrí y dan muerte a su comandante. Durante décadas los ceutíes recordarán esta batalla dando jocosamente a este año el nombre de “año de Zafir”. La consolidación del poder de Abu-l-Qasim se basa también en el control del territorio cercano a Ceuta, esencial para el abastecimiento. Una primera acción contra Tánger en 1256/1257 se resuelve con un efímero éxito. Aprovechando la salida del gobernador azafí para recaudar impuestos entre los gumaras, Ibn al-Amin, responsable de la Hacienda de Tánger, se independiza. No obstante, un nuevo factor, la presencia de grupos mariníes en la región, viene a complicar aún más el panorama.
Los mariníes, gracias a un engaño, logran asesinar a Ibn al-Amin en 1266/1267 y se apoderan de la ciudad. Abu-l-Qasim reacciona pronto y logra hacerse con el control de la plaza nuevamente. Poco antes, en 1264/1265, los azafíes habían lanzado una expedición naval contra Arcila, previamente abandonada, y destruyen sus murallas a fin de que no pudieran servir a sus enemigos. Posiblemente se trata de una acción preventiva contra los castellanos que ya habían atacado Salé en 1260. En una conocida cantiga se recoge el interés de Alfonso X por la toma de Arcila y Ceuta, lo que manifiesta que la región estaba en el punto de mira de los intereses castellanos en este momento. Tras estas acciones, Abu-l-Qasim queda en una posición muy reforzada como auténtico dominador del área del estrecho de Gibraltar. Este estado de cosas se hace evidente con la firma del tratado de paz suscrito en 1269 entre la corona de Aragón, el reino de Granada, el sultán mariní y el mismo Abu-l-Qasim, que es tratado en pie de igualdad con el resto de los signatarios. Este tratado es muy beneficioso para los ceutíes al instaurar la paz en la región y favorecer los intercambios comerciales con los aragoneses. Pero como ya señalamos, una nueva fuerza emergente hace su aparición, los mariníes. Tras acabar con los últimos rescoldos de lucha en el interior del país y aniquilado por completo el reino almohade (Marrakech es tomada en 1269), su atención se centra ahora en el estrecho de Gibraltar y concretamente en Ceuta, puerto natural de salida de los productos de su capital, Fez. La importancia comercial del puerto ceutí, en estos momentos, se refleja en la decisión tomada por los genoveses, en 1267, de elevar la categoría del consulado que mantienen en Ceuta, del que hacen depender el resto de los situados en el Magreb y en al-Andalus. En 1273, Tánger es tomada nuevamente por los mariníes y Ceuta se encuentra en grave peligro. Las crónicas promariníes hacen de la conquista un hecho de armas glorioso en el que la ciudad es tomada sin apenas dificultades. Esta visión ha sido puesta en duda por diversos investigadores (Dufourq, 1955; Cherif, 1996 b), que señalan que Ceuta no es sometida por los mariníes hasta varias décadas más tarde y que logra mantener cierta capacidad de gestión de sus propios intereses. Sin una flota que pueda hacer frente a la ceutí, los mariníes buscan el apoyo de los aragoneses con los que firman el Tratado de Barcelona de 1274. Con el pago de una fuerte suma de dinero, los mariníes consiguen el apoyo de la flota aragonesa a la que los ceutíes hacen frente en primera instancia. Esto obliga a solicitar refuerzos de los aragoneses. Abu-l-Qasim decide, ante una situación tan difícil para sus intereses, iniciar conversaciones con los mariníes anticipándose a la llegada de los refuerzos aragoneses. El acuerdo logrado impone un tributo a los ceutíes y la colaboración con los mariníes, aportando tropas y barcos en las acciones de la yihad que éstos van a emprender en la península Ibérica. Pero a cambio, consigue mantenerse al frente de los destinos de Ceuta gozando de una amplia capacidad de maniobra. El compromiso adquirido por Abu-l-Qasim se materializa en 1275, al apoyar las fuerzas ceutíes la campaña emprendida por el sultán mariní Abu Yusuf en al-Andalus. Aunque nada había dispuesto sobre este punto, a la muerte de Abu-l-Qasim (1279), su hijo Abu Hatim accede al gobierno. Al-Maqqari indica que fue depuesto por su hermano Abu Talib, pero otras fuentes como Ibn Jaldún describen un gobierno bicéfalo, aunque Abu Talib parece controlar la situación. Los hijos de Abu-l-Qasim mantienen las líneas de gobierno de su padre aceptando la hegemonía del sultán mariní, que obtiene, en esos momentos, importantes avances en al-Andalus ocupando las plazas de Tarifa, Algeciras, Ronda y Málaga. La reacción castellana no se hace esperar y se inicia un doble cerco, terrestre (1278) y marítimo (1279), a Algeciras.
LA BANDERA DE LA CEUTA MEDIEVAL
En algunos de los más antiguos portulanos medievales se representa en Ceuta la viñeta o dibujo de un mástil con una bandera. Esta bandera presenta un fondo rojo sobre el que se dibujan dos llaves, en color más o menos claro. Según los distintos portulanos, las llaves están colocadas enfrentadas o ambas giradas a derecha, izquierda o en oposición. El número de vástagos también oscila entre uno, dos y seis. Aunque su forma y colocación concreta, como vemos, es imprecisa, su simbología es evidente. Ceuta fue la llave del paso tanto de África para Europa, como de Europa hacia África. Pero su simbología va más allá, puesto que también nos está marcando una total independencia políticaSon siete los portulanos en los que se refleja (seis del siglo XIV y uno del XV), entre un total de un centenar anteriores al siglo XV, pero en cinco de ellos se incluye también la viñeta de otra segunda bandera con fondo rojo y una sola llave, que parte de la zona de la península de Tres Forcas. Se trata, sin duda, del reflejo de un momento de de dos poderes locales norteafricanos, perono podemos pensar ni en poderes extensos, ni que estas banderas fueran del califato cordobés, puesto que el califato representó sobre todo un poder centralizado. Tampoco podemos pensar en una información residual que pudiéramos remontar al siglo XI ni a la taifa de los Bargawatas, ya que los portulanos son del siglo XIV y no es probable una pervivencia tan persistente en un detalle tan preciso.
Es mucho más probable que las banderas señalen una situación de principios del siglo XIV. En el caso de la bandera de dos llaves con fondo bermejo señalada en Ceuta, debió corresponder con la dinastía de los azafíes, que dominaban en una Ceuta casi independiente en los últimos años del siglo XIII y principios del siglo XIV, con un gran esplendor económico derivado del comercio con las repúblicas italianas y con todo el Mediterráneo. Al mismo tiempo, en la península de Tres Forcas empezaba a destacar otra ciudad costera cercana a Melilla, Gassasa o Alcudia. Podríamos hablar dada la simbología común de ambas banderas de una dinastía común o de un fuerte pacto de conexión, al que no podemos dar otra justificación que los intereses comerciales esencial y exclusivamente basados en el transporte marítimo y el comercio con las repúblicas italianas. En el año 1327, la conquista merinida de todo el norte de África acabó con los últimos vestigios de la independencia ceutí y de cualquier otra zona de la costa mediterránea. Por tanto, la información original debió ser anterior a 1327, época a la que corresponden dos de los portulanos (Pedro Vesconte y Anónimo de 1327). Los demás, debieron copiarla de éstos. En textos escritos, la única fuente que aporta datos sobre la bandera ceutí, es el Libro del conocimiento de todos los reinos..., que además de representar la bandera, nos dice: [...] y llegué a la fuerte ciudad de cepta y sabed que cepta es en derecho de algisiras y de Gibraltar, logares del reino de España y pasa entre este cepta y gibaltar el golfo del mar que llaman el angostura del azocaque el rey desta ciudad a por señales un pendon bermejo con dos llaves blancas a tales. El franciscano anónimo, autor de este texto, refleja los últimos datos que aporta en 1345, aproximadamente, y sabemos que ya en 1404 fue utilizado como guía de viaje.
Su indicación de la bandera ceutí podría hacernos señalar que Ceuta mantuvo su independencia en época merinida. Creemos que esto era incompatible con el totalitarismo del sultán Abu-l-Hassan (1331-1351), que residió gran parte de su reinado en Ceuta, convirtiéndola en su segunda corte. Además, se cita expresamente al “rey” de Ceuta. El editor de la obra señala que algunos datos se debieron tomar de algún portulano anterior a su descripción, opinión en la que coincidimos. En los portulanos y mapas posteriores al siglo XV (salvo el de Francisco de Cesanis), la bandera de la Ceuta medieval fue sustituida ya definitivamente por la bandera de las quinas portuguesas.
En esta difícil situación, la flota ceutí se dirige a Algeciras y logra levantar el cerco. La amenaza cristiana en aguas del Estrecho es patente y los azafíes optan por sostener a los mariníes para contrarrestarla. En 1279 una flota aragonesa obtiene una importante victoria en aguas del estrecho de Gibraltar.
La guerra entre mariníes y castellanos se desata poco después. En 1284/1285 se documenta una nueva intervención mariní en al-Andalus en la que la flota ceutí colabora en mantener bajo dominio musulmán las aguas del estrecho de Gibraltar, vitales para los mariníes. Pero esta intervención mariní en los asuntos andalusíes se cierra con un nuevo fracaso, firmándose la paz en 1291. Este declive del poder mariní, que ya no puede hacer frente al avance cristiano, coaligado en ocasiones con el reino nasrí, es aprovechado por los ceutíes que, a partir de 1294, dejan de pagar tributo a los señores de Fez. En 1304 esta beligerancia antimariní crece y las tropas ceutíes se enfrentan a ellos en Tremecén. El episodio que acaba en derrota termina con la ejecución de cien arqueros ceutíes. Intentando restablecer la situación anterior, el sultán mariní Abu Yaqub da orden a sus tropas de marchar sobre Ceuta y busca para ello nuevamente el apoyo aragonés. Preocupados por los asuntos peninsulares y por obtener la paz con Castilla, los aragoneses se abstienen de intervenir.
La ocupación nasrí
Puerto estratégico sobre el Estrecho, Ceuta se convertirá durante todo el siglo XIV en manzana de la discordia que se disputan las diferentes potencias regionales generando una compleja dinámica que acabará con la conquista portuguesa de 1415. Muhammad III, sultán granadino, alienta las disensiones internas y consigue hacerse con la ciudad en 1306. Alegando un supuesto ataque cristiano, el gobernador de Málaga Abu Said Faraj parte con destino secreto, que no sería otro que Ceuta, y toma la ciudadela con la complicidad de Ibn Mukhlis, comandante de la guarnición. A este movimiento no habrían sido ajenos tampoco los genoveses (Dufourq, 1966, pág. 452). Reconocido el poder nasrí, los azafíes y sus más cercanos colaboradores son deportados a Granada, poniendo término, de este modo, a lo que Latham llamó “primer periodo azafí” (Latham, 1972, 1974). Allí fueron tratados con consideración y favorecieron la celebración de la fiesta del mawlid que fue establecida como celebración oficial en 1332 (Mosquera, 1994, págs. 371-372). Con este movimiento, el soberano nasrí busca no sólo hacerse con el control del rico puerto ceutí y anteponer una cabeza de puente que dificulte posibles incursiones mariníes en al-Andalus, sino también erigirse en el adalid del Islam occidental. Ceuta además, se convierte en el lugar desde el que asfixiar económicamente y desestabilizar al estado mariní, ya que a la ciudad llegan pretendientes al trono que, apoyados por los nasríes, dominaron durante algunos años la zona norte (Benramdane, 2003, pág. 107). Es el caso de Uthman ibn Abi l-Ula, que hostigará a las tropas mariníes y logrará hacerse momentáneamente con el control de la región hasta 1308 en que fue derrotado. El momento del ataque parece cuidadosamente escogido. El ejército mariní estaba volcado en el largo asedio de Tremecén, en el que murió el sultán Abu Yaqub y el país quedó inmerso en una amplia revuelta. Se suceden a partir de entonces las habituales disputas por el poder, que concluyen cuando Abu Tabit (1307/1308), el nuevo sultán mariní, consigue hacerse con el control del Rif en 1308 y expulsa a Uthman. Ceuta continúa, no obstante, en manos granadinas. Muhammad III, que ha tomado el título de “señor de Ceuta”, es el auténtico dueño de la situación en el Estrecho e inicia acciones hostiles contra los puertos del reino de Aragón. Este dominio nasrí sobre ambas orillas pronto resulta peligroso y provoca la reacción de las otras potencias. Jaime II de Aragón y el nuevo sultán mariní Abu al- Rabi (1308-1310) concluyen un tratado de cooperación, el Tratado de Paz de 1309, que es un acuerdo esencialmente de colaboración para la toma de Ceuta. Los aragoneses, que cercarían por mar la ciudad con su flota, obtendrían el botín conseguido y ventajosos acuerdos de comercio, en tanto que la ciudad y sus habitantes quedarían bajo soberanía mariní.
Ante esta situación, se produce un levantamiento en Ceuta alentado por la Sura que expulsa a los nasríes y pone la ciudad en manos del sultán mariní que, interpretando que el Tratado de Fez no ha tenido efecto pues han sido únicamente sus tropas las que han conquistado Ceuta y no la flota aragonesa, rehúsa cumplir sus cláusulas y evita el pillaje. Por primera vez, los mariníes se hacen con Ceuta contando con el apoyo de la Sura. Ese mismo año se suscribirá un nuevo pacto mariní-nasrí por el que los primeros recuperen las plazas de Algeciras y Ronda con todas sus dependencias. Quince años después, el sultán mariní vuelve a dominar el Estrecho y pone pie en al-Andalus.
El retorno de los azafíes (1309-1327/1328)
Restablecida la autoridad mariní en Ceuta, la familia azafí toma el camino de regreso al norte de África para instalarse en Fez, lo que quizás indique que el sultán Abu al-Rabi no desea que retornen a Ceuta. Tras su repentina muerte en 1310 y con el ascenso al poder de Abu Said Utman (1310-1331), la fortuna vuelve a sonreír a los azafíes y se les permite volver. Pero, para intentar evitar nuevas veleidades independentistas, opta por dividir los resortes del poder entre los hijos de Abu Talib: Abu Zakariya Yahya es nombrado gobernador de Ceuta, su hermano Abu Said Abd al-Rahman recibe el mando de la flota, en tanto que Abu-l-Hassan Ali se ocupa del arsenal. La familia azafí vuelve a contar nuevamente con el control de la situación en Ceuta, aunque ahora ya como delegados del poder mariní. El avance cristiano sigue preocupando a los azafíes y los mariníes que realizan nuevas campañas en al-Andalus, aunque con un muy escaso éxito. La economía ceutí se ve claramente perjudicada por la competencia de los cada vez más importantes puertos de Sevilla y Cádiz, y ello se traduce en un aumento significativo de las acciones de corso ceutí en las costas peninsulares que alcanzan lugares tan alejados como el Rosellón o las Baleares. Una vez afianzado en el poder el sultán mariní Abu Said Utman, recompensa a Abu Zakariya Yahya por su apoyo y le permite retornar a Ceuta (1315/1316), pero esta vez es obligado a dejar como rehén en Fez a su propio hijo. Tras la muerte de su tío Abu Hatim (1317), Abu Zakariya Yahya restablece la Sura o Consejo de Notables y adopta por primera vez algunos signos externos del poder aunque no llega a proclamarse rey ni a acuñar moneda. En esta línea de afianzamiento de su poder personal y dejando de lado sus pactos con el sultán al que achaca desentenderse de la cuestión andalusí, nuevamente intriga contra él entregando a un disidente mariní, Abd al-Haq ibn Utman, el mando del ejército. En estos momentos, se producen ataques contra Gibraltar y otros puertos en poder de los cristianos para afianzar el control de la flota ceutí sobre el estrecho de Gibraltar. Explica Ibn Jaldún las razones de esta actuación señalando que buscaba de una parte favorecer la desunión entre los mariníes y oponer al sultán, en caso de ataque, un guerrero capaz de hacerle frente. La respuesta del sultán no se hace esperar: un ejército al mando del visir Ibrahim ibn Isa cerca la ciudad. Manifestando en principio su voluntad de someterse al sultán, exige la presencia de su hijo Muhammad, que había sido entregado como rehén, que es liberado en un audaz golpe de mano. Abu Zakariya Yahya acepta la soberanía mariní y se compromete a enviar al sultán una considerable suma obtenida de los impuestos y valiosos regalos, siendo confirmado en el mando de Ceuta. Como señala Ibn Jaldún esta situación de vasallaje se mantendrá hasta la muerte de Yahya en 1320, volviendo a una situación de sometimiento al poder mariní semejante a la que la familia azafí había vivido con Abu Yusuf en 1274/1275. Esta actitud en cierto modo paradójica de aceptar la sumisión al sultán Abu Said Utman, cuyas tropas habían sido derrotadas, es explicada por Cherif en clave interna y respondería a la rivalidad entre azafíes y jerifes husayníes. A fin de asegurar su posición al mando de la ciudad, los azafíes pactaron en 1319 con los mariníes, cuando estaban en condiciones, como ya habían hecho en ocasiones anteriores, de jugar la baza de una autonomía más o menos amplia. Pero ahora las disensiones dentro de la propia élite ceutí les llevaron a adoptar una postura prudente y someterse a los mariníes. A Abu Zakariya Yahya le sucede su hijo Abu Abdallah Muhammad, aunque el auténtico hombre fuerte es su primo Muhammad ibn Ali, hijo de Abu-l-Qasim Abu Zayd.
Las disensiones entre ambos, que son recogidas en las fuentes, propician la intervención del sultán mariní. Nuevos intentos de sublevación se suceden hasta que son finalmente abortados por Abu Said Utman que aprovechando las disputas intestinas se hace con el control de Ceuta en 1327/1328 terminando con los azafíes que son deportados a Fez.
Dominio mariní (1327/1328-1415)
Pero el ritmo de los acontecimientos es contrario a los intereses mariníes y el poder cristiano en aguas del estrecho de Gibraltar se consolida tras la victoria del río Salado en 1340. Algeciras se pierde en 1343. Las ambiciones de los mariníes en al- Andalus son ya una quimera y Abu-l-Hassan centra sus esfuerzos por consolidar su poder en el Magreb oriental. Las discordias internas no tardan en surgir en el seno del estado mariní y en 1348 Abu Inan (1348-1359) se subleva contra su padre. Ceuta, que se había mantenido fiel a Abu-l-Hassan hasta su momento, ve cómo sus habitantes, instigados por el jefe del Consejo, el jerife husaynita Abu l-Abbas Ahmed, apresan a los representantes del sultán y los envían ante Abu Inan. Tras la victoria definitiva de Abu Inan, Abu-l-Abbas Ahmed es confirmado en su cargo y la ciudad conoce algunos años de estabilidad hasta la muerte del nuevo sultán en 1359. El asesinato de Abu Inan marca el inicio de un largo periodo de disputas internas que acabará por destruir la dinastía. El papel de los visires frente a los sultanes adquiere una fuerza cada vez mayor nombrando y deponiendo sultanes constantemente, lo que impide la consolidación de su poder. El área del estrecho de Gibraltar se convierte nuevamente en el escenario de las luchas entre diversas potencias y Ceuta verá transcurrir un periodo de continuos cambios políticos cuya complejidad es imposible de resumir en unas pocas páginas. Pero este fortalecimiento de la figura del visir no consigue dotar de estabilidad al reino que es hostigado por las pretensiones de castellanos, abdelwadíes de Tremecén y, sobre todo, nasríes. Ceuta verá la llegada sucesiva de pretendientes al trono mariní apoyados por distintas potencias. Abu Salim Ali (1358-1361), con el apoyo castellano, es el primero de ellos.
ORGANIZACIÓN TERRITORIAL
La estructuración territorial en el mundo medieval islámico es compleja. La comprensión de las relaciones entre las ciudades y su entorno, su territorio, presenta por ello aún múltiples puntos oscuros. Sea como fuere, la ordenación territorial y administrativa descansa en una serie de demarcaciones (distritos, comarcas, etc.) organizadas jerárquicamente (Mazzoli, 2000). En la estructuración de una formación de carácter tributario mercantil, como es la sociedad medieval islámica occidental, la medina desempeña un papel esencial, aunque los límites entre qué es una ciudad y qué no lo es no son claros incluso para las fuentes contemporáneas. Frente al ámbito rural, en la ciudad se da una neta división social del trabajo, un cierto grado de especialización y, aunque la vida agrícola esté presente en alguna medida, asume una serie de funciones económicas, sociales y políticas que la definen. No sólo es el lugar donde cristalizan las relaciones entre el espacio rural y el urbano, sino que también funciona como centro fiscalizador y redistribuidor en las actividades económicas de su territorio, en el que los mercados actúan como elemento centralizador. Por ello, la ciudad medieval ha sido definida como fortaleza y mercado, un espacio donde se ejerce el poder sobre un territorio del que se extrae lo necesario para su pervivencia y en donde se desarrollan las transacciones mercantiles consecuencia de la división del trabajo. Desde el punto de vista político, es el lugar en el que se plasma el poder del estado con todas las manifestaciones que le son propias (Malpica, 2006 págs. 9 y 10).
Ceuta, capital de la provincia, ocupa el rango principal en la jerarquía de los asentamientos. Es, en consecuencia, el núcleo en torno al que se articula un área relativamente extensa a la que oferta distintos bienes, servicios y funciones (control administrativo y fiscal, centro de redistribución comercial, capital cultural y judicial, función central militar, espacio donde cristaliza el poder, etc.). Con todo, un papel preponderante fue asumido por las relaciones mercantiles. Ceuta se constituye en centro redistribuidor de materias primas no sólo del territorio circundante, sino que mantiene un activo comercio interior y exterior. A caballo entre la península Ibérica y el norte de África, entre el Mediterráneo y el Atlántico, con vínculos comerciales y culturales con los territorios de toda la cuenca mediterránea, Ceuta forjó una personalidad propia que la singulariza en cierta medida del resto de las medinas de su entorno. Anclada en el norte de África con la mirada puesta en al-Andalus y sin perder de vista al resto del Mediterráneo, esta personalidad cosmopolita, original y a veces contradictoria fue percibida incluso en la época. Citaremos sólo un ejemplo muy significativo de un momento en que las veleidades independentistas de la ciudad del Estrecho eran sólo un recuerdo. Ibn Marzuq, al dar cuenta de uno de los viajes que realiza a Ceuta desde Fez junto al sultán Abu-l Hassan Ali, señala: “dejamos el Magreb y llegamos a Ceuta”. Otras fuentes la incluyen directamente en el espacio andalusí. Así Salah al-Din al-Safadi en la biografía que redacta sobre Muhammad ibn Sultan señala que “era de un monte, en la zona (badiya) de Fez [...]. Se trasladó a la cercana ciudad de Ceuta, en la región (badiya) de al-Andalus”. (Valencia, 1988, pág. 216)
Evolución urbanística
La erección a partir de 957 de un recinto amurallado constituye un elemento determinante para el urbanismo de la ciudad, constituyendo desde ese momento el espacio ístmico el núcleo central, la medina propiamente dicha, de Ceuta. Desde muy pronto, la ciudad comienza a crecer a este y oeste de la medina condicionada por la naturaleza peninsular de su ubicación. Según Al-Bakri existen, cuando redacta su obra o poco antes, dos arrabales. El oriental o de los Tres Baños se extiende por las colinas que conforman el actual frente norte de la Almina hasta las faldas del Hacho. El occidental se situaba más allá de las actuales Puertas del Campo. Por lo que sabemos, el arrabal oriental parece más antiguo que el occidental y cabe la posibilidad de que su formación sea contemporánea o quizá ligeramente anterior a la edificación del recinto de Al-Nasir. Al-Mansur, a semejanza de lo realizado en Córdoba, inicia la construcción de una nueva ciudad en la cima del monte Hacho, el Yabal al-Mina de las fuentes árabes, con la intención de trasladar parte de la población a este nuevo emplazamiento. El ceutí al-Idrisi es nuestra mejor fuente de información. Sobre la llanura que lo corona, Al-Mansur inicia la construcción de un nuevo recinto amurallado, pero a su muerte en 1002 quedó inacabado y el traslado de la población no llega a producirse. Todavía a mediados del siglo XII estos monumentales restos, de extraordinaria blancura, podían divisarse desde la orilla norte del Estrecho aunque parcialmente cubiertos de vegetación. Esta información, recogida en el Kitab al-ijtisar y en la obra de Al-Himyari, se complementa con el dato de que Al-Mansur ordenó el empleo de aceite en vez de agua en la mezcla del mortero, aun a pesar de su mayor coste, a fin de dotar de más solidez a las construcciones.
Durante las etapas posteriores, este crecimiento a este y oeste no sólo se va consolidando, sino que progresivamente se amplía a nuevos espacios antes deshabitados. Así, en época almorávide se citan dos reformas significativas que parecen poner de manifiesto el aumento de población. De una parte, siguen erigiéndose lienzos de muralla en el entorno de la ciudad. Por otra, se amplía la Mezquita Mayor. El progresivo avance de las tropas cristianas en al-Andalus, a partir de la derrota de las Navas de Tolosa, provocó el traslado de gran parte de la población musulmana hacia el Magreb, convirtiéndose Ceuta en destino preferente de estas poblaciones (Mosquera, 1994, pág. 59). Tanto es así que algunas fuentes recogen las dificultades de la ciudad para albergar más personas. A partir de mediados del siglo XIII, especialmente tras la pérdida de Sevilla, se agudiza la llegada de nuevos pobladores que huyen del avance cristiano (Vallvé, 1988 a). Hasta al menos la mitad de la siguiente centuria, esta expansión urbana tiene reflejo en los datos aportados por la arqueología. En primer lugar, se documenta la ocupación de nuevas zonas. Como ejemplo cabe señalar algunas viviendas fechables en torno al siglo XIII ubicadas junto a la línea costera, más allá de la muralla del siglo XVIII que ciñe el recinto sur, construidas ex novo. Aún contamos con más datos. La población del actual distrito de la Almina ocupaba preferentemente el sector volcado hacia la bahía norte. Hacia las zonas más altas que ocupan el frente meridional se produce una ocupación menos densa. Así, entre las calles Teniente Pacheco y Real, ha sido localizada una necrópolis que parece comenzar a utilizarse a partir del siglo XI y continúa en uso al menos hasta el siglo XIII. Los cementerios, por regla general, suelen ubicarse en un primer momento en las afueras del espacio construido, aunque no es infrecuente que el crecimiento de la ciudad acabe integrando estos espacios en el trazado urbano. Fosilizan en consecuencia límites de la urbe en un momento anterior. Además, los barrios de viviendas localizados más al sur (principalmente en la zona conocida como Huerta Rufino), construídos en torno al segundo cuarto del siglo XIV sobre un espacio no ocupado con anterioridad, confirman este proceso (Hita y Villada, 1996, 2000 b). Menos datos tenemos en torno a la expansión hacia occidente. Sabemos de la existencia de varias necrópolis y del surgimiento del llamado arrabal de Afuera en momentos relativamente tempranos, y suponemos que el proceso descrito anteriormente se reprodujo aquí. Aunque responde no únicamente al aumento demográfico, la erección del Afrag en 1328 constituye otro hito en esta expansión urbana que describimos. Tras su construcción, la configuración urbana es la recogida por al-Ansari (Vallvé, 1962; Turki, 1983) en el siglo XV. La ciudad está formada por seis arrabales, tres de ellos contiguos a la medina y muy densamente poblados. Además de éstos, y al este, se sitúa el arrabal de al-Mina, identificado con el monte Hacho. Al oeste se encuentran el arrabal de Afuera (más allá de las Puertas del Campo) y el mencionado Afrag. Ésta sería la configuración urbana que los portugueses encontraron en 1415 (Gozalbes, C., 1993).
Espacio periurbano y rural
Respecto al espacio urbano observamos, ya en fechas tempranas, una paulatina reducción del área ocupada en la Almina. En sentido contrario, hacia el arrabal de Afuera se menciona la demolición de edificaciones entre el Afrag y la ciudad, despejándose también el terreno de vegetación a fin de evitar emboscadas Zurara también señala que la población de los dos valles mpróximos (Bulhoes y Barbeche) abandona sus viviendas por temor al ataque de los portugueses, quedando un espacio despoblado en torno a la ciudad de cuatro millas. Se nombran varias poblaciones cercanas, aunque como en el caso de la obra de al-Ansari, salvo Beliunes son pocas las que pueden ser localizadas con precisión actualmente. La realización de la Carta arqueológica terrestre dirigida por Bernal Casasola ha venido a aportar interesantes datos sobre la distribución del poblamiento durante la época islámica. Se han localizado 54 puntos con presencia de restos cerámicos islámicos y algunas estructuras por el actual Campo Exterior. Se sitúan mayoritariamente hacia la bahía norte y en la zona intermedia de las lomas que, entre Benzú y García Aldave bajan en dirección al Campo Exterior. Generalmente se localizan en torno a las zonas altas de algunas lomas o cercanos a cursos de agua (Bernal, 2005 b; Bernal et al., 2001). Estos datos resultan especialmente significativos si los comparamos con momentos precedentes. A diferencia de las épocas prerromana y romana, de las que no se ha localizado ningún asentamiento, el aprovechamiento de esta zona parece intensificarse notablemente en época medieval. Ello sin duda responde a una diferente estructura de organización del territorio. Si en época antigua el asentamiento ceutí parece vivir de espaldas a su traspaís –la Septem del mundo clásico parece más enfocada a la explotación de los recursos marinos y a su comercialización a través del Mediterráneo que a explotar estas tierras, que al menos en las inmediaciones presentan un relieve abrupto es durante el periodo islámico cuando la distribución del poblamiento alrededor del núcleo urbano se intensifica conformándose un espacio ordenado sobre la base de un hábitat disperso. Aunque el estudio de las cerámicas recuperadas parece indicar una datación bastante tardía, sabemos por otras fuentes que este fenómeno se inicia al menos en el siglo XI.
De todos modos, al igual que ocurre en la ciudad, es posible que durante el siglo XIII y especialmente el XIV, el incremento de población incidiese en el territorio adyacente intensificando la ocupación y explotación del mismo. En cualquier caso, parece haber una clara diferenciación entre el ámbito periurbano y el resto del territorio circundante y dependiente de ella. Así conocemos cómo este ámbito rural es calificado en los Madahib del cadí Iyad con el término campiña (Al-badiya), para diferenciarlo del espacio cercano a la ciudad. Siguiendo en importancia a la capital de distrito o medina principal, se encuentran una serie de ciudades de rango menor que, a su vez, funcionarían de cabecera de otros espacios dentro del territorio como, por ejemplo, Alcazarseguer. Esta ciudad, de menor extensión que Ceuta, extensamente excavada desde los años setenta del siglo XX ofrece interesante información sobre todo si la contrastamos con la de Ceuta. Pero las diferencias no son únicamente cuantitativas. Aun con las características propias de una medina, las diferencias desde el punto de vista urbano son acusadas, ya que muestra menor variedad de edificios y servicios. Madrasas, alcázar, bibliotecas, ceca, etc, están ausentes en el urbanismo de Alcazarseguer. Incluso en la arquitectura doméstica, las diferencias son apreciables. En un nivel inferior, una tupida red de alquerías es la base de la economía agropecuaria. Como se desprende de la obra de Iyad antes citada, su número era abundante y acogían a una numerosa población. La más conocida es la de Beliunes, sobre la costa norte. En la bahía sur, la crónica del conde don Pedro de Meneses señala la población de Halales, posible alquería ubicada en las cercanías del actual Castillejos (Fnideq). Las principales actividades de los habitantes de los núcleos rurales bajo la influencia de Ceuta, controlados y poblados por masmudas y gumaras principalmente, se relacionan con la nagricultura y el pastoreo.
La provincia
Tras el desmembramiento del califato, Sulayman al-Mustain nombra en 1013 gobernador de Ceuta a Al-Idrisí Ali, mientras que Al-Qasim lo es de las ciudades de Algeciras, Tánger y Arcila. En 1061 Saqut es señor de Ceuta y Tánger. Algunos cronistas indican que durante el reinado de Saqut, los gumara, tribu beréber asentada en el entorno de Ceuta, son dependientes de él. La extensión ocupada por los gumara es, según al-Idrisi, de tres jornadas, en tanto que Ibn Jaldún señala que se extiende desde Ghassasa hasta Tánger, de este a oeste y entre Qsar Kutama y el Ouadi Wargla, de norte a sur, precisando que en él se encuentran las ciudades de Nakur, Badis, Tiguisas, Tetuán, Ceuta y Al Qsar y el litoral atlántico entre Arcila y Anfa (Cherif, 1996 b, pág. 94). A comienzos del periodo almorávide, Ceuta es la sede del gobierno regional de una inmensa provincia que comprende hasta Fez (Ferhat, 1993, pág. 266). En la etapa almohade en Ceuta tenemos una interesante noticia en torno a la estructuración administrativa de este nuevo imperio y su influencia en la ciudad. Así en 1156, los talaba de Ceuta propusieron la creación de una nueva provincia con un gobernador único que agrupase además de todo el país de los gumara y de las otras tribus establecidas sobre el territorio cercano a Ceuta, Tánger, las “dos islas” (Algeciras y Tarifa) y Málaga. El objetivo de este “mando único” era asegurar el control del Estrecho, garantizando las comunicaciones marítimas entre las orillas norte y sur, y permitir la construcción, bajo una única dirección, de una flotab de guerra con vistas a la gran expedición prevista contra los infieles. El soberano almohade Abd al-Mumin confía el gobierno de esta nueva provincia a su hijo Abu Said Utman (Cherif, 1996 b, pág. 96).
Algo más tarde, Al-Marraqusi (1224), autor oriental que confecciona una lista concerniente a la tesorería del imperio, señala que “la provincia (amal) de Ceuta es una de las más vastas”, puesto que encierra el país de los gumara de doce etapas de largo y de ancho. Algunos historiadores sostienen que durante el periodo almohade no hay gobernadores en el Rif, pues toda esta región depende de Ceuta y al oeste incluye las ciudades de Tánger, Alcazarquivir y Arcila (Cherif, 1996 b, pág. 94). Bajo el mandato de la dinastía azafí, la independencia efectiva de Ceuta se hace patente, hecho que tendrá un claro reflejo en el territorio. La tradicional vinculación de las tribus gumaríes con Ceuta continúa y a medida que la ciudad desarrolla su papel de árbitro en el estrecho de Gibraltar su influencia se extiende. Así, por ejemplo, en 1264 destruyen las murallas de Arcila y dos años más tarde conquista Tánger.
Hasta el reinado del sultán mariní Abu-l-Hassan, en 1338, no tenemos otra noticia referida a la extensión de la provincia dependiente de Ceuta. El decreto promulgado en ese año la señala: el Rif y el Habt hasta Alcazarquivir (Qsar Qutama). Casi un siglo más tarde, al-Ansari cita el tagr de Ceuta, que en este caso parece participar del carácter ambivalente del término, frontera frente a los cristianos y territorio marítimo, lo que, sin duda, debió conllevar una organización administrativa y espacial precisa. En el entorno cercano a la ciudad, cita diversos asentamientos como Bazbay (su aldea natal), Bin Yunis (Beliunes), Beni Masala, Matannan, Marsa Musa, Ouadi Ilyan, Abu Kuras, Awiyat y Handaq Rahma. La mayoría son consideradas alquerías y, en algunos casos, gozan de exenciones fiscales.
LA DEFENSA
Próspera urbe de reconocida fama, Ceuta es descrita por las crónicas como una ciudad bien protegida. Ya el Ajbar Machmua hace referencia a que se trata de un fuerte castillo,haciendo mención a las defensas bizantinas. Durante toda la Edad Media la inexpugnabilidad de la ciudad se convierte en un lugar común en las fuentes contrastada en los múltiples asedios fracasados a que es sometida. Su peculiar configuración geográfica, una estrecha península extendida de este a oeste, condiciona las características de sus defensas terrestres y convertirá a la flota en la base esencial en que se cimentará la defensa.
Defensas terrestres Ceuta aparece en las crónicas como una ciudad fuertemente defendida y dividida en arrabales y barrios, que forman compartimentos estancos rodeados de murallas que se comunican a través de puertas y puentes. El relato de la conquista lusitana de Gomes Eanes de Zurara pone de manifiesto este hecho, al describir con cierto detalle los diferentes recorridos seguidos por las tropas lusitanas, que se ven obligadas a franquear numerosos muros y forzar distintas puertas (Gozalbes, C., 1993).
Murallas y fosos
El primer hito constructivo conocido se data en el periodo omeya. A fin de asegurar la medina se construye un formidable recinto en el istmo con un alcázar en su extremo noroccidental que responde a modelos bien conocidos en la arquitectura castral cordobesa (Hita y Villada, 2004 a; Hita et al., en prensa). Su flanco más poderoso es el occidental, con nueve torres en el lienzo principal, antemuro y foso. Esta cerca fue durante varias centurias el elemento defensivo más destacado y junto a una poderosa flota sostuvieron el intento de Saqut al-Bargawati de crear un poder independiente en el estrecho de Gibraltar. Destaca también en el periodo omeya la construcción en la cima del Hacho de una nueva ciudad, posiblemente fortificada, que no pudo ser concluida. Con los habituales procesos de ruina, reconstrucción y adaptación a las nuevas necesidades defensivas, estas murallas continuaron en uso durante siglos. Efectivamente, sabemos que el sultán Yusuf ibn Tasfin construye una muralla en tanto que su hijo Ali ibn Yusuf acometió diversas obras de reparación y mejora de las existentes. Con los almohades destaca la construcción de la puerta principal de la ciudad, Bab al-Azam. Tampoco descuidaron los azafíes el mantenimiento del recint oamurallado, vital para sus intereses, aunque carecemos de informaciones precisas sobre las obras acometidas. Otro momento esencial, en la historia de las fortificaciones medievales ceutíes, lo constituye la edificación por el mariní Abu Said del recinto del Afrag.
La ciudad está dividida por una serie de fosos que son un elemento esencial de la defensa, al aislar distintos espacios que pueden resistir un ataque incluso aunque las tropas atacantes hayan superado alguno de ellos. Ya Al-Bakri cita el foso situado a occidente de la medina, Al-Suhay, cruzado por dos puentes de madera. Señala además al-Ansari otros tres. El primero de ellos es el foso Al-Kabir, que rodea el arrabal de Afuera. Los otros dos son de más difícil localización. Uno de ellos debe corresponde aproximadamente con la actual Cortadura del Valle, en tanto que el otro es situado, bien donde se encontraba el foso seco de la Almina o bien a occidente del foso Al-Suhay, en el Campo Exterior (Gozalbes, C., 1988 a; Cherif, 1996 b)
Puertas
Indispensables para la comunicación entre las diversas partes en que se encuentra dividida la ciudad, las puertas son, a la vez, el punto más débil de cualquier sistema defensivo por lo que se les presta gran atención. Tienen además un significado simbólico y propagandístico evidente. Señala Al-Bakri la existencia de dos puertas en el lado occidental de la muralla, una daba acceso a la medina y la otra directamente al palacio del gobernador (dar al-Imara). Al-Nuwayri, en una fecha anterior al siglo XIII, da noticia de la existencia de treinta y una puertas, de las cuales una de ellas mira hacia tierra, en tanto que las restantes pertenecientes a sus atarazanas dan directamente al mar. En cada una de ellas hay una galera montada sobre caballetes, de tal modo que en caso de necesidad sean lanzadas rápidamente al mar cargadas con su tripulación, arqueros, armas y provisiones (Mosquera, 1994, pág. 36). Cita Al-Himyari también dos puertas en el lado oeste de la medina, una de ellas más reciente. Quizás esta mención se haga eco de la reforma realizada en Bab al-Azam por los almohades. Indica igualmente la existencia de múltiples puertas del lado del mar. Pero, como en tantas otras ocasiones, es al Ansari nuestra fuente más detallada. La ciudad tenía cincuenta puertas entre las que destaca Bab al-Azam, conocida también como Bab al-Yadid, construcción única de notable monumentalidad. Está flanqueada de una calahorra y protegida por otras dos defensas distintas de la anterior. Las puertas de la traición, los pasadizos, las de los parapetos y las de los antemuros son dieciséis. Los muros del arrabal de Afuera, destruidos por Abu Said, tuvieron cinco entradas, en tanto que el Afrag cuenta con tres, siendo la puerta de Fez la más importante.
Torres vigía
Además, cita al-Ansari la Gran Torre (al-Tali al-Kabir) en la cima del monte Hacho ,también conocida como Al-Nazur, construida por el cadí Iyad en época almorávide. Constituye una auténtica fortaleza al estar dotada de una calahorra en cuyo interior se alberga una mezquita. Desde ella, los días claros, era visible toda el área del estrecho de Gibraltar, desde Badis y Tarf al-Qasis, al este de Málaga, hasta Tarf Sanar, más allá de Tarifa. Desde estas torres los vigías controlaban el paso de cualquier navío y mediante señales de humo durante el día y con hogueras en la noche daban la voz de alarma con anticipación suficiente para que las naves ceutíes se aprestasen a la lucha. Conocemos también la existencia de torres-residencia, de las que la más conocida es la existente aún hoy en Beliunes (Cressier et al., 1986 b). El dispositivo se completaba con un conjunto de rábitas que, entre otras misiones, asumían también la vigilancia de las costas.
Estas instalaciones pensadas fundamentalmente para la defensa marítima de Ceuta se refuerzan con la edificación por el sultán mariní Abu-l-Hassan Ali del llamado “castillo del agua” (bury al-ma). Es descrito por Ibn Marzuq quien señala que se unía a la costa por un espigón. Construcción avanzada en la bahía sur, ningún navío enemigo podía superarla sin tener que alejarse considerablemente de la costa que quedaba, de este modo, protegida de posibles desembarcos. Otra construcción similar se encontraba sobre el muelle aunque Ibn Marzuq no indica su posición exacta.
Campos de tiro
La destreza de los arqueros ceutíes es alabada en las fuentes. Ibn al-Jatib indica que Ceuta es cuna de gentes que dominan el tiro con arco. La ciudad cuenta, en el siglo XV, con un total de 44 campos de tiro (yalsa) y de competición (sabqa), repartidos por toda la ciudad y sus alrededores. Su distribución por arrabales y sus dimensiones son detalladas por al-Ansari. Parece que la mayor parte de los ceutíes eran muy habilidosos en el manejo de la ballesta y el arco. Incluso los ciudadanos más preeminentes practicaron esta disciplina, mitad ocio y mitad necesidad, en campos especialmente reservados para ellos.
La flota
La configuración geográfica de Ceuta hace esencial disponer de una flota para su defensa. Además, sus intereses comerciales, en gran medida con el mar como principal medio de comunicación, necesitan de protección frente a las acciones hostiles de potencias rivales y de la piratería. La construcción naval se lleva a cabo en las instalaciones del arsenal (dar al-Sinaa). Conjugando su amplia experiencia en los asuntos del mar con la existencia de las materias primas precisas en la región, los ceutíes hicieron de este arsenal una de las claves de su prosperidad. Su importancia queda de manifiesto en la relevancia de quienes son nombrados para la dirección del arsenal y el mando de la flota (Lirola, 1995). Las fuentes son parcas en estimaciones numéricas y se contentan con destacar la preponderancia de la flota ceutí o en señalar el “gran número” de embarcaciones que toman parte en las acciones. No obstante, contamos con alguna referencia que permite traducir en cifras estas loas. En 1162 son cien navíos ceutíes los que forman parte de la flota de Abd al-Mumin. En 1272, toda la flota mariní reforzada con veinte galeras aragonesas fueron vencidas por la flota ceutí. Algunos años más tarde, en 1279, son cuarenta los barcos que parten del puerto de Ceuta para levantar el cerco de Algeciras (Cherif, 1996 b, págs. 101 y 102). La flota estaba compuesta por distintos tipos de barcos, aunque es difícil identificar con precisión cuáles corresponden a cada denominación recogida en las
fuentes (Lirola, 1993). La que atacó Mallorca en 1203 estaba formada, según Al- Himyari, por trescientos jafn (barcos de guerra para el transporte de hombres y armas),de los que setenta eran gurab, treinta tarida, cincuenta grandes marqab y qawarib de distintas clases. Parece de esta distribución que son los navíos de gran movilidad los predominantes en la flota almohade, circunstancia que debió mantenerse durante el periodo mariní (Cherif, 1996 b, pág. 103). Aunque estaban provistos de armas de muy distinta naturaleza, la flota ceutí se distinguió especialmente por sus arqueros y ballesteros a los que antes hemos hecho mención.
ECONOMÍA DE CEUTA DURANTE LA EDAD MEDIA
Esbozar un bosquejo de las características de la economía ceutí en este periodo es, aunque insoslayable, empresa arriesgada y abocada en cierta medida al fracaso. Carentes de registros detallados sobre la producción, organización, distribución, etc., y faltos aun, en gran medida, de datos procedentes de los análisis arqueológicos que permitan reconstruir el paleoambiente, la dieta, los cultivos, etc., nuestra exposición debe basarse esencialmente en lo recogido en los textos. Es éste un camino inseguro y siempre sujeto a revisión por la parcialidad, discontinuidad e inseguridad de los datos. Parcialidad en la medida en que no todas las actividades económicas tienen el mismo reflejo en ellos, siendo en ocasiones reseñado lo anecdótico olvidando en cambio las destinadas al sustento del común. Parcialidad también en la medida de que una fuente de información esencial, al menos durante algunos siglos, son los archivos de los diferentes estados cristianos y éstos se ocupan exclusivamente de la actividad comercial o de la piratería (Amran, 1988; Cariñena y Díaz, 1995; Dufourq, 1966;
Hinojosa, 1995; Mosquera, 1994, pág. 402; Posac, 2002, etc.). Discontinuidad porque los procesos de transmisión de la documentación han hecho llegar a nosotros sólo un pálido reflejo de la producción original, lo que supone en la práctica que mientras que para algunas centurias apenas contamos con información, otros periodos son relativamente mejor conocidos. Inseguridad, por último, por la frecuente tendencia a exageraciones o a errores en la transmisión de cifras y por las contradicciones entre distintas fuentes. En buena medida sin un marco regional de referencia nos limitaremos a ofrecer algunas pinceladas que sólo tenuemente podrán reflejar una realidad mucho más compleja y llena de matices.
Agricultura
En cualquier sociedad preindustrial, también en la medieval islámica, la actividad económica esencial es la agricultura entendida en un sentido amplio. Esta actividad se desarrolla fundamentalmente en un marco rural aunque también en el entorno más inmediato de las ciudades, e incluso residualmente en su interior. En el caso de Ceuta este espacio rural es bastante desconocido, por lo que nos centraremos casi exclusivamente en los datos procedentes de su ámbito periurbano. La propiedad de la tierra es fundamentalmente privada. Además de campesinos que cultivan sus propias parcelas, se conoce la existencia de grandes propietarios que explotan sus propiedades con aparceros o incluso con asalariados (Cherif, 1996 b, pág. 116). Poseen tierras no sólo en la campiña ceutí sino en lugares muy alejados como al-Andalus. Además de estas propiedades privadas debemos señalar la existencia de terrenos explotados como bienes hábices, cuyos rendimientos sostienen determinadas instituciones de carácter religioso o asistencial (Benramdane, 2003, pág. 171). Existen también tierras comunales y tierras de nadie. El principal aprovechamiento de estos terrenos era el pastoreo, la estabulación de ganado, la recogida de matorral y frutos silvestres y la extracción de madera y leña. En las inmediaciones de la ciudad encontramos terrenos de estas características tanto al este (monte Hacho) como al oeste (junto al Afrag). La unidad básica de fiscalización y poblamiento es la alquería, agrupación de hombres libres, generalmente propietarios de la tierra que cultivaban, dividida en parcelas de pequeño o mediano tamaño. Se dedican fundamentalmente a la agricultura y la ganadería complementada a veces con otras actividades (pesca, ciertas artesanías y, en menor medida, los intercambios). Estas comunidades rurales, además de ser la mano de obra fundamental del sector agrario, contribuyen mediante el pago nde impuestos, posiblemente colectivos, al sostenimiento del estado. El paisaje rural ceutí estaría pues constituido por una serie de alquerías como núcleos principales del hábitat, que en los Madahib son citadas de forma genérica, excepto la de Beliunes (Serrano, 1998, pág. 39). El enclave de Beliunes es presentado en las fuentes, tanto como un sitio de recreo de la oligarquía ceutí, como un lugar de abastecimiento de agua y centro de producción agrícola de primer orden. La expresión arquitectónica de esta múltiple realidad es la almunia, cuya realidad física es conocida gracias a las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en este yacimiento (Cressier et al., 1986 a, 1986 b). En la etapa almorávide al menos y posiblemente en otros momentos también, la unidad de explotación agraria es el huerto, espacio irrigado en el que se cultivan verduras, hortalizas y árboles frutales. Estos huertos están presentes también dentro de la ciudad, en las zonas traseras de las casas (Serrano, 1998, pág. 47; Hita y Villada, 1996, 2000 b). La mayor concentración de este tipo de propiedades se daba en el entorno desde García Aldave hasta el actual Beliunes. Las fuentes relatan la fertilidad de Beliunes, que contrasta en opinión de León el Africano con la dureza del paisaje entre ésta y la ciudad. Por lo que se desprende de los textos, la agricultura de regadío tiene mayor presencia que la de secano. Las fuentes reflejan una estructura agraria basada en parcelas que precisan para su explotación de la existencia de una red hidráulica que asegure el riego. Son necesarios en consecuencia tanto una serie de canales, acequias, etc, que permitan la distribución de las aguas, como una regulación del modo en que se accede a este preciado bien. Es decir, establecer quiénes tienen derecho al uso del agua y en qué condiciones (turnos, volumen de agua a utilizar) para asegurar su correcta distribución mediante acequias y qanat que conducían las aguas procedentes de arroyos. Otra forma de abastecimiento son las fuentes, estanques y pozos que son usados comunalmente (Serrano, 1998, pág. 54).
Las acequias tenían compuertas que regulaban el acceso al agua. Sabemos de un caso en que el agua fue llevada a un huerto cavando una simple zanja sin revestimiento alguno, lo que provocaba que parte del caudal se perdiese (Serrano, 1998, págs. 51-53). Además de lo establecido por la propia jurisprudencia islámica, sedetectan en las fuentes referencias a usos locales tradicionales en esta regulación. Los conflictos por el aprovechamiento de las aguas son copiosos. Hemos de tener en cuenta que el agua no era sólo empleada en las tareas agrícolas, sino que era también usada por ganaderos, molineros, particulares para su uso doméstico e higiene personal, etc. El cadí Iyad es frecuentemente consultado sobre esta cuestión (Serrano, 1998, págs. 51 y ss.). La abrupta topografía obligó frecuentemente a la construcción de bancales o terrazas para crear superficies más o menos horizontales que fuesen fácilmente irrigadas. Las principales características de los cultivos de estas explotaciones son su variedad, calidad y cantidad.
Así, por ejemplo, Al-Ansari ofrece una extensa relación de productos que no sólo abastecen a la población ceutí, sino que constituyen objeto de comercialización a espacios más alejados siendo incluso exportados a al-Andalus. La nómina de productos cultivados es amplia. Todas las fuentes escritas reflejan una especial calidad de las tierras de cultivo de la alquería de Beliunes, principal centro productor del espacio periurbano de Ceuta. Pero también se habla de productos cultivados en otras aldeas cercanas e incluso en parcelas en el interior de la propia ciudad. al-Ansari, nuestra fuente más exhaustiva, diferencia entre los productos de otoño, verano e invierno. Entre los productos de otoño destacan uvas, higos, manzanas, melocotones, membrillos, mostajo, granadas, almendras, nueces, avellanas, castañas, olivas y algarrobas. En verano se cosechan albaricoques, ciruelas, peras, moras, brevas y cerezas. Cultivos de invierno son la cidra, lima, limón y naranja. A esta variedad habría que sumar el cultivo de la caña de azúcar (muy abundante en la alquería de Mattanan) y los plátanos, muy extendidos en el interior de la ciudad. Aunque la mayoría de las tierras se dedican a la arboricultura, al menos eso es lo que se desprende de la información de al-Ansari, es lógico suponer que, junto a estos productos, se produjesen hortalizas y leguminosas, como se desprende de los libros y recetarios de cocina de la época, en los que se cita una amplia variedad de estos artículos, e incluso de algunos de los casos planteados al cadí Iyad. Menos abundante era el espacio destinado al cultivo de cereales, dado que las características del terreno no eran las más adecuadas para su producción. Sin duda la ciudad era deficitaria en grano, como pone de manifiesto la cantidad de silos distribuidos por toda la ciudad. La arqueología ha documentado una gran cantidad de estos depósitos excavados en la roca, mayoritariamente en la zona sur de la actual Almina, pero presentes en toda la ciudad, destinados a cumplir la función de graneros. También está documentada la importación de cereales en las fuentes, del que es ejemplo el testimonio recogido por los Madahib, que menciona expresamente la llegada de trigo a Ceuta procedente de Mazagán. La siembra de plantas destinada a su aprovechamiento textil, como el lino, el algodón o el esparto debió contar con una superficie suficiente que asegurarse las demandas de un mercado en expansión.
Los jardines, aunque no constituyen propiamente un paisaje destinado a la explotación agraria, están muy presentes en la fisonomía del territorio ceutí, vinculados tanto a la ciudad como a núcleos rurales. Además de su disfrute como lugar de esparcimiento, en ellos se cultivaban plantas aromáticas, árboles frutales y plantas con flores que sin duda tuvieron un aprovechamiento que trasciende el mero deleite. Así, por ejemplo, es significativa la cita de al-Ansari sobre la abundancia de plataneros en el interior de la ciudad, el uso de diversas especies de hierbas aromáticas como aderezo de numerosas recetas de cocina o la constatación arqueológica del empleo del arrayán, el brezo o el mirto como combustible en los hogares de las viviendas ceutíes de época mariní (Hita y Villada, 1996). No debe olvidarse tampoco la siembra de plantas con propiedades colorantes o medicinales que en parte pudieron haberse cultivado en los jardines de la ciudad.
Ganadería
La actividad ganadera se halla íntimamente relacionada con la agricultura. Ello se debe no sólo al aprovechamiento de un espacio común, como es el caso de las tierras de secano en periodos de barbecho, sino al uso de animales como fuerza motriz para el arado y la siembra, y del estiércol como abono para los cultivos. No obstante, la actividad ganadera estaba más vinculada a los terrenos comunales cercanos a los núcleos de población y a las tierras de nadie. En éstos, el derecho de pasto era predominante sobre otros usufructos como la recogida de leña, frutos silvestres, etc. La ganadería parece haber sido practicada incluso en el interior de la ciudad (Benramdane, 2003, pág. 174).
En este caso, y a diferencia de la agricultura, la información proporcionada por la zooarqueología está abriendo en los últimos años nuevas vías de conocimiento. El estudio de varios depósitos faunísticos recuperados en las intervenciones arqueológicas (principalmente en silos usados como basureros una vez perdida su función inicial), ofrece datos sobre las especies aprovechadas para el consumo cárnico, edades en que son sacrificadas, hábitos alimenticios, etcétera. Entre los animales domésticos documentados aparecen ejemplares de toro, buey, cordero, oveja, cabra y gallina. También aparecen conejos, sin que pueda determinarse si se trata de fauna doméstica o proceden de la actividad cinegética (Lozano, en prensa). En general, los bóvidos estudiados son adultos, lo que parece indicar su uso como animales de tiro o el aprovechamiento de su producción lechera. En cambio, las ovejas suelen sacrificarse antes de los dos años, con gran presencia de primales. Las marcas en los huesos evidencian el empleo de herramientas específicas para el despiece posiblemente llevadas a cabo por un carnicero o matarife. En las fuentes escritas se cita la existencia de apriscos para el resguardo del ganado. También al-Ansari hace mención al barrio Al-Kassabun o a los ganaderos en el Arrabal de Afuera. Este espacio se perpetuaría tras la conquista, conociéndose por los portugueses como el albacar, tradicional espacio para la estabulación de ganado (Gozalbes, C., 1980, 1988 c). Las crónicas, tras la conquista portuguesa, relatan razias en los territorios circundantes a la ciudad para apropiarse del ganado de las poblaciones rurales.
La cría de caballos, destinada en parte a la exportación, parece haber sido especialmente desarrollada en los alrededores de Tetuán (Ferhat, 1993, pág. 274). Además de la ganadería, más o menos intensiva, las fuentes informan de que parte de la población rural se dedicaba al pastoreo, lo que implica también la existencia de una ganadería extensiva. Ante la inexistencia de pastos comunales en las cercanías de sus alquerías, sus habitantes se verían obligados a trasladar sus ganados a lugares más alejados, presumiblemente a tierras de nadie.
Recursos del bosque
Desde la Antigüedad diversos autores han puesto de manifiesto la densidad de los bosques de la comarca donde se enclava Ceuta. Se trata habitualmente de un bosque mediterráneo con presencia de matorral y también de alcornocales. Su aprovechamiento es bastante variado. De las especies arbóreas se obtiene principalmente leña, utilizada en la construcción y como materia prima para la fabricación de embarcaciones, utensilios y mobiliario. Otro recurso importante que aporta el arbolado es servir de alimento al ganado. Constituye un alimento más rico en proteínas que algunos pastos y puede ser consumido directamente de la planta viva o a partir de ramas procedentes de podas. Los pastizales constituyen el otro recurso del bosque y suponen un grado de explotación intermedia entre los bosques naturales y los cultivos propiamente dichos. Del bosque se extraen también otros productos como la miel, muy apreciados para el consumo humano y la elaboración de otros alimentos. Por último cabría citar los cultivos ubicados en entornos boscosos. Son predominantemente de secano y se asientan normalmente en los mejores suelos, como fondos de valle y suelos aluviales. Sin embargo, su capacidad agrícola es baja dadas las características de los suelos mediterráneos, por lo que acostumbran a establecerse turnos rotatorios de explotación. La explotación cinegética constituye otra fuente de aprovechamiento de los recursos del bosque. Las especies más comunes son el conejo, la perdiz, la liebre, el ciervo, etcétera.
El aprovechamiento de los recursos marinos
Con una larga tradición que hunde sus raíces en el periodo romano, el aprovechamiento de los productos del mar fue uno de los principales recursos explotados por los ceutíes (Cherif, 1996 a). Muchos autores alaban las riquezas pesqueras de la región del estrecho de Gibraltar, tanto por la cantidad de las capturas como por su calidad.
Las especies mencionadas en el área del Estrecho son el atún o el hut Musa, capturado en grandes cantidades. Del resto, apenas una palabra nos ha llegado. No obstante, al-Idrisi señala que se capturan más de cien especies distintas, obteniéndose una pesca abundante y muy productiva entre las que figuran grandes peces. “Ninguna otra costa es más productiva”, señala con orgullo el geógrafo ceutí. Destaca la captura de atún, posiblemente la de mayor importancia desde el punto de vista económico. También Al Himyari, que básicamente reproduce la información aportada por al-Idrisi, se hace eco de estas pesquerías. Mayor interés tiene el relato de Al-Zuhri que recoge noticias relativas a la emigración anual de los atunes y a su captura en aguas del Estrecho. Indica que los atunes se desplazan entre el Atlántico y el Mediterráneo en el mes de mayo, regresando al Atlántico a partir de junio. Se complace en describir su rapidez (recorren muchos cientos de kilómetros en un día y una noche), la abundancia de sus capturas en Tamisan, en la jurisdicción de Ceuta, y en ponderar su sabor, en ningún lugar mejor preparado que en al-Andalus y Ceuta. Señalaremos para terminar la información recogida por Cherif relativa a otras dos variedades de pescado capturado en Ceuta, el girri y las taradanas, estos últimos capturados en aguas profundas (Cherif, 1996 a, pág. 258).
No sabemos a qué pescados hacen referencia estas denominaciones. La nómina de especies consumidas en Ceuta ha podido ser ampliada a partir del análisis de las muestras de ictiofauna. Se han identificado hasta el momento la presencia de congrio, paparda, sardina, pez de San Pedro, jurel, dorada, boga, rascacio, mero, pargo, atún rojo, estornino, bonito, cherne, sama de pluma y besugo (Lozano, en prensa). Más interesados en resaltar la fructífera abundancia en peces de las costas del Estrecho y de Ceuta en particular, las fuentes apenas ofrecen información sobre las técnicas de captura. Cabe suponer, sin embargo, que éstas no diferían en mucho de las que conocemos en otras regiones y de las existentes en momentos anteriores a la presencia islámica. Ello nos permite hacer una primera distinción entre aquella actividad pesquera con anzuelos o nasas, destinada a la alimentación de un individuo o una familia, y aquella otra desarrollada a mayor escala y que exige un trabajo colectivo (almadrabas).
Apenas nada sabemos tampoco sobre los aparejos utilizados, que dependían de las capturas que se deseaba realizar, así como de los medios de que se disponía. Entre las técnicas de pesca destacan dos: la de red y la de almadraba (Lirola, 1993, pág. 376). La escasa información sobre las técnicas de captura se centra en la descripción de la pesca del atún y en concreto de las almadrabas. al-Idrisi destaca la habilidad de los pescadores ceutíes subrayando su “innegable habilidad y saber hacer” en esta materia. Señala el empleo de arpones provistos en su extremo de dientes que penetran en la carne del animal con firmeza. No serían únicamente utilizados para la captura de atunes sino también para la pesca de otras especies de considerable tamaño (Cherif, 1996 a). Señala al-Ansari la existencia de 299 pesquerías diseminadas en la zona costera que se extiende desde Qabb Munt en Bahr Abi Sul hasta Marsa Musa. El primer punto, Qabb Munt, el cabo del Monte, es ya citado en el itinerario terrestre de Tetuán a Ceuta de Al-Bakri y puede ser identificado con cabo Negro. Marsa Musa es también citado por Al-Bakri: “el Yabal Musa se encuentra al este, allí donde desemboca el río Marsa” (Siraj, 1995).
Indica asimismo al-Ansari la presencia, en ese mismo espacio entre Qabb Munt y Marsa Musa, de nueve almadrabas que proporcionaban una gran cantidad de capturas, siendo especialmente fructífera la de Awiyat. Otra almadraba era la de Madrib al-Sabika, situada en la bahía norte. Del resto se desconocen sus nombres y emplazamiento. No estamos seguros de la fecha en que comenzó la explotación de estas almadrabas aunque, como hemos señalado ya, en el siglo XII al-Idrisi señala la importancia de la pesca del atún en esta región. Su funcionamiento no debió diferir mucho de las actuales. Aprovechando las migraciones estacionales de los grandes peces como los atunes se disponían estos ingenios en zonas relativamente cercanas a la costa. Consisten básicamente en un laberinto de redes en el que los animales eran conducidos por diferentes estancias hasta llegar a la última donde, atrapados sin salida, eran capturados. Los rendimientos de estas almadrabas eran excepcionales. Señala Al-Maqqari que en el siglo XIV, Abu l Abbas Al-Husayni, uno de los más influyentes personajes de la ciudad, tenía el monopolio de una de estas almadrabas, la de al-Mina y un tercio de la de Awiyat, que antes se mencionaba. Sólo del tercio de la de Awiyat obtenía entre 500 y 700 dinares y alguna vez incluso 2.000 en una sola jornada. Aunque estas cifras sean exageradas, no dejan de mostrar claramente los extraordinarios rendimientos obtenidos y su impacto en la vida económica local (Cherif, 1996 b, pág. 121; Benramdane, 2003, pág. 174). El adecuado funcionamiento de estas almadrabas era un hecho vital para la vida de los habitantes de Ceuta. Para su mantenimiento existió en la ciudad un amil al- madarib, gobernador de las almadrabas, según informa Al-Maqqari. Junto a un grupo de ayudantes, velaba para controlar estrictamente los rendimientos de las almadrabas, así como se ocupaba de su mantenimiento y de dotarla de las instalaciones necesarias (Cherif, 1996 b, pág. 121). Desconocemos, no obstante, otros datos sobre este “gobernador de las almadrabas”, cargo desconocido en otras ciudades del entorno. Las fuentes textuales reflejan cierto desdén hacia estos pescadores dedicados a un duro oficio que apenas permitía la subsistencia en la mayor parte de las ocasiones. Como parte de la amma, el pueblo llano, se refieren a ellos habitualmente con cierto desprecio no exento de prejuicios. Sin embargo, en Ceuta, esto no debió ser exactamente así. La vinculación de una figura tan importante como Abu l Abbas al-Husayni con la explotación de la almadraba ofrece una idea de que en la ciudad las clases más pudientes no dudaban en dedicarse a la explotación de estas pesquerías tan rentables. Además, la pesca en Ceuta tenía un importante papel social: las capturas de las almadrabas no sólo servían para que los pescadores que en ellas trabajaban lograsen su sustento diario, sino que además eran repartidas en parte entre las gentes más necesitadas, y ello aumentaría indudablemente la consideración social de sus explotadores entre la comunidad.
Una producción de tales proporciones difícilmente puede entenderse como exclusivamente para el consumo local. Parece lógico considerar que, como en épocas anteriores, partes de esas capturas fueran exportadas después de ser sometidas al imprescindible proceso de conservación. Apenas nada dicen las fuentes respecto a la conservación de los atunes en Ceuta y la arqueología no ha permitido encontrar hasta el momento vestigios de esta actividad. No obstante, y aunque sin citar expresamente a Ceuta, contamos con el testimonio de Al-Zuhri, que señala que el atún salado y seco era objeto de una comercialización importante, tanto hacia los Estados cristianos como a otras partes de al-Andalus y Al-Magrib e incluso a las regiones orientales del mundo musulmán como Egipto (Picard, 1997, pág. 375). Otras especies, como el hut Musa, eran también exportadas. Abu Hamid al-Garnati indica que “los judíos y los cristianos lo compran, lo cortan en tiras y lo salan para transportarlo a países lejanos” (Gozalbes Busto, 2002, pág. 274). Pero es el coral, celentéreo antozoo cuyo soporte calizo arborescente blanco, rosado o encarnado es utilizado desde la Antigüedad para la fabricación de joyas y otros objetos preciosos, tanto por su belleza como por sus pretendidas cualidades mágicas, la captura más alabada por las fuentes. Aunque la pesca de corales en al-Andalus es ya mencionada en el siglo IX por Al-Jurdabih, no es hasta la posterior centuria que encontramos en el relato de Ibn Hawqal una información más precisa. Según su testimonio, el coral se recoge en Marsa al-Jaraz (Lacalle, en las proximidades de Tabarra, Túnez), en Tenes (Argelia) y en Ceuta. El anónimo Kitab al-Istibsar es bastante más preciso. Señala que el coral existe en el bahar al-Zuqaq, el mar del Estrecho, en la costa del poblado de Beliunes del distrito de Ceuta. Su calidad es altísima, sólo comparable al que se recoge en la India, en China y en al-Andalus (Gozalbes Busto, 2002, pág., 275).
Nuevas menciones del coral ceutí son recogidas por al-Idrisi. Indica que cerca de Ceuta se obtienen “arbustos” de coral de gran calidad. En la ciudad existía un mercado destinado a su talla y pulimento. Se exporta al África subsahariana, al reino de Ghana, reportando considerables beneficios (Cherif, 1996 b, pág. 127). Autores más tardíos vuelven a hacer eco de esta producción que sitúan, en cuanto a su calidad, únicamente detrás del de Marsa Al-Jaraz (Al-Dimisqui), o simplemente señalan que es inmejorable y que es trabajado por los artesanos ceutíes (Al-Himyari, por ejemplo).
La explotación de estos corales debió acabar con ellos en un plazo relativamente corto. Su apogeo debe situarse a finales del siglo XII. No obstante, el coral ceutí sigue citándose por algunos autores como ya hemos visto, incluso en un momento tan avanzado como el siglo XV, cuando Al-Qalqasandi vuelve a mencionarlo. Para Ferhat se trata de datos tomados de autores más antiguos (Ferhat, 1993, pág. 279).
Aunque sin datos tan certeros como en el caso del coral, se ha propuesto la existencia de exportaciones hacia el África subsahariana de perlas y nácar, aunque no puede asegurarse que estos productos procediesen de la región ceutí. Señalemos también para terminar con este apartado que Al-Maqqari indica que en Tutan se obtienen “jacintos rojos” de muy buena calidad.
ACTIVIDADES DE TRANSFORMACIÓN DE MATERIAS PRIMAS Y ARTESANALES
La organización del trabajo
Casi de forma exclusiva, la información sobre el artesanado ceutí procede de las fuentes textuales. Sólo la alfarería, paradójicamente no citada por los textos, ha podido ser constatada mediante la investigación arqueológica.
Generalmente, los artesanos que ejercían una actividad común solían instalarse juntos en una zona de la ciudad. Parece así que a la tradicional formación de barrios por etnia o procedencia se superpuso una estructuración articulada por profesiones, a cuyo frente se encuentra el amin, delegado del muhtasib, que vela porque no se produzcan fraudes y recauda los impuestos. De hecho, esta organización basada en el trabajo deja su huella en el urbanismo de la ciudad, dándole nombre a calles, zocos, mezquitas, etc. No obstante, algunos oficios no siguen esta norma, como es el caso de los dedicados al trabajo de la seda esparcidos por toda la ciudad, según al-Ansari.
Los sectores de la actividad artesanal
Un sector de gran importancia que agrupaba a un considerable número de artesanos (molineros, panaderos, aceiteros, confiteros, vendedores de alimentos preparados, etc.) era el vinculado a la alimentación. La molienda del cereal constituye una de las actividades esenciales, si tenemos en cuenta las necesidades de una población creciente que en buena medida basaba en el consumo de cereales panificables su subsistencia. En la etapa almorávide sabemos de muchos de ellos en el área periurbana que entran en conflicto con los campesinos por el uso del agua (Serrano, 1998, págs. 68-72). La evidencia arqueológica es, sin embargo, escasa, aunque sabemos que técnicamente los molinos eran idénticos a los andalusíes (Cressier, 1998). En el siglo XV hay 103 bien abastecidos de agua y repartidos por toda la ciudad. Destaca el situado en Al-Masamiriyyin, de imponente construcción según al-Ansari. Sin duda, los panaderos utilizaron para la molienda no sólo las instalaciones urbanas sino también los molinos situados en el territorio circundante. Así lo dice explícitamente al-Ansari cuando señala 43 molinos al servicio de la ciudad especificando su ubicación: 22 en Awiyat, 12 en Beni Masala, uno en Ilyan, siete en Marsa Musa y el último en Al-Maqsara, en Bazbag.
Estrechamente ligados a la actividad de los molinos están los hornos. Cuenta al- Ansari 360, siendo el más importante el situado en la calle Ibn Yarbu, muy espacioso, que fue construido por los azafíes. Sin embargo, la mayoría debieron ser más modestos y atenderían tan sólo las necesidades de una o varias familias vecinas. Dos estructuras semicirculares localizadas en una de las viviendas excavadas en el Recinto Sur han sido interpretadas como vestigios de hornos (Hita y Villada, 2000 b).
No tenemos prácticamente información sobre la existencia de almazaras. Existe en el siglo XI un mercado del aceite y un molino de los aceiteros, pero se ha supuesto que gran parte de las necesidades de la población eran satisfechas por las importaciones (Cherif, 1996 b, pág. 124). Sabemos que el diezmo del aceite sirvió para hacer frente a las obligaciones derivadas del pacto suscrito por los azafíes con la corona de Aragón (Benramdane, 2003, pág. 184). Por otra parte, debe recordarse que el aceite era utilizado no sólo como alimento sino que, perfumado o no, era empleado para alimentar lámparas y candiles. Por último, citaremos entre estas actividades relacionadas con la alimentación una importante estructura productiva de elaboración de conservas de pescado, en parte al menos controlada por cristianos y judíos, estrechamente ligada a las almadrabas ceutíes. Aunque tenemos constancia de que la importación de prendas de lujo es considerable, los artesanos encargados de la elaboración de tejidos son muy numerosos (Ferhat, 2002). Las principales materias primas son el lino, el algodón, la lana y el esparto. Con ellos confeccionan todo tipo de ropajes y complementos de vestir. Iyad indica la existencia de una mezquita de los algodoneros (al-qattanun), de la que desgraciadamente no podemos precisar su ubicación. En sus cercanías se encontraba el zoco de los aceiteros, así como numerosas tiendas. La seda es también objeto de una activa artesanía ya que la ciudad abastecía al resto de ciudades de su entorno norteafricano. Existen 31 mercados de seda extendidos por toda la ciudad, siendo el más destacado el situado en la parte baja del Zuqaq Hattab. al-Ansari señala que había 19 talleres para los tejidos de hilo, la mayoría ubicados en el interior de la ciudad y cercanos a la plaza de Al-Hafa, en la zona oriental, aunque los había por toda Ceuta.
Estrechamente relacionadas con la artesanía textil, las tintorerías estaban dispuestas junto a las murallas y torres. Cita al-Ansari 25 destinadas a ropas y 19 a la lana. Este número que supera las necesidades de la población indica una activa exportación (Benramdane, 2003, pág. 183). Las tenerías no aparecen explícitamente nombradas en las fuentes aunque el trabajo del cuero de encuadernadores, guarniciones, zapateros, etc., alcanzó cierto desarrollo. Sabemos también de un mercado dedicado a la venta de sandalias con suelas de corcho (qurq) (Cherif, 1996 b, pág. 126).
La orfebrería alcanzó también un notable desarrollo. Menciona al-Ansari que el mercado de Al-Saqqatin es conocido por los objetos de latón de prodigiosa técnica y brillante color, típicamente ceutíes. León el Africano nos informa de que los productos ceutíes eran muy valorados en Italia, donde competían en calidad con los de Damasco.
De la mención de un lugar dedicado al comercio de objetos de vidrio y de la descripción de distintos edificios ornamentados con vidrios de colores cabe suponer igualmente la existencia de artesanos dedicados a este oficio (Cherif, 1996 b, págs. 126 y 127). Diversos autores han indicado la fabricación de papel entre las actividades artesanales desarrolladas en Ceuta (Cherif, 1996 b, pág. 126), aunque Ferhat ha puesto en duda que las menciones de las fuentes hagan referencia explícita a su fabricación. No obstante, la existencia de las materias primas necesarias, de un activo comercio librero, de numerosas bibliotecas y de una escuela de copistas lo hacen muy posible (Ferhat, 1993, págs. 325-328). Uno de los sectores de mayor importancia es el de la construcción naval desarrollada en el arsenal de Ceuta, dada la importancia que para la defensa y el comercio tenía la flota ceutí. En esta producción trabajan carpinteros, aserradores, calafateadores, herreros, esparteros y demás artesanos vinculados en el proceso de construcción naval. Por las numerosas noticias recogidas de las fuentes y el papel desempeñado por su flota, el volumen de trabajo debió ser muy importante.
El número de talleres dedicados a la fabricación de arcos es de 40 en el siglo XV, 20 instalados en Al-Mamarr al-Azam y otros 20 en las casas de artesanos, de los que al Ansari señala los principales. La actividad de la casa de la moneda (dar al-sikka) debe también ser destacada. Las primeras acuñaciones datan del periodo hammudí y se prolongan hasta la conquista portuguesa de la ciudad. Las emisiones monetales se caracterizan en general por la alta calidad de sus acuñaciones, sobre todo en oro. Posiblemente la participación de la ciudad en los circuitos de importación y comercialización del oro subsahariano aportó la materia prima precisa. La artesanía del coral, a la que ya hemos hecho referencia, era también importante. al-Idrisi nos señala la existencia de talleres encargados de la talla y el pulido del mismo que abastecían no sólo el mercado local, sino que era objeto de exportación. Otras artesanías de lujo, como la joyería, parecen haber estado dominadas por los artesanos judíos. El hilo de oro es también usado por los guarnicioneros y bordadores (Ferhat, 1993, pág. 324). Como dijimos al inicio de este apartado, los únicos testimonios documentados por la arqueología son los relativos a la producción cerámica. El gran volumen de cerámicas recuperadas hacía suponer que al menos parte de ellas procediesen de alfares ceutíes (Fernández Sotelo, 1988; Hita et al., 1997; Hita y Villada, 1998, 2000 c, 2003 b). La existencia de alfares capaces de conseguir productos de cierto nivel técnico y estético está atestiguada, al menos de forma indirecta, desde fines del siglo XII gracias a la localización de un brocal de pozo, datado en 1190, en el que se trazó la siguiente inscripción: “Esto es lo que fue hecho en casa del Hadjd Buluqqin, día [...] séptimo del mes de Rabi último del año seis y ochenta y quinientos” (Erbati, 1995; Fernández Sotelo, 1988; Roselló, 1998). Otros indicios permitieron plantear la existencia de una producción alfarera de importancia. Efectivamente, dentro del grupo de cerámicas recuperadas en el solar de la actual sinagoga El Betel se documentaron útiles de alfarero.
Todos estos indicios, unidos a los resultados de los análisis físico-químicos de cerámicas procedentes de Alcazarseguer y Ceuta, llevaron a plantear en varias ocasiones la posible procedencia ceutí de parte de las cerámicas allí exhumadas (Myers y Blackman, 1986). Dos excavaciones realizadas en 1987 y 1998 en el Llano de las Damas pusieron al descubierto tres hornos, abundantes cerámicas y utensilios relacionados con esta actividad artesanal que confirmaban esta hipótesis. El alfar se encuentra en un lugar apropiado para el desarrollo de dicha actividad. En sus inmediaciones existían un arroyo, que asegura el abastecimiento de agua, y un yacimiento de arcillas ferruginosas muy plásticas de donde se extraería el barro preciso para la producción. La segunda de estas excavaciones puso al descubierto un horno con cámara circular y sin parrilla de división entre la cámara de combustión y de cocción. La galería de alimentación del combustible era de planta rectangular.
Para la sujeción de las piezas en el interior de la cámara de cocción se dispusieron barras empotradas en la pared de dicha cámara, que actuaban a modo de repisas donde colocar la cerámica a cocer (Hita y Villada, 2000 c). Debió construirse durante el siglo XIV y estuvo en uso hasta la conquista portuguesa. Fue entonces abandonado, quedando en su interior la última hornada que se estaba cociendo. Su producción incluye algunas cerámicas vidriadas y sobre todo piezas bizcochadas, en ocasiones decoradas con trazos de pintura. Las piezas, realizadas a torno, mostraban una variada tipología. No obstante, más de la mitad de la hornada eran ollas. Le seguían en importancia tapaderas, jarras, cuencos, candiles, cazuelas, platos, anafres y lebrillos (Hita y Villada, 2000 c). Producciones similares en forma y cronología han sido recuperadas en numerosas intervenciones arqueo-lógicas en la ciudad, como parte del ajuar doméstico de las viviendas ceutíes (Hita y Villada, 2000 b, 2000 c). Ha de suponerse, por tanto, que el volumen de piezas fabricadas en este alfar fue notable y que además quizá no fuese éste el único existente en este complejo. Producciones de este alfar no sólo han sido recuperadas en la ciudad, sino en el territorio circundante e incluso en otros núcleos urbanos como Alcazarseguer.
El comercio
El caso ceutí constituye un excelente ejemplo del alcance que las relaciones comerciales llegaron a experimentar durante la Edad Media. Este desarrollo comercial que se inició muy pronto se consolidó a partir de época almohade, fortaleciéndose aún más durante el dominio azafí, momento en que Ceuta se convirtió en una de las grandes potencias comerciales del Mediterráneo occidental. Como podrá comprenderse fácilmente, la situación de Ceuta juega un papel determinante para que la actividad comercial cobrará una especial relevancia. No sólo era la capital de un distrito extenso. Además desempeña un importante papel como centro redistribuidor de mercancías y productos entre los territorios norteafricanos y mediterráneos. En consecuencia, su puerto, en tanto que el comercio exterior estuvo muy vinculado a la actividad marítima, fue uno de los referentes en la entrada y salida de toda clase de productos. Aunque las fuentes textuales se centran sobre todo en el papel de la flota militar, no cabe duda de la existencia de un intenso tráfico realizado en naves comerciales, en buen número cristianas.
Desde el punto de vista de la organización social, los sectores de población vinculados a las actividades comerciales no son homogéneos. Los pequeños tenderos se encuentran en la zona inferior de la escala, en tanto que los comerciantes de mercancías de lujo (vendedores de perfumes, especias, joyas, etc.) ocupan una posición intermedia. Los grandes comerciantes se sitúan en la cúspide de la organización, con bastante influencia en la vida política y social de la comunidad. Generalmente se encargan tanto de redistribuir en otros lugares las mercancías del comercio interior y proporcionárselas a pequeños comerciantes de otros territorios como del comercio exterior. Es este grupo social el que obtiene los mayores beneficios y suelen actuar además como prestamistas o banqueros. Generalmente los estudios sobre el comercio establecen dos vertientes de análisis, el comercio interior y el exterior. El primero es aquel que se nutre de los productos obtenidos o elaborados en el territorio circundante. El segundo, más complejo, hace referencia a aquellos productos o manufacturas que, mediante la importación/exportación, se vinculan con el comercio a larga distancia. El comercio exterior proporciona bien ciertas mercancías que no pueden obtenerse en el entorno geográfico más inmediato, bien productos manufacturados especializados o de lujo.
Comercio interior
El comercio es un fenómeno esencialmente urbano en el mundo medieval islámico que se desarrolla en el zoco. Allí llegan los productos agrarios procedentes del entorno así como las manufacturas elaboradas por los artesanos (cerámicas, tejidos, objetos de metal, cueros, alimentos preparados...). El zoco, localizado en plazas o espacios públicos abiertos generalmente cercanos a alguna mezquita, posee una organización singular. El zabazoque o almotacén es el responsable de su buen funcionamiento. La nómina de funciones del sahib al-suq es amplia y todas ellas de vital importancia para su correcto funcionamiento. Aunque fueron modificándose con el tiempo, entre las más habituales se cuentan las de ejercer el control sobre el peso y las medidas, evitar las prácticas comerciales fraudulentas y el acaparamiento, velar por el buen orden del zoco, tanto en el aspecto higiénico como urbanístico, etcétera. Generalmente en las ciudades estos zocos tienen un carácter permanente, aunque también está registrada la existencia de zocos periódicos que se montan con tenderetes provisionales situados a su entrada. En cualquier caso, los zocos periódicos son más habituales en núcleos rurales, donde suele establecerse un día fijo en la semana para su celebración que incluso acaba dándoles nombre.
La agrupación de los vendedores por profesiones dio como resultado zocos exclusivamente dedicados a un determinado tipo de productos (aceiteros, perfumistas, ropavejeros, etc.). Podía tratarse tanto de un edificio autónomo y cerrado en el que se instalaban numerosas tiendas, talleres y almacenes, como de un espacio formado por varias calles en el trazado urbano de la medina en el que se abrían las distintas tiendas. Uno de los mercados más importantes de Ceuta era la alcaicería, donde se venden productos de lujo, especialmente tejidos y sedas. Ubicado junto a la mezquita mayor su situación refleja su importancia. Otro mercado de gran prestigio era el de los especieros o perfumistas, en las inmediaciones de la alcaicería. Las tiendas son por norma general de reducidas dimensiones y casi siempre ocupan el espacio exterior frente a ellas. En aquellos casos en que las tiendas cuentan con un taller no existe separación entre ambos. Es habitual que las tiendas se localicen cerca de las diferentes mezquitas, a cuyo alrededor se desarrolla una importante actividad económica.
Así, con motivo de una de las ampliaciones de la aljama ceutí, el cadí Iyad recoge cómo los dueños de las tiendas circundantes se mostraban reacios a vender sus propiedades. Esta noticia evidencia el floreciente negocio y el alto beneficio que reportaban. Las alhóndigas, edificios destinados a albergar a los comerciantes y servir de almacén a los productos, complementaban las infraestructuras necesarias. al-Ansari, tras recoger la noticia de la existencia de numerosos establecimientos de este tipo (más de 360, “según el decir de las gentes”), cita tres: funduq Al-Kabir, destinado al almacenamiento de cereales y construido en el siglo XIII; funduq Ganim, reservado para comerciantes y viajeros, y erigido por los almorávides, y funduq Al-Wahrani, bellamente ornamentado. Por regla general, eran edificios organizados en torno a un patio central, a cielo descubierto, con sus cuatro lados construidos y porticados, y de al menos dos plantas. En la inferior se encontraban los almacenes y establos del ganado. En la superior, las habitaciones para el alojamiento de comerciantes y viajeros. Un dato interesante es el aportado por al-Ansari respecto al establecimiento frente a la aduana (Dar al-Israf) de varias alhóndigas de los comerciantes cristianos. La nómina de productos comercializados en los distintos zocos era muy amplia, como puede deducirse de lo citado en los apartados dedicados a la agricultura, ganadería, pesca y artesanía.
Comercio exterior
A pesar de las objeciones de carácter religioso que gravaban el comercio con gentes de otras creencias en el ámbito comercial se impuso el pragmatismo, conociéndose incluso sociedades comerciales de musulmanes y cristianos. No obstante, existe una regulación de mercancías prohibidas que fue vulnerada repetidas veces (Amran, 1988; Ferhat, 2002, pág. 171). La presencia de comerciantes cristianos en Ceuta se remonta al menos al siglo XII. En 1133 los pisanos firman un tratado con los almorávides y frecuentan la ciudad. Esta situación se mantiene tras la conquista almohade, y tenemos noticia de que el tratado suscrito entre Pisa y el sultán almohade Al-Mansur, en 1186, restringía el comercio norteafricano de éstos únicamente al puerto ceutí. Aunque las relaciones Pisa-Ceuta no se interrumpen nunca totalmente, es evidente un descenso en el comercio en el siglo XIII debido, en parte, a la competencia genovesa y en parte a problemas internos en la ciudad italiana. También los comerciantes de Savona comercian con Ceuta al menos en el primer tercio del siglo XIII y tenemos noticias indirectas que atestiguan también la presencia, al parecer puntual, de mercaderes venecianos y sicilianos en la región del estrecho de Gibraltar. Pero es Génova la principal potencia comercial en Ceuta a partir de la segunda mitad del siglo XII (Posac, 2002, pág. 195; Mosquera, 1994, págs. 417-423). Si bien ya habían sido firmados algunos tratados comerciales con los almorávides, es a partir de la conquista almohade cuando son establecidos ventajosos acuerdos comerciales en los que obtuvieron incluso una reducción en las tasas fiscales con que eran gravados los productos. Los documentos conservados en los archivos genoveses permiten valorar la importancia de este comercio y el decisivo papel que Ceuta juega en estos intercambios.
Las relaciones parecen haber continuado incluso después del violento episodio de los calcurini que acabó en una acción de fuerza de la flota genovesa sobre Ceuta. Efectivamente, a pesar de que la documentación notarial conservada no es tan abundante, a partir de entonces el hecho de que el consulado de Ceuta fuese designado como consulado general genovés de Occidente, en 1267, parece atestiguar esta continuidad en las relaciones comerciales. La competencia aragonesa y el desplazamiento de las rutas comerciales hacia los puertos del Magreb central parecen haber hecho declinar el comercio genovés con Ceuta a finales del siglo XIII, aunque nunca se interrumpió por completo: los genoveses parecen haber apoyado la conquista de Ceuta por los nasríes en 1306 para favorecer sus intereses. Aunque pudo haber comenzado antes, el comercio de Marsella con Ceuta adquiere mayor relevancia en la primera mitad del siglo XIII. La documentación conservada permite destacar el papel de la familia Manduel en este tráfico comercial, así como la importancia de los mercaderes judíos en estas relaciones (Mosquera, 1994, pág. 424-426).
A partir de fines de la segunda mitad del siglo XIII, y especialmente en el siglo XIV, la hegemonía comercial pasa a manos de los puertos de la corona de Aragón (Mosquera, 1994, págs. 427-448). Varios acuerdos comerciales que favorecen estas relaciones son suscritos (por ejemplo, en 1269 con los azafíes, en 1287 con el sultán mariní, etc) y el rey no duda en defender sus intereses con la fuerza de su potente armada. Mallorquines, barceloneses y valencianos frecuentan el puerto ceutí obteniendo importantes beneficios económicos en estos momentos (Dufourcq, 1966). Incluso cuando la documentación escrita no refleja ya en la segunda mitad del siglo XIV este comercio, el hallazgo de numerosas tinajas de esta procedencia en el subsuelo ceutí permite confirmar la continuidad de estas relaciones, aunque no podamos cuantificarlas. Los comerciantes cristianos vivían en las inmediaciones de la zona portuaria. Casi la práctica totalidad de los intercambios se efectuaban teniendo como medio de pago la moneda. Su uso se hallaba bastante extendido y no sólo era utilizada en grandes transacciones comerciales. Un reflejo de la penetración de la economía monetaria es el hecho de que las propiedades, salarios, bienes y servicios, etc., expresan su valor en moneda, bien de oro (dinares) o de plata (dirhems). Generalmente las mercancías que entraban y salían con motivo de las transacciones comerciales se cargaban con el diezmo, aunque en determinadas ocasiones se primase a algunos comerciantes rebajando el porcentaje del impuesto a percibir.
DEMOGRAFÍA
Los estudios demográficos comparten las dificultades que ya hemos señalado al analizar otros epígrafes que derivan de la naturaleza de la información disponible. Los datos aportados por las fuentes escritas son escasos y en general imprecisos, por lo que cualquier estimación en ellos basada está sujeta a una notable incertidumbre. La arqueología comienza a ofrecer incipientes resultados que permiten caracterizar aspectos tales como la extensión de los distintos arrabales, el tamaño de las viviendas, etc, que constituyen elementos indirectos para estos cálculos (Hita y Villada, 2000 a, 2000 b). Por otra parte, el estudio antropológico, iniciado recientemente, de los restos recuperados en las necrópolis ceutíes ofrece datos, aún inéditos, sobre aspectos tan relevantes como la esperanza de vida de la población, patologías, régimen alimenticio, etc., aunque el número de individuos analizados hasta el momento es aún insuficiente para ofrecer datos fiables (Palomo, en prensa).
Carlos Gozalbes ha calculado, siguiendo una línea de trabajo iniciada por Torres Balbás basada en la extensión de la medina, que la población era de unos 29.000 o 30.000 habitantes en el siglo XII-XIII, cifra posiblemente superada después (Gozalbes, C., 1995 a, pág. 553). Más complejo aún resulta intentar establecer una evolución demográfica de la que quizás uno de los mejores indicadores sea la propia transformación sufrida por el urbanismo ceutí. Núcleo modesto de población hasta la conquista omeya, su conversión en plaza fuerte de los cordobeses en el norte de África debió suponer un incremento de la población y una consolidación de la ciudad a todos los niveles. Una vez convertida en la ciudad más importante de la región, la llegada de nuevos habitantes tanto de al-Andalus como del norte de África que buscarían en Ceuta refugio parece muy posible. Ferhat apunta que la iniciativa de crear una nueva ciudad en el Yabal Al-Mina por Al-Mansur pudiese estar relacionada con este incremento de la población (Ferhat, 1993, pág. 376).
El desarrollo económico de Ceuta a partir del siglo XI y el auge de las actividades comerciales provocan posiblemente un aumento de la población, que se traduce en la configuración de nuevos arrabales que aparecen ya constituidos en esta centuria. No obstante, la ciudad cuenta con numerosos espacios de huertos y no edificados, incluso dentro de su perímetro amurallado, si bien en algunas zonas, como la medina, esta densificación fue más acusada (Villada, en prensa). Pero es el progresivo avance cristiano en la península Ibérica el que intensifica la emigración hacia el norte de África, principalmente tras la caída de Sevilla, que tuvo en Ceuta uno de sus lugares de destino (Valencia, 1988). La política de Ibn Jalas de reconducir estos flujos migratorios hacia Ifriqiya y las llanuras atlánticas debió tener sólo parcialmente éxito y son una señal de la gravedad del problema. Esta emigración fue alentada por Fernando III de Castilla que habilitó cinco naves y ocho galeras para su traslado, señalando la Primera Crónica General que“et los que yvan por mar et querian pasar a cebta eran cient vezes mill por cincuenta”. Si estas cifras son exageradas, no es menos cierto que algunas fuentes árabes califican la situación de insostenible. Un ejemplo concreto lo recoge Ahmad al-Qastali que cuenta que Abu Marwan al-Yuhanisi vivía en Ceuta cuando llegaron sus hermanos con sus mujeres e hijos, porque los cristianos de al-Andalus se habían llevado sus ganados y sus bienes. Eran en total nueve personas, pero les dijo que Ceuta ya no podía recibir más gente. Tres días después de su marcha se recibió la noticia de que habían perecido al naufragar el barco que los transportaba.
Posiblemente esta masiva llegada de inmigrantes influyó en la propagación de la hambruna que asoló la ciudad en 1240. Las fuentes recogen diversas noticias sobre las estratagemas que aducían los refugiados, que generalmente alegaban hallarse en peregrinación a La Meca, habiendo recalado en Ceuta para descansar antes de continuar la navegación. No siempre los que llegaban partían de nuevo y la población debió incrementarse bastante. No obstante, no debe entenderse este proceso de aumento de la población como una evolución lineal. Las limitaciones del territorio ceutí para abastecer a una población numerosa eran evidentes, como hemos expuesto. Ya en el siglo XV, la descripción de al-Ansari es prolija en referencias que hacen pensar que la ciudad, que ya había perdido parte de su esplendor, continúa siendo una urbe de notables proporciones. Ferhat ha indicado que, si bien los diccionarios biográficos del siglo XIV recogen menos nombres ilustres que los de los siglos anteriores, esto no implica necesariamente una disminución del número de habitantes (Ferhat, 1993, pág. 378). También la investigación arqueológica ha detectado la ocupación de espacios antes no ocupados por viviendas. Es el caso de la zona que se extiende desde la calle Santander hasta al menos Martín Cebollino que, a mediados del siglo XIV, conoce la construcción de un nuevo barrio (Hita y Villada, 2000 b).
VÍAS DE COMUNICACIÓN
Casi completamente rodeada por un terreno muy montañoso, Ceuta tuvo en el mar su principal vía de comunicación. Las vías terrestres, a menudo simples caminos de tierra, quedaban inutilizadas durante una parte del año, estando ligada su seguridad a la existencia de un poder losuficientemente fuerte para ocuparse de su mantenimiento y de la protección de los viajeros. Su papel como elemento esencial para el traslado de las tropas adquiere mayor importancia todavía cuando se fundan los grandes imperios almorávide, almohade y mariní. Así durante el gobierno de Abu-l-Hassan, se conceden tierras a campesinos a cambio de que se encarguen del mantenimiento de los caminos (Ferhat, 1993, pág. 268). Para determinar las principales vías terrestres debemos servirnos tanto de los itinerarios clásicos como medievales.
Así, Al-Bakri indica dos vías que conducen hasta Fez. La primera, costera, cruza Tánger, Arcila y Basra, y cuenta con una desviación que sigue la costa. La segunda transcurre por el interior a través de Tetuán hasta alcanzar Mequinez y Fez, enlazando a través del corredor de Taza con Tremecén y el Magreb central. Tras la fundación de Marrakech, que se convierte en capital del reino, se cuida especialmente la ruta que desde Ceuta llega hasta allí (Ferhat, 1993, pág. 269). En cualquier caso, el viaje siempre está sometido a múltiples peligros, y los viajeros deben llevar consigo lo preciso para protegerse tanto de las amenazas de los bandidos como de las inclemencias meteorológicas. En las ciudades, el funduq es el lugar para pernoctar, sirviendo tanto de alojamiento y albergue para animales como de almacén para las mercancías. En Ceuta, como ya indicamos, al-Ansari indica la de 360. En cuanto al mar, como ya hemos indicado, constituía la principal vía de comunicación. A pesar de sus peligros, el transporte marítimo constituye el medio más eficaz y económico para el transporte de hombres y mercancías, y juega un papel esencial para el cumplimiento del deber de peregrinación hacia La Meca. Los ceutíes, hábiles navegantes, disponen de una poderosa flota en la que basan su seguridad y prosperidad. Utilizan el mar para el comercio, tanto con lejanos puertos de todo el Mediterráneo como con las poblaciones más cercanas. Un intenso tráfico marítimo, para el que se emplean también naves cristianas, se desarrolla en estos momentos, adoptando fórmulas diversas que dan lugar a una amplia jurisprudencia en relación con la responsabilidad de los diferentes protagonistas (capitanes de los navíos y comerciantes que confían sus productos a éstos) en el reparto de pérdidas y ganancias.
Aunque sufrieron una lenta evolución a lo largo de los siglos conocemos algunas de las principales rutas marítimas. Al menos desde el siglo XII, una de ellas conecta Ceuta con la fachada atlántica magrebí, llegando hasta Salé o incluso hasta Safi. Ibn Said afirma que desde Mazagán se embarca el trigo hacia Ceuta. Esta navegación de cabotaje entre los puertos norteafricanos del Atlántico se mantendrá al menos hasta la conquista portuguesa. Los contactos con los puertos mediterráneos africanos (Badis, Cazaza, Melilla, etc.) se realizan también principalmente a través del mar debido a lo accidentado del terreno que dificulta el tránsito terrestre. Hacia el Atlántico norte, bordeando la costa occidental, otras rutas controladas por los genoveses ligan los territorios de Flandes y los Países Bajos con el Mediterráneo.
En cuanto al Mediterráneo, se conservan muchos testimonios que ejemplifican el contacto habitual entre sus principales puertos y Ceuta. Así, tenemos atestiguada la existencia de viajes entre Alejandría y Ceuta, alentados por el fructífero comercio de las especias a veces directamente, pero generalmente realizando un amplio cabotaje por los puertos norteafricanos. El viaje de Ibn Jubayr en 1183 es muy ilustrativo en este sentido. Desde Granada se dirige a Tarifa y de allí cruza el estrecho de Gibraltar hacia Ceuta. Embarcado en un navío genovés que remonta la costa hasta la altura de Denia, se dirige luego hacia las Baleares y Cerdeña, donde hace una primera escala. Navega luego hasta Sicilia y Creta para alcanzar Alejandría apenas un mes después de haber iniciado su periplo. También existió un tráfico habitual con los puertos más cercanos, norteafricanos y andalusíes, que garantiza el abastecimiento y el desplazamiento de los viajeros. Es significativo que desde una población tan cercana como Beliunes se transporten mercancías por mar. Los tímidos intentos de representación cartográfica en la Edad Antigua, partiendo de los itinerarios y sobre todo de los datos de coordenadas geográficas aportados por el geógrafo Ptolomeo, sufren un retroceso en los primeros siglos de la Edad Media. Son siglos oscuros en los que la representación geográfica de la Tierra en la Alta Edad Media es muy esquemática y basada en prejuicios religiosos o políticos. Así, proliferaron los mapas nombrados en T, en los que en el interior de un círculo, una T limitaba al norte a Europa y África y al Sur, Asia, estando en el centro los Santos Lugares (Jerusalem). No se intentaba representar la geografía, sino que son meros elementos de simbología religiosa o política.
Es precisamente el ceutí Al-Idrissi, en el siglo XI, el que logra un primer acercamiento a la realidad geográfica en su famosa Carta Rogeriana. En ella, delimita perfectamente el estrecho de Gibraltar e incluye algunos topónimos, entre los que está Sabta. Esta obra, es el antecedente de los posteriores portulanos, que nacen dos siglos después. El primero de ellos, la Carta Pisana se fecha hacia 1260, y supone un gran adelanto en el conocimiento del territorio. El nombre de portulano procede de que lo que se intentaba representar eran las costas, con los puertos y los lugares donde los barcos podían hacer aprovisionamiento de agua o víveres. Tenía una finalidad exclusivamente práctica y destinada para servir de guía a los barcos.
En el siglo XIII, en la Corona de Aragón, sus barcos estaban obligados a llevarlos. Pero, a pesar de que fueron muy abundantes, solo quedan algo más de un centenar de ellos anteriores al siglo XVI, muy repartidos en diversos archivos. Ceuta es una de las pocas ciudades que se representa en casi todos los portulanos –sólo se ignora en dos de ellos–, sin duda debido a su situación estratégica privilegiada y a la importancia comercial que poseía. En todos los portulanos de los siglos XIII, XIV y XV el nombre de Septa aparece en color rojo, destacándola como ciudad, y por regla general la sitúan bien en el vértice N.E. del apéndice que forma el continente africano en la zona del estrecho de Gibraltar. Del siglo XV quedan más que de los dos siglos anteriores. A la cartografía italiana y mallorquina –casi exclusiva en el siglo XIV– se suma la cartografía magrebina y la portuguesa en la década de finales de siglo. Todos los portulanos del siglo XV no hacen más que copiar a los anteriores, aunque en muchos de ellos el reino de Granada se representa ya bajo la corona castellana. Los nombres que se le da a la ciudad en estos mapas, son muy variados. Así encontramos el de Septa (el más frecuente), Seria, Secta, Seta, Seuta, Ceuta y Septa. En la costa del Estrecho, se dibujan tres ensenadas muy marcadas, que deben corresponder a la bahía de Tánger y a las calas de Alcazarseguer y Beliunes o Benzú. Parece ser que se intenta representar el estrecho de Gibraltar como un desgarro y separación del terreno, coincidiendo casi exactamente los cabos europeos con las ensenadas africanas y viceversa. Un portulano que se fecha hacia 1500, que se guarda en la Bibliothèque Nationale de France (París) (signetura Ge. AA 562) y que se atribuye a Colón, incluye en Ceuta una viñeta o dibujo de un edificio en el que ondea la bandera de las quinas portuguesas. El edificio está dibujado utilizando tinta roja, con lo que se distingue de otras viñetas próximas que representan ciudades en las que se dibujan simples torres con tinta negra. Es sin duda un edificio religioso, situado sobre un pedestal troncopiramidal, lo que nos está marcando la existencia de una escalinata para el acceso, tal como tiene hoy día la catedral ceutí y como podemos observar también en las fotos de principios de siglo.
Se observan los tejados apiramidados y la existencia de una nave central más elevada que las laterales. Por encima de la puerta principal se dibuja un rosetón circular. En el frontal, parecen dibujarse dos hornacinas laterales. Por detrás del edificio se dibujan la torre con tres cuerpos y tejado apiramidado. El dibujo corresponde con absoluta fidelidad a laque fue catedral de Ceuta, antigua Mezquita Mayor, según la reconstrucción que de ella hemos podido realizar en base a las descripciones de Al-Bakri, al-Ansari, Jerónimo de Masacarenhas y, sobre todo, el dibujo del grabado de hacia 1700 que representa el asedio de Muley Ismail.
Es evidente que el autor del portulano pasó por Ceuta e hizo la más antigua representación gráfica de la catedral. Si, tal como indican todos los autores que han tratado el tema, este mapa lo hizo Cristóbal Colón, nos está demostrando que este famoso marino pasó por Ceuta.
LA SOCIEDAD
La sociedad islámica es descrita habitualmente como formada por dos grandes grupos, la hassa y la amma, contrapuestos entre sí. Efectivamente, si sobre la hassa, integrada por una élite que acumula riquezas y consideración, se vierten los adjetivos más favorables (virtuosos, grandes, notables y sabios), por el contrario, el pueblo llano (amma) aparece frecuentemente como una masa informe, calificada a menudo con gran dureza (ignorante, sin personalidad propia, etc.), que únicamente adquiere protagonismo con motivo de revueltas y motines que alteran la paz social. Como ya indicamos, Ceuta es prácticamente durante todo el periodo una ciudad cosmopolita en la que conviven gentes de muy distintas procedencias. Andalusíes, magrebíes y orientales; árabes, beréberes, cristianos y judíos habitan la ciudad. Conscientes de su propia singularidad, los ceutíes han desarrollado una auténtica solidaridad ciudadana –asabiya– que sobrepasa otras consideraciones, desarrollando un modelo muy próximo al de las ciudades andalusíes en el que los particularismos locales han desterrado la antigua solidaridad tribal (Ferhat, 1993, págs. 379 y 380). Esta cohesión es la que transmiten las palabras de Ibn al-Jatib cuando señala que los ceutíes “aman a su ciudad como ama el triste a quien le distrae con su gracia... No prefieren ninguna ciudad a la suya, ni siquiera La Meca o Medina”.
Frente a lo que conocemos en otras ciudades desgarradas por profundos enfrentamientos sociales, y sin olvidar la subjetividad implícita en todas ellas, las crónicas presentan en muchas ocasiones a los ceutíes actuando conjuntamente en defensa de sus intereses. Es el caso de la expulsión de los nasríes, en 1310, donde la revuelta se lleva a cabo por la hassa de acuerdo con la amma, según señala el Rawd al-Qirtas (Ferhat, 1993, pág. 383). Los ceutíes parecen mostrar incluso cierta hostilidad hacia los gobernantes “extranjeros” (Al-Yusti, Ibn Hud, los hafsíes, etc.) y una decidida unanimidad en el sostenimiento de los poderes locales, en el que es paradigmático el caso de los azafíes (Ferhat, 1993, pág. 380). No obstante, esta solidaridad parece quebrarse, al menos parcialmente, en el siglo XIV. Las luchas entre las diferentes facciones de la hassa parecen haber marcado los inicios del siglo. Incluso las disensiones entre los miembros de la familia azafí, entre Abu Abdallah Muhammad y su primo Muhammad ibn Ali, apoyado uno por los notables y el otro por la “gente del pueblo”, ponen de manifiesto la quiebra de esta solidaridad, que provocará la caída definitiva de la ciudad en manos de los mariníes.
Élites
A pesar de la heterogeneidad de los grupos que integran estas clases privilegiadas, sus intereses comunes, sancionados frecuentemente por lazos familiares, les hace actuar frecuentemente de forma solidaria para salvaguardar su posición e intereses. Algunas de estas familias, como los Banu Yarbu, los Sadafi, los Ansari o los Banu Azafi, ocupan importantes cargos a lo largo de varios siglos. Estas élites reclaman un origen árabe, supuesto o real, que les otorga un considerable prestigio. A ello unen una holgada posición económica basada en sus propiedades y en los beneficios obtenidos por el comercio. Un ejemplo de la desahogada posición de estas familias aparece recogido en los Madahib de Muhammad ibn Iyad: un padre poseía la casa en que vivía e innumerables propiedades fuera de Ceuta. Su esposa había donado a su hija cien mitqales y él dos casas y tres tiendas (Serrano, 1998, pág. 105).
Jerifes
Los jerifes, descendientes del Profeta y única nobleza hereditaria dentro del Islam, constituyen uno de los grupos más destacados de la hassa. Dos linajes son recogidos por las fuentes. El primero es el de los jerifes hassanitas, cuya llegada, apunta Benramdane, puede situarse en el periodo hammudí. El segundo, los jerifes husaynitas, procedían de Sicilia, de ahí que también fueran conocidos como Siqilliyun, de donde partieron tras la conquista normanda. De allí pasaron a al-Andalus y en el siglo XIII a Ceuta, donde fueron muy bien acogidos (Benramdane, 2003, págs. 241 y 242). Su papel fue esencial ya que los azafíes buscaron su apoyo para afianzarse en el gobierno y hacer frente a las amenazas exteriores. A cambio, los husaynitas incrementaron tanto su poder e influencia en el ámbito religioso, moral y político que, tras la conquista nasrí de 1306, se hicieron directamente con los resortes del poder mientras los azafíes marcharon exiliados. Reinstaurados los azafíes en el gobierno, desterraron a los husaynitas durante un breve periodo. La definitiva caída en desgracia de los azafíes y la instauración del poder mariní provocó su retorno. Deseosos de mantener el control sobre Ceuta, los sultanes mariníes les otorgaron rentas y honores que alcanzan su punto álgido bajo Abu Inan. Al-Maqqari describe con detalle la consideración en que era tenido Abu-l-Abbas Ahmad al-Husayni, confirmado en su cargo vitalicio al frente del Consejo por el sultán. Cada año acudía a Fez con motivo de la festividad del Mawlid donde era agasajado y recibía cuantiosos regalos, entre los que destaca una pieza de oro de cien dinares. Sus ingresos eran cuantiosos pues recibía diariamente entre 500 y 2.000 dinares de oro sólo de las almadrabas (Cherif, 1996b, págs. 161 y 162).
Su alta consideración social queda patente en una anécdota recogida por Al- Maqqari: todas las mañanas Abu-l-Abbas al-Husayni salía a su jardín situado en el barrio Al-Saffarin. Allí venían a saludarle todos los principales funcionarios (el gobernador de la alcazaba, el recaudador de impuestos, el jefe de la policía, etc.), excepción hecha del cadí por el carácter de su cargo.
Grandes comerciantes
La imagen de Ceuta como una ciudad eminentemente comercial, punto de intercambio de mercancías entre norte y sur, entre levante y poniente, es muy acusada en las fuentes. El prestigio, la riqueza y la influencia social y política de los dedicados a este gran comercio, que es el habitualmente reflejado en las crónicas, es notable. De las filas de estas grandes familias se nutren los cargos más destacados de la administración, y en su seno nacen destacados intelectuales y sabios. Más aún, la defensa de sus intereses, presentados a menudo como los de la ciudad en su conjunto, les hace tomar en determinadas ocasiones actitudes hostiles a los poderes centrales, que perjudican su actividad, y a tomar las riendas del poder por sí mismos. Con precedentes como los de al-Yanasti e Ibn Jalas, el caso más elocuente que ilustra este proceso es el de Abu-l-Qasim al-Azafi que llega a consolidar en el poder una auténtica dinastía. Rigen los destinos de la ciudad durante más de medio siglo de gran bonanza económica que se traduce, en el plano político, en una situación con un margen tan amplio de maniobra que en la práctica se asemeja mucho a la independencia. Su prestigio se ve cimentado en sus acciones piadosas, como por ejemplo la construcción de mezquitas, oratorios, cementerios, etc. Son puestos a disposición de la comunidad de los creyentes que se beneficia indirectamente también de estas grandes fortunas. Un ejemplo es la construcción por un rico comerciante, Abu-l- Hassan al-Shari al-Gafiqi, de una madrasa que lleva su nombre. También compró un terreno para que sirviese de cementerio a los estudiantes allí alojados, e instituyó parte su fortuna en bienes hábices destinados a sufragar su mantenimiento.
No existe pues en Ceuta prevención contra los comerciantes que se integran sin dificultad con otros grupos privilegiados, sin que la dedicación al tráfico mercantil suponga estigma alguno en su consideración social. Esta integración se plasma en el urbanismo ya que habitan en espacios privilegiados de la medina junto con el resto de la élite ciudadana. Junto a estos grandes comerciantes existe también un grupo mucho más numeroso de pequeños mercaderes, a veces simples artesanos que desarrollan su actividad en los zocos y se dedican fundamentalmente al comercio interior, aunque se benefician de la actividad portuaria y comercial generada por el gran comercio. En muchos casos poseen una tienda, a menudo también taller, donde solos o auxiliados por algún ayudante, fabrican las mercancías que allí se venden. No es extraño tampoco que hombres de letras y juristas posean uno de estos pequeños talleres-tienda para ganarse el sustento. Parte del pueblo sufren, como el resto de la amma, hirientes comentarios y desprecio por los autores, pero son, sin embargo, los sectores más favorecidos de entre ellos.
Élite religiosa
Se trata de un grupo heterogéneo en el que se incluyen familias como los Banu Al- Hadrami, los Banu Iyad, los Banu Al-Azafi, etc. El factor que les da cohesión radica en la naturaleza de sus actividades en que se fusionan de un lado la religión y el saber, y de otro la administración de justicia y la difusión de la cultura. Entre ellos deben incluirse cadíes, muftíes, alfaquíes, etc. Como hemos indicado, las diferencias económicas entre ellos eran notables y su vinculación personal o familiar con el resto de los grupos que forman la hassa, evidente (Benramdane, 2003, págs. 240 y 241). Intercesores naturales entre la población y las autoridades, su influencia en la sociedad se ejerce a través de las respuestas dadas a las consultas que les elevan sobre múltiples aspectos de la vida social, por las admoniciones que hacen a las autoridades y también por su ejemplaridad tanto moral como cultural. Su prestigio y consideración social les permite ejercer una notable influencia sobre los gobernadores, que buscan su apoyo para consolidar su poder. Un ejemplo de su estatus lo tenemos en la recriminación pública que Abu-l-Hassan ibn Said realiza al gobernador almohade Abu-l-Ula Idris, por haber tomado la palabra durante largo tiempo sin consideración por la muchedumbre que le escucha. El gobernador, conocido por su despotismo, opta sin embargo por pedir disculpas a los congregados y abandonar el lugar (Cherif, 1996 b, pág. 163).
Plebe
Como hemos señalado, bajo la denominación de amma, las fuentes incluyen una heterogénea población habitualmente ignorada y juzgada en ellas con dureza. Pequeños comerciantes, artesanos, vendedores, campesinos, asalariados, marineros, pescadores, etc., apenas son mencionados. Su aparición en las crónicas, redactadas por y para los sectores privilegiados, suele ser consecuencia de su irrupción como factor de alteración del orden social, bien de acuerdo con las clases dirigentes que las guían y las usan para satisfacer sus objetivos, bien movidas por la desesperación y el hambre que hacen aflorar en toda su crudeza su delicada situación. Son los relatos de vidas de santos los que traen a primer plano la vida de los más humildes. La movilidad social, aunque no imposible, no es frecuente ya que la situación de los integrantes de este grupo venía en buena medida condicionada por la de la familia a la que se pertenecía.
Esclavos
La existencia de esclavos está bien constatada en Ceuta durante este periodo, si bien es muy difícil precisar su número y su incidencia en la vida económica y social. No obstante, la impresión que se recoge de la lectura de las fuentes es que su papel como fuerza de trabajo es bastante reducida en la mayor parte de los sectores económicos. Aparecen mencionados, sobre todo, en el ámbito doméstico, aunque sin excluir tampoco la existencia de trabajadores libres en este sector (Ferhat, 1993, págs. 385 y 386; Cherif, 1996 b, pág. 160). La manumisión es un acto de piedad muy valorado en el Islam, especialmente en el caso de conversión de siervos o concubinas. Este origen servil no era un obstáculo insalvable para ascender en el escalafón social, conociéndose casos, escasos obviamente, en el que estos libertos o sus descendientes gozan de importantes cargos. Es durante el periodo almorávide cuando parece hacerse regular la llegada de esclavos negros procedentes del África occidental subsahariana a Ceuta. En su Madahib, el cadí Iyad critica severamente la extendida costumbre de utilizar “orquestas de negros” en las ceremonias nupciales (Serrano, 1998, pág. 112). Señala Ferhat que en el siglo XIV, durante la boda de un príncipe azafí, dos esclavos negros son ofrecidos como regalo a los contrayentes (Ferhat, 1993, pág. 387). Otros aspectos revelan la presencia de esta minoría en la ciudad. Efectivamente, conocemos la influencia de que gozó el místico Abu Yaza en la corte azafí, así como la veneración dispensada a la tumba de Rayhan al-Aswad. Se hace eco al-Ansari de la existencia de un cementerio llamado Ahjar al-Sudan, que ha sido interpretado como un antiguo mercado de esclavos, situado fuera de los muros de la medina.
Otro grupo de esclavos era el de los cristianos capturados durante las intervenciones en al-Andalus o apresados en distintas acciones navales. Su conversión llevaba aparejada normalmente su puesta en libertad en un plazo relativamente breve. Las fuentes los muestran atendiendo al servicio doméstico de las grandes familias y en puestos dignos de confianza. El único caso en el que conocemos el nombre de uno de estos esclavos es en el de una criada cristiana, Myriam, al servicio de Fatima bint Atiyya ibn Gazi. Otra fuente menciona a un esclavo cristiano trabajando en un horno. Puerto de intercambio entre el Magreb y al-Andalus, Ceuta se convirtió también en lugar de tránsito de estas desdichadas gentes hacia el interior del continente.
Desconocemos en buena medida las relaciones que mantenían estas comunidades con el resto de la población, aunque cabe suponer que buena parte de su vida discurría en estas alhóndigas. No obstante, sabemos que algunos de ellos tenían vivienda y tiendas en la ciudad, aunque es imposible determinar en qué medida esta práctica estaba generalizada. Aunque existía una población cristiana flotante, especialmente en verano, parece fuera de toda duda que una parte de ellos estaba establecida en Ceuta de forma más o menos permanente. Estaban regidos por un cónsul que impartía justicia y era el representante de estas comunidades ante las autoridades locales y ante las naciones de origen. Disponían de una escribanía para llevar a cabo sus funciones (Cherif, 1996 b, pág. 156). Una segunda categoría de cristianos estaba formada por soldados al servicio del poder musulmán que, desde la etapa almorávide, tuvieron un peso específico en el ejército islámico. Ya en el periodo almohade, especialmente tras la derrota de las Navas de Tolosa, su número se incrementó, alcanzando gran importancia con los mariníes. A mediados del siglo XIV sabemos de la existencia de mercenarios cristianos al servicio de Abu-l-Abbas al-Husayni (Benramdane, 2003, pág. 249). Un tercer segmento de la población cristiana de Ceuta estaba constituido por los esclavos. Su número fluctuó enormemente como consecuencia de las acciones militares y del corso. Sabemos de su presencia habitual en el servicio doméstico de las grandes familias ceutíes, como ya hemos señalado, pero también contamos con la mención de un esclavo cristiano trabajando junto a otros obreros musulmanes en una de las panaderías de la ciudad, sin que sea posible valorar la incidencia del trabajo esclavo en las actividades artesanales (Cherif, 1996 b, pág. 156 y 157; Benramdane, 2003, pág. 248).
La seguridad de los mercaderes cristianos en sus personas y bienes era una condición indispensable para el mantenimiento del provechoso comercio que hizo de Ceuta una próspera ciudad. Los acuerdos se respetaron habitualmente, aunque episodios como el de los calcurini constituyen la excepción que confirma la regla. Un dramático episodio fue protagonizado por un grupo de siete franciscanos italianos comandados por Daniel Fasanella en 1227 cuando se lanzaron a las calles predicando el cristianismo con gran escándalo entre la población musulmana que reaccionó airadamente. Fueron prendidos y se les condujo a presencia del gobernador que les conminó a convertirse al Islam para salvar sus vidas. Ante su negativa, se les envió a prisión donde permanecieron varios días. Nuevamente ante los jueces, les instaron otra vez a renegar del cristianismo. Se negaron y fueron ajusticiados siendo sus cuerpos piadosamente enterrados por algunos comerciantes cristianos. Hoy son venerados como patrones de Ceuta (Carrière, 1924; Mascarenhas, 1995, págs. 48-57; Sevilla, 1981; Mosquera, 1994, págs. 241-244).
Estos hechos, de los que las fuentes árabes no hacen mención alguna, no indican una persecución generalizada del cristianismo, pues no se tienen noticias de dificultades para el resto de esta minoría ni incluso en tan dramáticas circunstancias. La actitud de estos frailes parece obedecer más a un episodio puntual motivado por su celo religioso y por la búsqueda del martirio, a semejanza de sus hermanos que habían sido ejecutados años antes en Marrakech (Mascarenhas, 1995, pág. 50.; Mosquera, 1994, pág. 243).
Judíos
La presencia de una comunidad judía está plenamente atestiguada al menos a partir del siglo XII, aunque muchos investigadores remontan su presencia a fechas incluso más tempranas. Efectivamente, se ha señalado como probable el asentamiento en Ceuta de algunos judíos cordobeses tras la revuelta del arrabal de 814. Tanto la conquista de Ceuta por los omeyas como el desarrollo del comercio bajo el gobierno de Saqut al-Barwagati habrían favorecido la instalación de estas comunidades (Gozalbes, E., 1988, págs. 16 y 17, 2007,pág. 51). Al-Bakri menciona un terreno cultivado con viñas en las faldas del actual monte Hacho que E. Gozalbes considera posible estuviese al cuidado de cristianos o judíos. Pero su principal campo de actuación es el artesanado y el comercio. Basándose en sus contactos con otras comunidades asentadas en puertos mediterráneos cumplen el papel de eficaces intermediarios en los intercambios, bien actuando en nombre propio o como agentes de otros mercaderes (Gozalbes, E., 1988, págs. 19-21). Aunque hacia 1100 se conoce la existencia de un tal Abraham que acompañado de otro judío viaja a Ceuta (Gozalbes, E., 1988, pág. 21, 2007, pág. 51), la primera mención explícita a la comunidad ceutí se produce con ocasión de la persecución sufrida en 1148 tras la conquista almohade (Gozalbes, E., 1988, pág. 24). Testigo de estos difíciles años fue Joseph ibn Yehuda ibn Aqnin, el más prestigioso intelectual de esta comunidad. Nació en Ceuta en la primera mitad del siglo XI en el seno de una familia modesta. Allí se formó como médico, alcanzando un notable dominio de la lengua árabe y hebrea. Ante la persecución almohade, se vio forzado a convertirse para salvar la vida. Ejerció como médico y consagró su vida al estudio del Talmud, en el que destacó llegando a convertirse en el discípulo predilecto de Maimónides, quien le dedicó su famosa obra Guía de perplejos. La situación que vive la judería ceutí le obliga a emigrar hacia Egipto, desde donde luego se trasladaría a Alepo (Siria). Falleció en Egipto en 1226 (Gozalbes, E., 1988, págs. 29-33, 2007; Abdelaziz, 2002).
En su obra Sobre la curación de las almas afligidas y la medicina para corazones sinceros, relata con amargura la delicada situación vivida durante el periodo almohade, en que la alternativa a la conversión era la muerte. La situación, sin embargo, no debió prolongarse en exceso y aunque denuncia ejecuciones y la existencia de delatores entre los miembros de la propia comunidad, no deja de indicar cierta benevolencia entre los jueces ceutíes que impidieron con su actuación muchas muertes. El papel de los judíos en el comercio, que los almohades intentan fomentar, era esencial como señalamos y las razones prácticas consiguieron mitigar el fanatismo religioso inicial.
Hacia 1199, Al-Mansur obliga a las comunidades judías norteafricanas a llevar ropas especiales de color negro, lo cual es indirectamente una prueba de que a pesar de las persecuciones previas las comunidades sobrevivieron (Gozalbes, E., 1988, págs. 32 y 33). La judería ceutí fue recuperándose lentamente. Numerosos judíos ceutíes se dedicaron al comercio transmediterráneo, en principio con Génova y Marsella. Desde finales del siglo XIII la corona de Aragón se convierte en la potencia comercial hegemónica, conservándose varios documentos que atestiguan la concesión de privilegios comerciales a una familia ceutí. En 1297 es mencionado Salomón Cohen Abecasis, y en 1319 y 1323 tenemos nuevas concesiones en este caso a favor de su hijo Isaac Cohen (Dufourq, 1966, pág. 562; Gozalbes, E., 1988, págs. 35-42; Amran, 1986). En 1338, ante una sublevación popular contra la adulteración de la moneda de la que se culpa a los judíos, Abu-l-Hasan especifica los impuestos que deben pagar las comunidades judías, citando expresamente entre las circunscripciones fiscales establecidas la de Ceuta (Cherif, 1996 b, pág. 155; Benramdane, 2003, pág. 247) La presencia de la comunidad judía hasta la conquista portuguesa parece un hecho incontestable. En 1395 un judío converso al Islam junto con su familia, Abd al-Haq al-Islami compone un opúsculo en el que describe su conversión y ataca con dureza su antigua fe (Ferhat, 1993, págs. 390, Cherif, 1996 b, pág. 185).
Un tema bastante debatido (Ferhat, 1993, págs. 389 y 390; Cherif, 1996 b, pág. 155) es el de la existencia de un barrio judío en Ceuta y su posible ubicación. Las fuentes árabes no lo mencionan explícitamente pero Carlos Gozalbes ha propuesto su identificación con el de Al-Hara citado por al-Ansari. También deduce la existencia de un cementerio propio a partir del análisis de la obra de al-Ansari. Se refiere a los cementerios en dos ocasiones. La primera ofrece un listado que cifra en 13 su número. En otro momento alude a los sabios islámicos enterrados en Ceuta y cita únicamente una docena. De ahí deduce Carlos Gozalbes que la diferencia entre ambos listados es motivada porque uno de ellos, el del barrio de Al-Hara, era el que servía como lugar de inhumación a esta comunidad. Tanto el barrio como el cementerio se encontraban en el llamado arrabal de Afuera, concretamente junto a la costa norte de la península ceutí, cerca de la llamada, en época posterior, playa de la Sangre (Gozalbes, C., 1982 a, 1995 b, págs. 193-198).
ASPECTOS DE LA VIDA COTIDIANA
Alojamiento
Las viviendas ceutíes, al menos a partir de la conquista omeya, están muy influenciadas por las andalusíes. Responden en general al habitual esquema de patio central en torno al cual se articulan las estancias. Las diferencias sociales tenían también su reflejo en las casas y junto a auténticos palacios sabemos de la existencia de viviendas muy modestas (Hita y Villada, 2000 b).
Construir una vivienda no parece requerir ningún permiso de las autoridades. No obstante, si causan un perjuicio a otros miembros de la comunidad, éstos pueden defender sus derechos. Así, por ejemplo, se denuncian construcciones que dejan sin luz o sin ventilación sus casas o sobre todo violan la intimidad de sus domicilios (Serrano, 1998, pág. 127).
Aunque nuestra información es bastante parcial, cabe deducir que el aumento de población debido a la llegada de aquellos que huían del avance cristiano debió provocar dificultades, más aún teniendo en cuenta los condicionantes geográficos que marcan el urbanismo ceutí (Villada, en prensa). Un reflejo de estas dificultades es la noticia recogida por Abu-l-Abbas al-Qastali que se hace eco de los problemas para encontrar alojamiento (Vallvé, 1988 b).
El caudal de información más importante procede de los decenios anteriores a la conquista lusitana. Entonces, quizá como consecuencia de este aumento de población, se produce un vasto proceso de urbanización del frente sur de la Almina, en zonas en las que no consta una ocupación anterior. Diversas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo han permitidodocumentar varios conjuntos de viviendas articuladas en torno a calles de trazado rectilíneo y paralelas entre sí. Las casas, que prácticamente carecen de vanos al exterior, están conformadas por un patio central en torno al cual se disponen distintas estancias y al que se accede a través de un zaguán en recodo. Bajo el patio se sitúa un aljibe, destinado a satisfacer las necesidades del hogar, así como una serie de conducciones que canalizan las aguas pluviales. Las casas contaban también con canales para la evacuación de aguas residuales (Hita y Villada, 1996, 2000 b).
El mobiliario de estas viviendas urbanas debía ser muy reducido. Iyad menciona la existencia de una jizana, una especie de armario cerrado con llave (Serrano, 1998, pág. 129). Algunos vestigios de este mobiliario han sido recuperados en distintase xcavaciones arqueológicas (Hita y Villada, 2007).
Apenas tenemos algunas indicaciones sobre las viviendas no urbanas. Parece que las casas de las alquerías cercanas a Ceuta carecían de agua corriente y debían abastecerse de fuentes y pozos cercanos. (Serrano, 1998, pág. 42). Es muy posible que contasen con aquellos espacios necesarios para el almacenamiento de productos agrícolas y abrigo del ganado.
Un caso especial es el de Beliunes, centro agrícola pero también lugar de descanso de las clases acomodadas ceutíes que se retiran a sus mansiones en verano. Tras la conquista portuguesa, Zurara dice de él que es un valle cercano a Ceuta en dirección a Alcazarseguer donde los moros tenían sus casas de campo rodeadas de jardines y huertos, con torres y bellas construcciones, algunas pintadas para agrandar su belleza, destacando una gran torre sobre un promontorio que mira al mar. Allí, a una torre-residencia se asocian un conjunto de viviendas excavadas hace algunos años. Las habitaciones de tendencia rectangular se organizan alrededor de un patio rectangular o cuadrado con una alberca central enlosada de mármol o azulejería (Cressier et al., 1986 b). En las paredes se observa la misma decoración pintada al temple documentada en algunas casas ceutíes (Hita y Villada, 2002 b). Casas urbanas en cuanto a su concepción, aparejo y decoración se enmarcan, sin embargo, dentro de un ambiente marcadamente rural, lo que ha hecho establecer paralelos entre ellas y las almunias andalusíes (Cressier et al., 1986 b).
Alimentación
Tal y como hemos señalado con anterioridad, Ceuta depende en buena medida del abastecimiento exterior, especialmente en cuanto a cereales. El territorio circundante, montañoso, carece de condiciones para una explotación suficiente para satisfacer las necesidades de una población que irá creciendo con el paso de los años. Episodios como las diversas hambrunas y situaciones de necesidad reflejadas en las crónicas ilustran estas dificultades (Benramdane, 2003, págs. 274-280). Entre ellas destaca la de 1240, en la que la escasez de alimentos provocó una gran mortandad. Según Ibn Idari, esto determinó la construcción de un gran número de silos para el almacenaje de granos, que según al-Ansari alcanzaron los 40.000. Se trata de una cifra exagerada, pero que refleja con claridad su abundancia y el éxito de la iniciativa (Fernández Sotelo, 2001).
Estas circunstancias tienen su reflejo en los hábitos alimenticios de los ceutíes que recoge Ibn Al-Jatib. Destaca el refinamiento de sus costumbres, la falta de un protocolo rígido en la celebración de las fiestas y cierta tacañería que ejemplifica en el cálculo riguroso en las raciones de pan servidas. Las dificultades de abastecimiento de cereales subyacen en este comentario (Cherif, 1996 b, págs. 163 y 164).
Heredera de una rica tradición muy influenciada por lo andalusí, la cocina ceutí es poco conocida. Parece estar basada en las harinas de trigo y otros cereales con las que se producen distintas variedades de pan. Las legumbres, hortalizas y frutas están presentes tanto en los platos de los ricos como de los menesterosos. Se cultivan incluso en el interior de la ciudad o en lugares cercanos como Beliunes (Benramdane, 2003, pág. 259). Platos muy populares actualmente como la baisara, sopa de habas molidas condimentadas con aceite y comino, o el cus-cus parece que ya eran consumidos en esta región al menos en el siglo XIII (Ferhat, 1993, pág. 437).
Una característica de la dieta de los ceutíes es la gran importancia del pescado. El producto de las almadrabas servía para alimentar a una ingente cantidad de pobres, y su consumo no era infrecuente incluso en los sectores más favorecidos de la población. Congrios, sardinas, rascacios, jureles, doradas, meros, pargos, bonitos, atunes, etc., han sido documentados en los basureros urbanos de este periodo. Sabemos que los habitantes de Ceuta y el Algarve consumían un plato llamado Murawwaj, consistente en pescado frito sazonado con distintas especies (pimienta, comino, canela, tomillo) y una salsa preparada a base de vinagre, ajo y aceite (Cherif, 1996 a, 1996 b, pág. 165).
Las carnes forman parte de numerosas recetas, aunque su consumo como plato principal parece reservado para las grandes celebraciones. En ellos se servían productos de caza, aves y diversos animales ausentes de la alimentación de las clases menos pudientes.
La investigación arqueológica ha permitido identificar la presencia de bóvidos, ovicápridos, conejos y gallinas entre las especies consumidas (Lozano, en prensa). Expresión de este lujo y refinamiento de los grandes señores ceutíes fue el festín ofrecido por Abu-l-Ala, gobernador de la ciudad, en el que se sirvió a los comensales un cordero asado relleno con una oca que contenía a su vez un pollo. En el interior de este último se dispuso una paloma trufada con un estornino en cuyo estómago se puso un pajarillo. Todas estas carnes asadas y condimentadas convenientemente fueron introdu-cidas en el interior de un ternero que fue, a su vez, asado convenientemente.
Un papel también importante tendrían los dulces, a los que al parecer los ceutíes eran muy aficionados. Sabemos que en ciertas fiestas se consumían unos bizcochos denominados nasbah cubiertos de azúcar, frutas, dátiles, uvas secas, higos, almendras, nueces, caña de azúcar, naranjas, etc. Otros dulces con forma de ciudades, de donde deriva el nombre con que eran conocidos (madain), eran regalados a los niños con ocasión de la celebración del año nuevo cristiano, siendo su consumo reprobado por Al-Azafi tanto por su precio desorbitado como por su influencia cristiana. Cuando se instaura el Mawlid, será habitual el consumo de bizcochos secos (ka ́k), hojaldres y miel (Cherif, 1996 b, págs. 165 y 166; Ferhat, 1993, págs. 443-445).
En la Ceuta almorávide los niños eran obsequiados al terminar de memorizar el Corán lanzándoles alimentos, posiblemente dulces, por los que pugnaban entre ellos (Serrano, 1998, pág. 113).
Apenas nada sabemos de las bebidas consumidas. En el periodo almohade está plenamente atestiguado el uso del rubb, una bebida embriagante fabricada a partir del zumo de uva cocido. Tampoco el vino está ausente a pesar de las periódicas advertencias que recuerdan su prohibición. Al respecto puede recordarse que el poeta Ibn Talha es condenado por ser un bebedor habitual y que las importaciones de vino de los reinos cristianos superan en mucho las necesidades de aquellos compatriotas asentados en tierras norteafricanas.
El consumo de zumos de frutas y otras bebidas fermentadas fabricadas a partir de cereales estaba bastante extendido (Ferhat, 1993, págs. 444 y 445) y entre los sabios ceutíes se propagó la creencia de que el zumo de anacardo (baladur) estimulaba la capacidad de aprendizaje y memorización (Cherif, 1996 b, pág. 166). Otro estimulante usado en Ceuta desde al menos el siglo XIII es el hachís (Cherif, 1996 b, pág. 166).
Ropas y vestidos
Como en cualquier sociedad evolucionada, cumplen los vestidos en la Ceuta medieval una función más compleja que la mera protección frente a las inclemencias meteorológicas.
Estas ropas constituyen un elemento esencial que traduce la posición social de quien las viste, pero también, en ocasiones determinadas, opciones religiosas, un origen concreto, etc. Es el caso del uso del litham (velo) reservado a los lamtuna, un signo de identidad que les valdrá el sobrenombre de “los velados”, conservado incluso por los Banu Ganiya de Mallorca en un momento tardío. Los místicos que rechazan la vida mundana adoptan también una austera vestimenta acorde con estos principios.
Carentes de documentos iconográficos y de vestigios materiales, la forma de vestir de los ceutíes de este periodo debe reconstruirse por analogía a lo que conocemos en otros lugares, con todas las incorrecciones a que ello puede dar lugar. En las fuentes escritas se nombran distintas prendas difíciles de identificar por la imprecisión de los cronistas y la polisemia de los conceptos que reflejan en ocasiones realidades muy distintas.
La influencia andalusí parece presente desde temprano. Las ricas producciones de los talleres palaciegos cordobeses fueron pronto utilizadas como presentes que el califa omeya enviaba al norte de África para ganarse la voluntad de los señores locales (Hita y Villada, 2003 a).
Tanto hombres como mujeres vestían camisas de lana o algodón y pantalones. Se mencionan también una especie de túnicas (jubba), pero parece que la prenda más extendida era el abrigo con capucha, llamado qifara por los ceutíes. La prenda de cabeza más extendida es el turbante. En los pies calzaban sandalias de suelas de corcho (qurq) o cuero y alpargatas con suelas de esparto (balga). En los baños se utilizan sandalias con suelas de madera para aislarse del calor, atadas con correas (Cherif, 1996 b, págs. 167 y 168; Benramdane, 2003, págs. 258 y 259).
Las mujeres de clase alta solían protegerse de las miradas de extraños, aunque no parece el caso de las esclavas (Serrano, 1998, pág. 124). En ocasiones señaladas (bodas, defunciones, etc.), parecen haber sido usadas ropas especiales.
Vida familiar. Situación de la mujer
La posición dominante del hombre en la vida social y familiar aparece matizada por la costumbre y las leyes, observándose casos de mujeres de familias acomodadas que no dudan en plantear aquellas situaciones perjudiciales para sus intereses a los cadíes. Aunque las mujeres musulmanas y cristianas en la Edad Media vivieron en una sociedad patriarcal, Marín ha sintetizado algunas diferencias de las mujeres musulmanas en “el derecho de familia (la poligamia y el divorcio), en la esclavitud (presente en las capas superiores de la sociedad) y en la autonomía económica de las mujeres, que son dueñas exclusivas de su propio patrimonio y a quienes se reconoce la libertad de disponer de él” (Marín, 2007, págs. 9 y 10).
El matrimonio era el destino común para hombres y mujeres libres. Estaba regido por un contrato en el que se hacía constar el consentimiento de la novia, la firma de testigos y las cláusulas acordadas como, por ejemplo, la cantidad recibida por la novia en concepto de dote que era habitualmente objeto de pago diferido. Conocemos el ejemplo de una mujer ceutí llamada Fátima, que tenía un pago aplazado de su dote consistente en 60 mitqales. Deducimos que debía pertenecer a una familia acomodada no sólo por la elevada suma de su dote sino también porque entre sus enseres se contaban ricas telas y un collar de perlas que posiblemente fuesen parte de su ajuar.
El contrato matrimonial puede establecer también el lugar de residencia de los cónyuges, muchas veces una casa propiedad de la mujer. Recibía en ese caso de su esposo el alquiler correspondiente aunque a veces renunciaban al mismo para obtener otras ventajas. Se fijan asimismo límites a las ausencias del esposo del domicilio conyugal superadas las cuales podía considerarse nulo el vínculo matrimonial, el estilo de vida al que tenía derecho (servicio doméstico pagado por su marido en el caso de las familias pudientes, separación en caso de maltrato físico, etc.) y el régimen de visitas de la esposa (Marín, 2007, págs. 12 y 13). Era costumbre que la mujer pudiese visitar a sus familiares directos y pasar las festividades más importantes con su familia si bien esta práctica debió ser objeto de abusos por lo que tuvo que ser regulada (Ferhat, 1992).
Las mujeres recibían regalos de sus padres (dinero, inmuebles, etc.) con ocasión de matrimonio que debían hacerse públicos para evitar conflictos en caso de divorcio. El ajuar sigue siendo propiedad de la mujer después del enlace. También recibían presentes los maridos y otros familiares (Serrano, 1998, pág. 115; Marín, 2007). Los esposos también solían hacerse obsequios entre sí que quedaban en su poder si se separaban tras consumarse el matrimonio (Serrano, 1998, pág. 117).
A pesar de que la poligamia es legal, los matrimonios suelen ser monógamos, incluso en las clases acomodadas. De hecho, pueden incluirse cláusulas en el contrato matrimonial que garanticen que el marido no tomará otra mujer o concubina. No suelen tener muchos descendientes (Ferhat, 1992). No aparecen consignados matrimonios con dimníes, aunque sí concubinas y matrimonios con esclavas que seguían siéndolo salvo que fueran manumitidas o que fueran madres de un hijo libre y el padre muriese (Serrano, 1998, pág. 114).
El repudio parece que se producía con cierta frecuencia y era más fácil para los hombres que para las mujeres. No obstante, sabemos que en ocasiones estaba regulado en los contratos matrimoniales que si la mujer sufría violencia física se produciría la separación. Las mujeres solían entonces perdonar a sus esposos los pagos pendientes. En caso de que los niños habidos en el matrimonio fuesen pequeños quedaban con sus madres, aunque los padres debían hacerse cargo de los gastos correspondientes a su manutención. Los hijos mayores en cambio permanecían bajo la tutela de sus padres (Marín, 2007, pág. 14).
Las mujeres suelen casarse pronto, incluso sin respetar los plazos establecidos para ello, que se calculaban en tres ciclos menstruales, a fin de evitar que la mujer hubiese quedado embarazada de su anterior matrimonio (Marín, 2007, pág. 15; Serrano, 1998, pág. 115).
El caso de Fátima ibn Muhammad ibn Nadjuma, que pertenecía a una acomodada familia ceutí, es significativo de cómo una mujer podía utilizar en su provecho los recursos legales que están a su disposición. Disuelto su matrimonio con Ali ibn Muhammad, casó de nuevo con Muhammad ibn Ahmad al-Lajmi. Éste intentó repudiarla y obtener la devolución de su dote, alegando que no había respetado el plazo legal entre ambos matrimonios. Al parecer, ya había intentado casarse previamente con un hombre de Fez sin cumplir dichos plazos, circunstancia conocida en Ceuta, por lo que Al-Lajmi, antes de casarse, pidió que le fuesen explicadas las normas sobre esta materia.
Pero Fátima declaró que desconocía las estipulaciones que regían la espera y no pudieron presentarse testigos de que había sido informada. El cadí Iyad sentenció que si Fátima juraba solemnemente desconocer dicha normativa, conservaría la dote. En caso contrario, debería devolverla (Marín, 2007, pág. 15).
Una de las diferencias esenciales entre las sociedades islámicas tradicionales y las cristianas en la Edad Media es que, en las primeras, las mujeres gozaban de cierta autonomía económica al ser propietarias de bienes (dote, herencias, donaciones, etc.), de los que podían disponer incluso sin el consentimiento de su marido (Marín, 2007, pág.15)
. A veces las mujeres de familias acomodadas poseen inmuebles y tierras, pero no suelen gestionarlos directamente, siguiendo el principio de que las mujeres de buena posición no deben tener contacto con hombres ajenos a su familia. Las mujeres de clase inferior gozan de mayor libertad en este sentido y pueden vender, por ejemplo, directamente productos en el mercado (Marín, 2007, pág. 16).
Las mujeres de clase más elevada suelen disponer de sirvientas, esclavas o libres, que se ocupan de las tareas del hogar. Como señala un modelo de contrato para una criada del siglo XI citado por Marín se las contrataba para “el servicio en la casa, para amasar y cocinar, o para barrer, preparar las camas, traer agua, lavar la ropa, hilar, tejer, y otras cosas de servicio dentro y fuera de la casa” (Marín, 2007, pág. 17). Suelen pasar buena parte de su vida en sus casas protegidas de miradas de extraños. La conexión entre los ámbitos público y privado es realizada por las sirvientas. Se ocupan de comprar lo necesario en el mercado, llevan los platos a cocer a los hornos públicos, etcétera.
Además de este papel como sirvientas, las mujeres menos favorecidas por la fortuna podían llevar a cabo diversos trabajos remunerados relacionados con el hilado, la fabricación de ropas, etc. (Marín, 2007, pág. 18).
La atención a las mujeres en los partos se realiza por comadronas, aunque las nociones sobre la duración de los embarazos parecen difusas (Serrano, 1998, págs. 121 y 122). Los niños de las clases acomodadas son amamantados por nodrizas que mantienen estrechos lazos con ellos. Estas relaciones afectivas son protegidas por Iyad que llega a equiparar los lazos de leche con los de sangre y consagra su derecho a visitarlos (Serrano, 1998, pág. 124).
El mundo infantil no tiene prácticamente reflejo en las fuentes. Como hemos indicado en el caso de familias de clase alta, durante sus primeros años, son alimentados por nodrizas a menudo extranjeras y educados por preceptores. en sus propios domicilios.
Los hijos de las clases populares deben aprender a ganarse la vida a muy corta edad. La vida de los huérfanos debió ser especialmente dura. Tras la muerte del padre quedan bajo la custodia de un tío paterno, de su abuelo paterno o de los tutores testamentarios. En último caso, eran asignados al cadí que puede nombrar un representante que actúa en su nombre (Serrano, 1998, pág. 119).
Fiestas y diversiones
Si bien parece imposible trasladar nuestro moderno concepto de ocio a este periodo, cabe mreseñar una serie de actividades y festejos llevados a cabo por los ceutíes, especialmente durante ciertas festividades, que rompían la monotonía de la vida cotidiana. Como en tantas ocasiones, las diferencias entre los sectores más acomodados de la población y el pueblo son aquí patentes también.
Los usos y costumbres de las clases pudientes locales no difieren en demasía de aquéllos de otras grandes ciudades andalusíes y magrebíes. Sólo cabe reseñar como una peculiaridad ceutí, a tenor de lo que indican las fuentes, la gran afición al tiro con arco o con ballesta, a medias actividades lúdicas y preparación para el combate. Era practicado por buena parte de la población. La pericia de los arqueros ceutíes era conocida y su intervención en muchas batallas libradas tanto en Ceuta como en al-Andalus fue decisiva en muchas ocasiones.
Señala al-Ansari la existencia de cinco campos de tiro en distintas partes de la ciudad. Allí se organizaban competiciones muy populares en las que los vencedores, aclamados por los asistentes, eran recompensados con regalos. Sabemos, por ejemplo, que al-Yanasti se vanagloriaba de su destreza en el tiro con arco.
Esta afición o necesidad trajo como consecuencia el desarrollo de una importante artesanía dedicada a la construcción de estas armas. Da cuenta al-Ansari de 40 talleres dedicados a tal actividad en el momento de su máximo apogeo.
Otros juegos de carácter más intelectual, como el ajedrez, eran practicados por la aristocracia ceutí. Con cierta frecuencia eran condenados por los pensadores más ortodoxos que veían en ellos un peligro al fomentar la ociosidad y el abandono de las obligaciones religiosas. Estas críticas no son más que un testimonio indirecto de la extensión de su práctica. Conocemos la existencia de encuentros que enfrentaban a los más diestros jugadores de diferentes ciudades. Reseñan algunos autores especialmente la figura del ceutí Al-Himyari, portentoso jugador, al que se le atribuye una extraordinaria memoria que le permitía jugar incluso con los ojos vendados. Sabemos también que Ibn Murahhal, autor de un tratado, creó una variante del ajedrez denominada “la ronda” (Ferhat, 1993, págs. 458 y 459).
Un testimonio material de esta afición pueden ser algunos objetos de hueso trabajado recuperados en excavaciones arqueológicas, aunque su identificación como piezas de ajedrez ha sido cuestionada en los últimos años por ser considerados como elementos de rueca (Fernández Sotelo, 2002; Hita y Villada, 2007).
También parece bastante extendida, entre las élites ceutíes la celebración de partidas de caza en los alrededores de la ciudad. A este respecto cabe recordar que ya Al-Bakri cita expresamente Marsa Musa como lugar de caza de los ceutíes. Para las clases populares el recurso a la caza es sobre todo un modo de aliviar su difícil subsistencia con un aporte cárnico de otro modo fuera de su alcance.
Fiestas y banquetes eran también ocasión para el debate intelectual y literario. Gustaba también esta aristocracia ceutí de retirarse en los meses estivales a sus posesiones en el campo, especialmente a las almunias de Beliunes, descrito como un auténtico vergel.
Son pocos los datos que nos han llegado sobre el cultivo de la música. Presente en las reuniones sociales de la élite ceutí, donde se recitan poemas y se ejecutan piezas musicales, es vivamente atacada por los alfaquíes más rigoristas que ven en su práctica un peligro para la fe de los creyentes. El alfaquí ceutí Muhammad ibn Abd Allah al-Umawi condena la costumbre ceutí de contratar “orquestas de negros” y restringe su utilización a bodas y actos solemnes (Serrano, 1998, pág. 112).
La música está también presente en las sesiones organizadas por los místicos (sama), en las que se alcanza el éxtasis, que debieron conocer un éxito importante y son campo de batalla en el que se enfrentan los alfaquíes temerosos de perder su posición ante la pujante fuerza del misticismo sufí. Debieron tener no obstante bastante éxito entre la población. En este sentido es oportuno recordar que Al-Rihandi aprovecha estas celebraciones que se llevan a cabo en la vigésimo séptima noche de Ramadán, para dar el golpe de estado que permitirá a Abu-l-Qasim al-Azafi hacerse con el poder. Su discípulo Ibn Darraj escribe un tratado en el que justifica la celebración de estas Sama y denuncia la hipocresía de estos alfaquíes. Estrechamente vinculadas al éxito del Mawlid estas disputas reflejan las luchas ideológicas mantenidas en Ceuta durante el siglo XIII (Ferhat, 1993, pág. 463).
En la ciudad parecen confluir, por tanto, diversas tradiciones musicales. De un lado, la música culta andalusí. De otro, una tradición local basada en el canto y los instrumentos de percusión. Estrechamente ligada a esta última, se aprecia la influencia de la música de estas “orquestas de negros” a las que antes aludíamos (Ferhat, 1993, pág. 464).
En su tratado musical Ibn Darraj relaciona un buen número de instrumentos sin que podamos precisar cuáles de ellos eran usados en Ceuta, más allá de constatar la fortuna que tuvieron los instrumentos de percusión antes citados. No obstante, la arqueología ha permitido recuperar algún instrumento aerófono fabricado en hueso que hace evidente que la nómina de instrumentos musicales utilizados debió ser mucho más amplia (Hita y Villada, 2007). Sobre las diversiones de las masas populares contamos con una información más imprecisa. Los juegos de azar, a pesar de estar prohibidos, parecen extendidos. Algunos autores denuncian también con dureza la celebración de auténticas batallas en los alrededores de la ciudad entre jóvenes de distintos bandos que acababan a menudo con heridos. Ciudad portuaria, es conocido también el ejercicio de la prostitución, tolerada por las autoridades (Ferhat, 1993, pág. 461).
Además de las principales festividades del calendario musulmán, la fiesta de la ruptura del ayuno al finalizar el mes de Ramadán y la fiesta del sacrificio que conmemora el de Abraham, se celebraban también otras festividades, tales como la Ashura que eran ocasión para la manifestación de una religiosidad más popular (Cherif, 1996, pág. 168; Ferhat, 1993, pág. 453). Se trata de una festividad muy querida por los sufíes, tal como será después el mawlid al-Nabi, en la que se celebran comidas comunes entre los seguidores. El vigésimo séptimo día del mes de Ramadán se celebran vigilias de carácter religioso durante las que eran practicadas sesiones de Sama (Ferhat, 1993, págs. 453 y 454).
Estas fiestas eran ocasión para afianzar la cohesión social entre los diferentes sectores de la población y para la celebración de prácticas piadosas como la oración, el ayuno o la limosna.
Abu l Abbas al-Azafi en su obra ad-durr al munazzam fi al mawlid al muazzam, que terminó de componer su hijo Abu-l-Qasim al-Azafi, denuncia también que se celebran también otras festividades tales como el Milad y el Nayir, relacionadas con el nacimiento de Jesús, al-Ajuz, el Mahrajan, el 24 de junio que marca el solsticio de verano, y al-Nayruz (Cherif, 1996 b, págs. 168 y 169; Benramdane, 2003, pág. 260).
Durante el Mahrajan se llevan a cabo una serie de rituales mal conocidos de carácter mágico-religioso en los que se encienden fuegos que desprenden mucho humo al que se le atribuye la virtud de purificar y fecundar, se deja una col bajo la cama y se realizan abluciones. Por la noche los vestidos son sacados al exterior para aprovechar la humedad a la que se le atribuye virtudes especiales. El Nayruz era considerado una fecha propicia para la celebración de matrimonios en la que se comían dulces con forma de ciudades rodeadas de murallas (madain) como ya indicamos.
Abu-l-Abbas al-Azafi denuncia con firmeza la amplia acogida que tienen estos festejos en la población ceutí que provocan el cierre de establecimientos comerciales y de las escuelas coránicas. Por influencia andalusí eran celebradas también algunas festividades cristianas como la Navidad. Toda esta situación le llevó a promover la celebración de la fiesta del nacimiento del Profeta a fin de mitigar estas, en su opinión, nocivas influencias.
Será su hijo Abu-l-Qasim quien instaure oficialmente esta celebración en la ciudad, que alcanzará un notable respaldo popular aunque fue objeto de severas críticas por parte de algunos pensadores al considerarla una innovación (bida). Escribe al sultán Al-Murtada instándole a establecerla en todo el reino, aunque la consagración no llega hasta 1292, cuando el califa mariní Abu Yaqub Yusuf, a instancias de Abu l Tali al-Azafi, la convierte en fiesta oficial en todos sus dominios.
A su celebración debió contribuir decisivamente el respaldo obtenido por los jerifes ceutíes. Se sabe que en esta festividad estas familias recibían importantes regalos y dádivas del sultán. También fue muy bien acogida en medios sufíes y entre el pueblo llano lo que es otra de las claves para entender su rápido éxito. Sabemos así que con motivo de su celebración el gran sufí Al-Yahanisi ofrecía a sus seguidores un banquete y se celebraban sesiones de música. Durante su celebración se llevan a cabo ceremonias públicas en las que se festeja el nacimiento del Profeta, se realizan comidas y desfiles y los niños realizan procesiones en las que se canta y se proclaman las virtudes de Mahoma.
El éxito del mawlid conllevó posiblemente el declive de las otras fiestas antes señaladas, aunque todavía a principios del siglo XIV se continúa festejando el Nayruz y el Mahjaran (Cherif, 1996 b, pág.170)
VIDA RELIGIOSA Y CULTURAL
Durante la Edad Media, Ceuta alcanzó un gran prestigio como centro cultural y religioso. No debemos olvidar que ya en el siglo XI Al-Bakri califica a la ciudad como “un lugar donde las ciencias han encontrado asiento”.
Malikismo y unitarismo
De las cuatro escuelas (madhab) clásicas sunníes de interpretación del fiqh o jurisprudencia islámica, janafí, malikí, shafií y hanbalí, es la malikí la dominante en el Islam occidental. Ceuta no fue una excepción a esta regla e incluso durante el periodo final de los Banu Isam tenemos noticia de que se resolvían los litigios según los dictados de los alfaquíes malikíes andalusíes. Con la conquista de los omeyas Ceuta se convirtió en uno de los pilares de esta escuela jurídica.
La importancia de los alfaquíes en la vida ciudadana y su papel en la llegada de los almorávides ha sido destacada reiteradamente por la mayor parte de los investigadores (Ferhat, 1993; Cherif, 1996 b; Benramdane, 2003, etc.).
El movimiento de renovación protagonizado por Ibn Tumart acabó plasmándose en el movimiento unitarista, que está en la base del poder almohade, atacando los intereses de estos alfaquíes cuyo papel en la vida social quedaba muy disminuido.
La etapa almohade en Ceuta ha sido definida como un momento de persecución sangrienta contra los defensores de la escuela malikí, cuyo episodio más conocido sería el encarcelamiento, en 1224, de Ibn Zarqun, prestigioso jurista que escribió una obra en la que ataca el zahirismo (Benramdane, 2003, pág. 282). Otros autores, sin embargo, matizan el alcance de esta persecución. Indican que incluso en la etapa almohade, aunque la escuela malikí es oficialmente combatida, nunca desapareció contándose incluso la presencia de destacados seguidores de esta escuela en cargos de gran relevancia como el de cadí (Cherif, 1996 b, pág. 171).
En cualquier caso, el unitarismo aliado con el zahirismo de procedencia andalusí no parece haber tenido una gran penetración en Ceuta, lo que no significa que su influencia esté ausente incluso después de la caída de los almohades. Por eso, tras la desmembración del imperio almohade asistimos a una pronta recuperación del malikismo con los mariníes, si bien más flexible que en momentos anteriores.
Los lugares del culto
Señala al-Ansari la existencia de un millar de mezquitas en Ceuta. Esta cifra, evidentemente exagerada, comprende no sólo las mezquitas propiamente dichas, sino otros muchos lugares de culto entre los que incluye un elevado número de oratorios particulares (Gozalbes, C. 1995 b).
La principal mezquita era la Mezquita Mayor, situada en el emplazamiento aproximado de la actual catedral. Según nos transmite Al-Bakri, fue construida sobre una primitiva iglesia y tras la conquista portuguesa fue transformada en catedral.
La referencia más antigua se remonta a 924, cuando se indica que su qibla estaba mal orientada. También su alminar debió ser de las partes más antiguas. Sufrió diversas reformas. En 1017/1018 se construyó su mimbar con doce escalones, obra de arte singular.
Todavía con los hammudíes, en 1034, se edifica la maqsura, quizás un ejemplo más de la pretensión hammudí de hacerse con el califato. En época almorávide Yusuf ibn Tasfin ordena al cadí Ibn Isa, antecesor del cadí Iyad, que realizase una ampliación hacia el sur, en dirección al mar, quedando elevada su nave central respecto a las laterales. Estas reformas precisaron ocupar las tiendas que había alrededor, lo que provoca consultas de sus dueños que se niegan a desprenderse de ellas, aunque prevalece el derecho de construcción de la mezquita sobre el de los propietarios particulares (Serrano, 1998, pág. 131). Más tarde, Ali ibn Yusuf encomienda al cadí Iyad una nueva ampliación hacia occidente. En 1215 continuaban las obras (Serrano, 1998, pág. 131).
En el siglo XV las cinco primitivas naves de Al-Bakri se han transformado en 22 en la descripción de al-Ansari. También del patio inicial se había pasado a dos, cada una con su propio aljibe (Gozalbes, C., 1995 b). Tenía dos puertas, una al norte y otra al sur. Frente a la meridional se situaba la sala de abluciones (Mida al-Kubra). La qibla contaba con ventanales formados por vidrios coloreados unidos con plomo. Se le ha calculado una superficie de unos 1.785 m2 capaz de albergar a 3.800 fieles (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 97-99). Estaba ricamente ornamentada, conservando aún en 1451 más de 180 columnas de mármol.
Se ha conservado un documento que describe con minuciosidad su régimen de uso y administración. Tenía 112 empleados retribuidos que aseguran una presencia permanente, pues está abierta siempre para aquéllos que desean rezar. Los muecines seencargan no sólo de la llamada a la oración sino también de la limpieza los lunes y viernes. Los guardianes velan por impedir la entrada de gente armada y cuidan de que no se escupa en su interior, de alejar a los mendigos y de mantener el orden los días de gran afluencia.
Las puertas son cerradas fuera de las horas de plegaria excepto aquella de la Justicia, reservada al cadí; la llamada de los Muertos, situada al sudeste, utilizada para los servicios funerarios, y otra reservada a profesores y estudiantes. Espacio religioso, tiene también un importante papel en la educación y la cultura, ya que en ella se imparten clases y cuenta con una de las mayores bibliotecas de la ciudad. También es un espacio político en el que se leen las solemnes proclamas de los soberanos y autoridades y un lugar de encuentro social en la celebración de las festividades (Ferhat, 1986).
Conocemos otras muchas mezquitas (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 105-125), entre las que destaca la de Zaklu con sus siete naves, dos patios y su curioso alminar construido por Abu-l-Qasim al-Azafi. Era la segunda en importancia tras la Mezquita Mayor.
Seis musallas u oratorios al aire libre son reseñadas por al-Ansari. La de mayor extensión es la musalla Al-Kubra, al sur del monte Hacho (Yabal al-Mina), en la zona del Sarchal (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 136-138). En su interior se encontraba un campo destinado a practicar el tiro con arco.
Los oratorios particulares eran numerosos. Indica al-Ansari que, salvo excepciones, cada casa tenía uno. Había también en Ceuta, en el siglo XV, 47 rábitas y zawiyas, tanto en la ciudad y sus arrabales como a lo largo de sus costas. Debido a su polisemia y a la transformaciónde su significado con el paso del tiempo son estos conceptos difíciles de definir con precisión (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 145-147; Ferhat, 1993, págs. 411-414). Menciona al-Ansari la rábita Al-Sid, obra suntuosa admirablemente construida.
Junto a ella estaba otra que imitaba a la primera en su construcción, donde fue enterrada una concubina de un emir almohade. En las inmediaciones había una casa para su cuidador. Ferhat la sitúa en la medina, entre la Mezquita Mayor y la alcaicería, en tanto que Gozalbes la ubica en el exterior de la ciudad, en la zona del Morro (Gozalbes, C., 1995 b, pág. 149; Ferhat, 1993, pág. 413). Otras rábitas eran la de Al- Sudan, cerca de Benítez y la de Al-Fisal en el arrabal de Afuera, cerca del cementerio de los jerifes husayníes (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 150 y 151).
La zawiya más importante era la Al-Kubra, datada en la etapa mariní. Estaba en las inmediaciones de la puerta de Fez y era destinada a albergar a aquéllos a quienes la noche sorprendía fuera de Ceuta (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 151-153). Se trata pues en este caso de una hospedería sin otras connotaciones religiosas.
Las tumbas de hombres ilustres y piadosos, a los que se atribuyen distintos prodigios, fueron también objeto de una intensa veneración (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 156-166; Benramdane, 2003, pág. 159).
El movimiento sufí
Paralelamente al intento de imposición de la reforma unitaria, asistimos al desarrollo en la segunda mitad del siglo XII de otro movimiento, el sufí, que tuvo un arraigo mucho mayor sin que sepamos exactamente cuál es la relación entre ambos fenómenos (Cherif, 1996 b, pág. 171). La influencia andalusí es también en este caso evidente y grandes nombres del sufismo andalusí, como Ibn Arif o Ibn Arabi tuvieron gran número de seguidores en Ceuta. Ferhat ha indicado que, a pesar del florecimiento de una literatura hagiográfica que ensalza las virtudes de estos místicos, de tal modo que casi todas las ciudades cuentan con una obra de este tipo, no se conoce ninguna dedicada a Ceuta, lo que interpreta como un signo de la influencia de la ortodoxia islámica encarnada por los alfaquíes (Ferhat, 1993, pág. 409). Señala también que aunque maestros sufíes de la talla de Abu Maydan, Ibn Arabi o Ibn Sabin han residido en Ceuta, ninguno se instaló definitivamente allí. Incluso Abu al Abbas al-Sabti no duda en abandonar la ciudad que le vio nacer para instalarse en Marrakech donde adquiere gran notoriedad. Ceuta, ciudad ortodoxa y de arraigada religiosidad, sólo acepta un misticismo moderado alejado de cualquier apariencia de herejía (Ferhat, 1993, págs. 409 y 410).
El movimiento místico, no obstante, adquiere paulatinamente importancia. Vive en estos momentos el famoso sufí Abu Yaza que cuenta con muchos discípulos en Ceuta y a quien Abu-l-Abbas al-Azafi dedicará una biografía que alaba su figura y sus prodigios.
La gran figura del misticismo, a fines del periodo almohade en Ceuta, es Abu Marwan Abd al-Malik al-Yahanisi, que funda una rábita en la zona de Hajar al-Sudan, donde se congrega un nutrido grupo de seguidores (muridin). Durante la festividad del mawlid se reúnen en la rábita y celebran una comida común acompañada por sesiones musicales y el rezo de letanías a fin de conseguir el éxtasis místico.
Preocupados por los riesgos de esta explosión de religiosidad popular, se adoptan tres medidas con el fin de encauzar el movimiento: la fundación de una madrasa, iniciativa de origen particular de Abu-l-Hassan al Gafiqi as-Sarri; la formación de un sufismo más cercano al poder almohade mediante la atracción de los místicos más moderados como Ahmed ibn Ibrahim al-Qanjari, y el encauzamiento de este movimiento popular moderado, aceptado por los ulemas, para combatir la influencia cristiana (Cherif, 1996 b, págs. 173 y 174).
Un sufismo de carácter más filosófico es el representado por Ibn Sabin. Cuenta también con muchos adeptos (sabiyyun) que se distinguen del resto de la población incluso en su forma de vestir. Teósofo, impregnado por la cultura helenística, fue encargado de contestar a las consultas de Federico II de Sicilia. Condenado por los ulemas y también porlos otros sufíes que lo califican de hereje, Ibn Sabin abandona Ceuta y marcha a Oriente.
En el siglo XIV triunfa un sufismo moderado aceptado por los alfaquíes y los jerifes que se vehicula, en gran medida, a través de la fiesta de la celebración de la Natividad del Profeta y el culto a los santos (Cherif, 1996 b, pág. 174).
VIDA CULTURAL. INFLUENCIAS
Puerto de encuentro y encrucijada de caminos entre la sabiduría oriental y occidental, ciudad próspera e “independiente” con su propia corte y refugio de intelectuales andalusíes que huyen del avance cristiano, Ceuta es una ciudad de honda raigambre cultural desde antiguo (Lázaro y Gómez, 1995). Grandes figuras del pensamiento nacieron y se formaron en la ciudad del Estrecho y un innumerable número de sabios e intelectuales se desplazaron aquí de forma más o menos permanente a ejercer la docencia.
Ya en el siglo XI Saqut al-Barwagati crea una círculo de artistas a su alrededor, semejante al de los reinos taifas, al que acuden sabios y poetas de gran prestigio. También lo hacen los gobernadores almohades, como Abu Said Utman, o al-Yanasti e Ibn Jalas en los decenios centrales del siglo XIII. Pero es, sin duda, a partir de la segunda mitad de ese siglo, coincidiendo con la etapa de los azafíes, cuando la vida intelectual florece con mayor fuerza.
Especialmente notable es la influencia andalusí (Cano, 1988) que rastreamos incluso antes de la conquista omeya y que se afianzó con ésta. Efectivamente, tras la pérdida de importantes ciudades como Córdoba (1236), Valencia (1238), Murcia (1243), Lorca (1244), Jaén (1246), etc., la conquista de Sevilla por Fernando III en 1248 es el punto de no retorno para muchos sabios andalusíes que buscan refugio en el norte de África. Allí, Ceuta, ciudad próspera y cosmopolita, ejerce un evidente atractivo para estos intelectuales (Valencia, 1988; Vallvé, 1988 b). Su llegada estimuló el desarrollo de una intensa y prestigiosa vida cultural. Es en esos momentos cuando la corte azafí brilla con luz propia en el Islam occidental.
La influencia oriental es debida no tanto a la presencia de pensadores orientales que visiten Ceuta, aunque existen algunos ejemplos, como a la influencia de sus obras y de su magisterio en la formación de los intelectuales ceutíes.
El viaje a Oriente para completar su formación con los grandes sabios era una de las etapas con la que culminaba la preparación de la mayor parte de los estudiosos, que a su regreso transmitían los conocimientos aprendidos.
Lógicamente, también las relaciones culturales fueron intensas con otras ciudades magrebíes, en las que no es infrecuente la presencia de intelectuales ceutíes que son tenidos en muy alta consideración. Un reflejo de esta intensa vida cultural se manifiesta en la existencia de numerosas bibliotecas y en la proliferación de centros de estudio.
Según al-Ansari, en Ceuta existían sesenta bibliotecas. Algunas serían de dimensiones modestas, pero otras eran muy importantes. Así, la que pertenecía a Abd al Muhaymin Al-Hadrami superaba los tres mil volúmenes. Especial significación tenían aquellas constituidas en bienes hábices, entre las que destaca la legada por Abu-l-Hassan al-Sarri al-Gafiqi en la madrasa que tomó su nombre. La Mezquita Mayor tenía dos, una de las cuales es vivamente elogiada por al-Ansari al señalar que todas las ramas del saber estaban presentes.
El interés por los libros generó un activo comercio propiciado por el floreciente desarrollo de la artesanía del papel e impulsó la formación de una activa escuela de copistas que alcanzaría general reconocimiento.
Las disciplinas cultivadas. Literatura religiosa
El papel esencial de los estudios jurídico-religiosos en la enseñanza propició un gran florecimiento de textos de estas disciplinas. La nómina de tradicionistas, ascetas, alfaquíes, sabios, etc., enterrados en Ceuta y recogida por al-Ansari es amplísima (Gozalbes, C., 1995 b, págs. 44-70).
En el estudio del fiqh, una de las ciencias fundamentales del Islam, destacan Muhammad ibn Ali ibn Mala al-Qaysi, Ibn al-Shat, Zakariya Abu Yahya al-Hussaini o Ibn al-Darraj. Entre los autores que escribieron obras dedicadas a la exégesis coránica deben citarse los nombres de Abd al-Jalil al-Awsi al-Qasri, Abu l-Abbas Ahmad al-Azafi e Ibn Abi al-Rabi al-Qurashi (Benramdane, 2003, págs. 319 y 320).
En los siglos XIII y XIV Ceuta es una referencia en el estudio de los hadices. Abu Muhammad `Ubayd Allah (m. 1194) enseñó en la ciudad durante treinta años. Entre sus discípulos se cuenta Abu l-Abbas Ahmad al-Azafi (1162-1236), autor de la obra Minhaj ar-Rusukh ila ilam an-Nasikh wa l-mansakh, esencial para el conocimiento del pensamiento religioso en esta etapa (Cherif, 1996 b, pág. 185; Benramdane, 2003, págs. 320 y 321).
También destaca el ceutí Ibn Rusayd (1259-1321), que logró una gran reputación y fue considerado imán de los tradicionistas. Tras formarse en Ceuta, marcha a Almería (1283) y de allí a Oriente a completar sus estudios. Regresa a su ciudad natal en 1287 hasta que en 1292 se establece en Granada, donde desempeña importantes cargos. La turbulenta vida política de la capital nasrí le hace trasladarse nuevamente a Marrakech y luego a Fez desempeñando importantes cargos en la corte del sultán mariní Abu Said. Autor polifacético, escribió obras literarias, matemáticas, lingüísticas, etc, pero es en el campo del hadith donde alcanza mayor fama gracias a su obra Bugyat al-Nuqqad (Benramdane, 2003, págs. 321-323).
Pero a juicio de Benramdane, el autor más reputado y distinguido en su época es Ibn al-Shat. Nacido en Ceuta en 1245/1246, se formó en esta ciudad. Sus biógrafos resaltan sus cualidades pedagógicas, su vasta cultura jurídica y su saber en múltiples disciplinas. Dedicó toda su vida al estudio sin dejarse seducir por el prestigio del poder hasta su muerte, en Ceuta, en 1323 (Benramdane, 2003, págs. 323 y 324).
Mencionemos por último otro género que podemos incluir dentro de esta literatura de carácter religioso dedicada a ensalzar al profeta Muhammad. Destacan la conocida obra del cadí Iyad as-Sifa. Deben también mencionarse ad-Durr al-manuzzam fi mawlid an-nabi almuazzam de Abu-l-Abbas al-Azafi y a at Tanwir fi mawlid as-siraj al-munir de Abu-l- Jattab ibn Dihiyya al-Kalbi, cuyo tema central es el mawlid (Benramdane, 2003, pág. 337).
Gramática y ciencias lingüísticas
La relevancia alcanzada por estos estudios queda patente tanto en el amplio y afamado elenco de profesores que ejercieron en Ceuta su docencia como en la importancia de las obras aquí producidas. Así, se justifica que Ibn al-Jatib haya calificado a Ceuta como “la Basora de las ciencias lingüísticas”.
Al menos desde el siglo XII la escuela filológica ceutí había alcanzado gran renombre con figuras de la talla de Mohamed ibn Ahmed ibn Hicham al-Lakhmi al-Sabti, que nos ha legado varias obras cuyo principal objetivo es la corrección de las faltas del lenguaje popular. Pero es en el siglo XIII y XIV cuando esta escuela alcanzará su cenit con la llegada del prestigioso gramático Ibn Abi Rabi, que huye de Sevilla (1248), en cuya mezquita mayor había enseñado. Acogido en la corte azafí, redacta valiosas obras que reflejan las disciplinas que impartió en Sevilla y Ceuta. Sus discípulo más ilustres, Ibn Satt, Ibn Rusayd, Mohamed ibn Hani al-Sabti e Ibn Abd al-Mahaymin al-Hadrami, mantendrán la reputación de la escuela ceutí tras su muerte en 1290 (Valencia, 1995).
Una anécdota recogida por Al-Maqqari resulta reveladora del alto nivel alcanzado por esta escuela. Refleja la llegada a Ceuta en 1294 del famoso gramático Ibn Hamis y cómo los discípulos de Ibn Abi Rabi le plantean complejas cuestiones para ponerlo en evidencia y le obligan a dejar la ciudad.
Sabemos también que algunos de estos profesores empleaban cotidianamente el árabe clásico con fluidez. Asimismo, ha quedado constancia de que el habla ceutí se encontraba muy influenciada por la variedad dialectal del árabe andalusí.
Filosofía
El cultivo de la filosofía no tuvo gran auge en Ceuta. Frecuente objeto de críticas por considerar la especulación peligrosa y nociva para el Islam, sólo bajo el dominio almohade conoce cierto desarrollo. Es a inicios del siglo XIII cuando llega a la ciudad el célebre pensador andalusí Ibn Sabin que, a pesar de su juventud, es elegido por el sultán almohade Al-Rachid para responder a la serie de complejas cuestiones enviadas por el emperador Federico II de Sicilia para poner a prueba a los sabios del Islam.
Más interés despertaban en Ceuta las obras destinadas a combatir la influencia del cristianismo y el judaísmo y a demostrar la superioridad del Islam sobre las otras dos grandes religiones monoteístas. Entre las obras que combaten el cristianismo destaca la de Abu Ali Al-Hassan ibn Rusayd al-Sabti, que data del siglo XIII, mencionada por Al-Wansarisi. El más conocido opúsculo antijudaico es obra del converso Abd al-Haq al-Islami.
Historia y biografía
El cultivo de la historia, especialmente de la historia local, fue objeto de atención por los sabios ceutíes. Es el del cadí Iyad el primer nombre relevante que debe mencionarse en esta disciplina al dedicar su obra Al Funun al-Sitta fi akhbar Sabta a la historia de su patria. Ya en el siglo XIII toma el relevo el murciano Ibn Rushiq, autor de obras bien conocidas como reflejan las abundantes referencias incluidas en obras posteriores. En la siguiente centuria merecen ser reseñados los escritos hagiográficos de Abu Abd Allah al-Hadrami que reseñan la actuación de muchos ilustres personajes ceutíes (Cherif, 1996 b, pág. 186).
Muy cercano a la historia, es también cultivado el género conocido como barnamaj o fahrassa, cuyas obras constituyen eruditas recopilaciones en las que se reseñan las biografías de maestros y sabios. El cadí Iyad escribió una obra biográfica sobre los juristas malikíes, en la que plasma sus profundos conocimientos en este tema que su discípulo Ibn Hammada completará y actualizará. Autores como Abu-l-Abbas al-Azafi, Abu-l-Hassan Ali al-Gafiqi al-Sarri, Abu-l-Qasim al-Tujibi, Ibn al-Shat e Ibn Rusayd, entre otros, escribieron obras biográficas de gran relevancia hoy perdidas o conservadas fragmentariamente (Cherif, 1996 b, pág. 189; Benramdane, 2003, pág. 338). Pero la más monumental es debida a Abd Allah Az-Zari, autor de un diccionario biográfico en sesenta volúmenes (Cherif, 1996 b, pág. 187).
Debe reseñarse, por último, dentro de estos estudios de carácter histórico, la figura de al-Ansari. Contemporáneo de la toma de Ceuta por los portugueses, dedica su Ijtisar al-Ajbar a realizar una pormenorizada y nostálgica descripción de su Ceuta natal, posiblemente una de las mejores descripciones conocidas de una ciudad medieval que se ha conservado. Escribió otras obras, a las que remite continuamente para ampliar detalles de su relato desgraciadamente perdidas.
Relatos de viajes
Para cumplir con el deber de peregrinación a La Meca, por motivos comerciales o para completar sus estudios, muchos ceutíes viajan a Oriente.
Algunos llegan aun a tierras más lejanas, como es el caso de Qiwam ad-Din al-Sabti, a quien Ibn Battuta conoció en Delhi y años más tarde volvió a encontrar en China, donde había labrado una gran fortuna. El tangerino vio pasado el tiempo a su hermano en “tierras del Sudán”. Estos viajes dieron lugar a un género literario, rihla, bastante heterogéneo en cuanto a los temas que aborda. Especialmente significativo es el relato de Ibn Rusayd a quien ya hicimos referencia al ocuparnos de la literatura religiosa. Destacado cultivador del hadith y autor de tratados de gramática, métrica y otras obras literarias, está considerado como una de las figuras cimeras de los tradicionistas occidentales.
En su rihla, en que narra su viaje a Oriente, recoge principalmente las biografías de sus preceptores y el detalle de las materias que estudió, en tanto que las descripciones de orden geográfico o social ocupan su atención en menor medida. Consta de siete tomos, de los cuales dos se han perdido (Ferhat, 1993, págs. 424 y 425).
Este desapego a los intereses geográficos es patente también en otra gran obra del ceutí Abu-l-Qasim ibn Yusuf ibn Muhammad ibn Ali at-Tujibi (1267/1268-1329/1330).
Contemporáneo de Ibn Rusayd, comienza su viaje a Oriente aproximadamente a los treinta años. Tras su formación, regresa a Ceuta y alcanza gran fama como tradicionista. Tras pasar algún tiempo en Fez invitado por el sultán Abu Said Utman, retorna pronto a Ceuta.
En Ceuta redacta el relato de su viaje a Oriente, que sigue el planteamiento de la rihla de Ibn Rusayd, prestando, en consecuencia, especial atención a las biografías de sus preceptores, pero incluyendo indicaciones de interés sobre algunos aspectos geográficos y etnográficos. Se conservan tres tomos pero está perdida en su mayor parte (Benramdane, 2003, págs. 335 y 336).
Ciencias y medicina
Las matemáticas y la astronomía, en tanto que ramas del saber necesarias para la vida religiosa y social (cálculo de reparto de herencias, horario de las plegarias, correcta orientación para el rezo, etc.), son objeto de atención preferente, aunque su reflejo en las fuentes es muy escaso (Gozalbes Busto, 1996). Otras disciplinas son vistas con precaución, cuando no condenadas, al ser interpretadas como manifestaciones más próximas a la magia que al auténtico conocimiento.
No obstante, no pueden caer en el olvido en este ámbito algunos autores relevantes. Citemos en primer lugar a al-Idrisi, autor de la obra cumbre de la geografía medieval islámica, llevada a cabo por encargo del rey Roger II en Sicilia. Su planisferio y su descripción del mundo son un trabajo erudito y de gran valía que se beneficia de los amplios conocimientos de su autor en distintas ramas del saber y constituye un referente en el conocimiento de esta época (Surroca, 2007). Otros ceutíes, como Abu Baku al-Laythi o el judío Ibn Sammun, son responsables de valiosos tratados de astrología, en tanto que el también ceutí Abu-l-Hassan ibn Hilal, arquitecto, médico y matemático, y el matemático ibn an-Najjar, maestro de ibn Jaldún, oriundo de Tremecén aunque pasó buena parte de su vida en Ceuta, son autores de destacadas obras científicas. Conocemos también un buen número de sabios nacidos en Ceuta o afincados en la ciudad del Estrecho que ejercieron la medicina.
Disciplina con una indudable incidencia en la vida cotidiana, muchos de estos médicos, entre los que se incluían un buen número de miembros de la comunidad judía, gozaron de gran consideración entre sus conciudadanos. Ya en el siglo XII destacó por sus conocimientos médicos el polifacético al-Idrisi, autor de un afamado tratado de botánica.
La fama de los galenos ceutíes les llevó a ejercer su profesión fuera de la ciudad. Es el caso, por ejemplo, de Said al-Gumari, que adquirió fama en Marrakech o de Ali ibn Yaqzan al-Sabti, que ejerció en Oriente.
Como en tantos otros ámbitos del saber, es en el periodo azafí cuando asistimos a un mayor florecimiento de la disciplina. Incluso varios miembros de los azafíes, Muhammad ibn Talib al-Azafi, por ejemplo, destacaron en la práctica médica y escribieron varios tratados. En estos momentos la figura señera de la medicina ceutí es Ali ibn Hilal, que a tenor de lo recogido en las fuentes era continuamente requerido por lo preciso de sus diagnósticos y la bondad de sus remedios. Nuestra principal fuente para conocer los datos de la biografía de estos médicos ceutíes, en el siglo XIV, es el Bulgat al-Ummiya. Allí se destaca a Muhammad ibn Muqatil, que tenía su gabinete junto a la Mezquita.
AL-IDRISI, EL CEUTÍ MÁS CÉLEBRE
Abu Abd Allah Muhammad b. Muhammad b. Idris, llamado al-Idrisi por ser descendiente de Idris I, el fundador de la primera dinastía magrebí, nació en la ciudad de Ceuta en torno al año 1100. Renombrado también como El Edrisi, fallecerá en 1166, tal vez en su ciudad natal, o tal vez en Sicilia. Descendiente de la que fuera rama idrisí de al-Andalus, los hammudíes, vino al mundo cuando los almorávides eran señores de su ciudad.
Posiblemente sea el ceutí más conocido internacionalmente. Fue cartógrafo, geógrafo y viajero aventurero que vivió en la corte de Palermo de Roger II. Su labor en aquellas instancias sicilianas tiene mucho que ver con su condición de “espía” para la corte normanda de Palermo.
Sobre todo, al-Idrisi pasó a la historia por ser el responsable de un mapamundi (1154), que, al estilo de los mapas musulmanes de la época, presentaba una orientación inversa a la actual (el norte abajo y el sur arriba). Ese mapa, conocido universalmente por el nombre de Tabula Rogeriana, era el complemento de su obra geográfica descriptiva, el Libro de Roger (Kitab Ruyar), así llamado por él mismo, o Nuzhat al-mustaq fi ijtiraq al-afaq (El recreo de aquel que le apasiona el viaje a través del mundo), nombre que le otorgó el soberano siciliano. Años después (1161), reinando Guillermo II, el ceutí completó una segunda edición, titulada Uns al-muhay wa-rawd al-furay (Solaz de corazones y prados de contemplación), pero todas sus copias se perdieron. Una versión abreviada de esta edición, el llamado Pequeño Idrisi, fue publicada en 1192. Es una de las grandes contribuciones al género de los kutub masalik wa l-mamalik (libros de viajes y reinos).
El geógrafo trabajaba con un método que incluía la visita a los lugares consignados. Realizaba un examen de toda la tradición libresca anterior, incluyendo los grandes geógrafos de la Antigüedad como Ptolomeo o el hispano Orosio.
La llegada a los puertos de la isla de Sicilia, centro del Mediterráneo, de comerciantes de todos los confines del mar y de otros lugares más remotos otorgaba una supremacía en el conocimiento de la realidad corográfica de aquel mundo de horizontes más limitados, situación aprovechada con gran perspicacia por el ceutí, que se nutrió de todos esos informantes anónimos. Sostuvo la esfericidad de la Tierra y, si bien sus mapas tenían forma de disco, ello no es óbice para que afirmara: “La Tierra es redonda como una esfera, y las aguas se adhieren a ella y se mantienen en ella a través de equilibrio natural que no sufre variación”.
Independientemente, de todo ello, al-Idrisi aporta la visión más completa del mundo en el siglo XII, y no solamente de Dar al-Islam. Sin embargo, la descripción de su Ceuta natal es extremadamente pobre para alguien que fue capaz en una obra de resumir el mundo que le tocó vivir.
Mayor de Ceuta. Sus discípulos Muhammad al-Azdi y Muhammad Charisi alcanzaron también notable fama, lo que les llevó a asistir a los soberanos sin que ello les hiciese descuidar su humanitaria labor con los más humildes, que le valió al segundo el sobrenombre de “médico del pueblo”. También Muhammad ibn Marwan al-Muafi alcanzó un gran renombre por su sólida formación, elogiando las crónicas su desinterés al atender gratuitamente a los menesterosos a pesar de no gozar él mismo de una situación holgada. Citemos, por último, a una mujer, Aicha ibn Abi Abd Allah al-Ayyar, hija de un muhtasib, que ejerció en Ceuta a fines del siglo XIV.
Las fuentes muestran a estos médicos ejerciendo en sus propios gabinetes, sin que se haya conservado dato alguno de una institución como un maristan u hospital, que conocemos en otras ciudades.
Esta medicina se basaba en el conocimiento de los grandes tratados del mundo clásico (Hipócrates, Galeno, Dioscórides, etc.) y en una experiencia acreditada que otorgaba especial relevancia a las propiedades de los alimentos y su influencia en la salud entendida como equilibrio entre diferentes propiedades (sequedad-humedad, calor-frío).
Junto a esta práctica médica de carácter más científico, debe señalarse también el desarrollo de una medicina cercana al curanderismo muy extendida y basada en la tradición, que acude a remedios de carácter mágico para aliviar los sufrimientos y dolencias de los pacientes.
Poesía y literatura
El género poético conoce un desarrollo temprano que puede vincularse en buena medida a los afanes de los dignatarios ceutíes por emular la vida cortesana andalusí (Lázaro, Gómez, 1995). Así, por ejemplo, al-Yanasti, buen poeta él mismo como demuestra la nostálgica composición que dedicó a la ciudad durante su exilio, se rodea para aumentar su prestigio de conocidos poetas como Ibn al-Yinan e Ibn Talha. Algo similar reproduce Ibn Jalas al invitar a su corte al conocido vate sevillano ibn Sahl, que le corresponde dedicándole una serie de laudatorias composiciones. Pero el momento de apogeo se produce de nuevo con la dinastía azafí. Entonces acuden a la ciudad poetas andalusíes, pero también de Oriente, que buscan, con sus panegíricos, excitar la generosidad de los grandes señores de Ceuta. La corte azafí se convierte así en un centro poético relevante en el que la influencia andalusí es muy acusada.
Ambiciosos y serviles en su mayoría, no dudan en cambiar de protector recorriendo diversas cortes. Algunos de ellos son víctimas sin embargo de sus críticas lacerantes, como fue el caso de Ibn Talha ajusticiado por orden de al-Yanasti. Las condiciones en que se desarrolla favorecen una poesía de circunstancias bastante convencional en la que el género laudatorio es el más desarrollado. Se canta la generosidad y el buen gobierno de los próceres ceutíes pero también la belleza de la ciudad y especialmente del vergel de Beliunes.
Aunque existen ejemplos de poetas que dedican su talento a cuestiones más profanas y cantan al amor, la belleza femenina o los placeres del vino, el otro gran género desarrollado en Ceuta tiene un carácter netamente religioso. Se trata de los mawlidiyyat, composiciones que alaban la figura del profeta Muhammad escritas con ocasión de la celebración del Al-mawlid al-nabi.
VESTIGIOS
Ceuta es descrita en las fuentes como una ciudad con un gran número de bellas construcciones, poderosas defensas, un denso caserío en el que se contaban modestas viviendas pero también suntuosas residencias, miles de mezquitas y oratorios, baños ricamente ornamentados, prodigiosos jardines, dos madrasas, trece cementerios, una compleja red de instalaciones (puerto, mercados, alhóndigas, etc.), que hacían posible un activo comercio, rábitas, zawiyas, fuentes, etc. En suma, una notable y próspera medina dotada de todo lo necesario para satisfacer las necesidades de sus habitantes. Por desgracia, únicamente una pequeña porción de sus vestigios ha llegado a nuestros días. La continua y profunda transformación urbanística sufrida por Ceuta, que se inicia casi desde la conquista lusitana y se intensifica especialmente en las últimas décadas, unida al inexorable paso del tiempo, ha destruido la mayor parte de este legado. No obstante, una mayor concienciación social y el trabajo abnegado de varias generaciones de investigadores han hecho posible identificar y exhumar algunos de estos vestigios que permiten hacernos una idea de cómo debió ser esa Ceuta medieval que cantan los cronistas (Villada, 2006; Hita y Villada, 2007).
Varios centenares de miles de piezas, principalmente ajuares domésticos, pero también elementos suntuarios y ornamentales, evidencias de actividades productivas, etc., son custodiados en los almacenes del Museo de Ceuta. También se mantienen en pie algunos inmuebles, restos de conjuntos de mayor extensión, de los que damos cuenta a continuación.
Murallas
Gran relevancia tienen los restos de murallas. Éstas, de especial significación para sus habitantes, sufrieron continuas reformas y mejoras. Dos recintos, la cerca de la medina califal y el Afrag, construido por los mariníes, son los restos mejor conservados.
Muralla califal
Abd al-Rahman III es quien ordena su construcción, pero los trabajos no fueron culminados hasta 962, gobernando ya Al-Hakam II al-Mustansir. Punto clave para los intereses omeyas en el norte de África, Ceuta cimentó este papel en este poderoso recinto amurallado que rodeaba la medina.
Los restos de la cerca definen una planta rectangular de aproximadamente 350 por 200 m. Protegía una superficie de unas siete ha, similar a la de ciudades como Gibraltar, Elvas, Niebla, etc.
En su interior se sitúan los edificios públicos más representativos del poder político (el alcázar) y religioso (la Mezquita Mayor), la alcaicería, baños y algunas de las residencias de los notables de la ciudad (Gozalbes, C., 1988 d, 1988 e). Varios tramos de los lados este, norte y oeste son todavía visibles (Hita y Villada, 2004 a).
La muralla está construida con sillares de calcarenita, de procedencia posiblemente peninsular que forran un núcleo formado por cal y canto. El modo de disponer los sillares, un aparejo a soga y tizón, apareciendo estos últimos por regla general duplicados, responde a un modelo típicamente cordobés. Debe destacarse el conocimiento del oficio de sus constructores, que se manifiesta en el perfecto encaje de los sillares que forran la muralla, formando hiladas perfectamente horizontales y muy bien aparejadas, prácticamente a hueso (Hita et al., en prensa).
Desconocemos la altura total de los lienzos pues no han sido conservados íntegramente en ningún lugar. No obstante, en el sector occidental, la altura del tramo conservado, que remata en un triple cordón en relieve que parece marcar la culminación de los lienzos, supera los nueve metros. Aunque no se conserva, el muro debió rematar en un parapeto almenado que protegería un paso de ronda.
Los lienzos se refuerzan con torres macizas de planta rectangular y reducidas dimensiones separadas entre sí alrededor de 20 m. Es imposible conocer con seguridad el número total de torres al haberse perdido amplios tramos. Al-Bakri menciona nueve en su frente oeste. Así, si consideramos constantes las dimensiones antes indicadas, podemos estimar un total de 16 en los flancos más largos (el norte y el sur), lo que nos daría un esquema 16-9-16-9 (Hita et al., en prensa). Sólo cuatro de estas torres han sido localizadas hasta el momento, dos en el frente este y dos en el norte.
Como hemos indicado, distintos lienzos y cuatro torres se conservan en sus frentes occidental, oriental y norte. Sin duda, el más espectacular es el occidental, en el que se ha descubierto una de las puertas de acceso a la ciudad. Hoy permanece en el interior del actual Parador de La Muralla, oculta por la muralla renacentista.
El elemento más destacado de la puerta es sin duda su arco exterior. La rosca, descentrada como es habitual en este periodo, presenta dovelas enjarjadas finas y largas, sobre las que se ha conservado un enlucido de muy buena calidad con restos de pintura roja. Este arco se encuentra adelantado respecto al lienzo (Hita y Villada, 2004 b). El alfiz labrado en piedra sobresale unos centímetros sobre el plano y se proyecta sobre el lienzo que quiebra a la derecha. Sobre el alfiz, un hueco debe corresponder a una placa conmemorativa hoy desaparecida. La puerta, que sufrió varias remodelaciones, incluso en época medieval, puede identificarse quizá con la principal de acceso a la ciudad (Pavón, 1996).
Esta milenaria cerca, recientemente restaurada, fue el sustento en el que basó el estado cordobés su política norteafricana y una de las más impresionantes construcciones del califato omeya fuera de Córdoba.
Afrag
Las conocidas popularmente como Murallas Merinidas o Ceuta la Vieja forman parte del nuevo arrabal erigido por los mariníes al oeste del arrabal de Afuera, entre los arroyos de Fez y del Puente, sobre unas lomas que dominan Ceuta. Esta ciudad palaciega, fundada por el sultán mariní Abu Said en 1328, se denominó Al-Mansura o Afrag.
En gran medida, su programa constructivo recuerda al de Fez la Nueva (Fas al-Yadid), residencia del sultán, sus servidores y personajes de su séquito que llevaban el gobierno del
Estado. Como en el caso de Fez, la fortaleza ceutí, se encuentra a orillas de un río, un tanto alejada de la medina para facilitar la defensa, aunque suficientemente próxima como para vigilarla y someterla en caso de necesidad. Como la al-Binya algecireña, erigida por el sultán Abu Yusuf entre 1279 y 1285 (Torremocha et al., 1999), el Afrag es ejemplo de ciudad palatina, centro de gobierno de la administración mariní y también campamento de las tropas que se desplazaban a al-Andalus (Gozalbes, C., 1978).
En consecuencia, su erección debe enmarcarse dentro de un programa de fundaciones mariníes que responden a objetivos defensivos pero también propagandísticos, al presentar a los sultanes como “constructores de nuevas ciudades” demostrando su capacidad organizativa y económica a nasríes, cristianos y a la propia población local (Hita y Villada, 2000 a).
La principal información sobre el Afrag aparece recogida por Ibn Marzuq y al-Ansari.
Forma un recinto circundado por una muralla de diez a doce metros de altura, con torres rectangulares salientes y huecas de hasta 16 m separadas unos 30 metros entre sí. El conjunto aparece coronado por almenas prismáticas de tejadillo apiramidado. Su perímetro era de dos kilómetros. Tenía tres puertas, de las que conocemos el nombre de dos, Bab Fas y Bab Suffah. Para su construcción se empleó el tapial, y en la puerta de Fez, única conservada, ladrillo y mampostería. Esta puerta, de ingreso en codo simple, se encuentra flanqueada por dos torres. El arco de la puerta es de herradura apuntada con cadeneta en el alfiz (Pavón, 1970; Hita y Villada, 2000 a).
Esta ciudad palaciega poseía todos los servicios necesarios para su funcionamiento. En su interior se construyeron, además del alcázar real, baños,mezquitas, alhóndigas, viviendas, etc. Poseía también un jardín desde donde se divisaba el mar. El sultán
Abu-l-Hassan hizo construir, contiguo al alcázar, una mezquita que según Ibn Marzuq poseía un magnífico alminar. Tenía su residencia privada en una de las torres de este alcázar. En la sala de Justicia se resuelven las disputas y se designan los altos cargos de la corte.
Fuera de Bab Fas había dos campos de tiro, de mil y mil doscientos pasos respectivamente, y se construyó la zawiya Al-Kubra, para alojar forasteros, comerciantes y otras personas que se vieran obligadas a pasar la noche fuera de la ciudad. Al sur del recinto debía situarse la musalla Al-Mulukiyya, en lo alto del Hafat al-Gaddar, reservada a los habitantes del Afrag.
Otros restos del recinto amurallado
Además de los descritos, algunos otros vestigios de las defensas ceutíes han subsistido.
Una vez en desuso, los lienzos de las murallas se transforman en obstáculos que interesa demoler a fin de suprimir cesuras inútiles en la nueva configuración urbana. Sirven entonces de cantera para nuevas construcciones, llegando a veces a desaparecer completamente. Otras son integradas en nuevas construcciones que enmascaran los lienzos medievales,en un proceso visible, por ejemplo, en la cerca califal, cuyo trazado occidental se encuentra embutido en el interior de la Muralla Real portuguesa. También los lienzos que miran al norte parecen correr similar fortuna.
No obstante, otros tramos pueden ser rastreados a partir de algunos elementos, principalmente torres.
Citaremos en primer lugar la torre del Heliógrafo. Muy desfigurada actualmente, debe corresponder a una de las torres del lienzo que discurría por el trazado de la Cortadura del Valle. Algunos investigadores han apuntado la posibilidad de que formase parte de una puerta de acceso a la ciudad desde el barrio de al-Mina. Su datación es imprecisa, pero por sus características constructivas parece posterior a los almohades.
En torno al perímetro norte del monte Hacho, en la zona entre los isleos de Santa Catalina y la playa de San Amaro, se conservan algunas torres de planta cuadrada realizadas con mampostería y verdugadas de ladrillo en deficiente estado de conservación. Pavón las considera islámicas, pero aparecen muy modificadas por reformas posteriores (Pavón, 1970). Es posible que otras torres del Hacho, por ejemplo, la situada en la cala de la Torrecilla, tengan también un origen medieval.
En cuanto a las edificaciones que existieron en la cima del Hacho, ninguno de los restos visibles hoy puede ser adscrito con certeza a época medieval islámica. Relacionadas con la defensa de la ciudad y su territorio deben estar algunas de las torres localizadas en el Campo Exterior. Quizá pudieran corresponder al programa constructivo de vigilancia del estrecho de Gibraltar emprendido por el sultán mariní Abu-l-Hassan Ali.
Debemos recordar que al-Ansari cita la existencia de 18 torres de guardia o atalayas (al- maharis). No obstante, es probable que ciertas torres cumplieran una función residencial y no estrictamente defensiva e incluso en algunos casos, como se atestigua en el territorio andalusí, sirvieran de lugar de almacenamiento de la producción agrícola. Hasta el momento se han localizado siete en el actual término municipal (Loma de Luengo, torre del Barranco de Mendicuti, torre del Barranco de Calamocarro, torre de la Fuente de la Higuera, La Chocolata,
Las Codornices y Chico Remiendo). Presentan planta rectangular y están construidas con mampostería y verdugadas de ladrillo, con varios pisos con cubierta abovedada. En la que mejor conocemos, la de la Fuente de la Higuera, se localiza un aljibe bajo el piso de la estancia inferior. A la planta superior, que ha perdido casi completamente su cubierta, se accede por una estrecha escalera que presenta una tosca decoración de mocárabes. Su datación es imprecisa, pero tanto la técnica constructiva como su semejanza a alguna de las halladas en Beliunes, inducen a pensar que debieron estar en uso durante el siglo XIV.
Otros edificios significativos
Junto a fortificaciones se conservan también restos de otros edificios notables. Entre ellos destacan los de la madrasa al-Yadida, las viviendas de Huerta Rufino y el baño árabe de la plaza de la Paz.
La madrasa al-Yadida
Ceuta fue la primera ciudad occidental en contar con una madrasa. La madrasa al-Shariyya, que abrió sus puertas en 1238, fue fundación particular de un rico comerciante de la ciudad dedicado a la divulgación del saber, Abu-l-Hassan Muhammad al-Gafiqi al-Sharri. Se levantó en la medina próxima a los centros del poder.
En el año 1347, el sultán Abu-l-Hassan Ali manda construir otra madrasa. Por erigirse en una ciudad dotada de una institución similar desde el segundo cuarto del siglo XIII, recibió el nombre de “la Nueva”. Las noticias de época islámica relativas al edificio son debidas a Ibn Marzuq y al-Ansari (Gozalbes, C., 1990, 1995 b; Martínez Enamorado, 1998, 2002).
Ibn Marzuq señala que:
La madrasa de Ceuta es maravillosa, pero más admirable todavía es la de Marrakus, y después la de Miknasa. Todas tienen una construcción magnífica y decoraciones extraordinarias, numerosas obras de arte y elegante construcción, decoraciones grabadas, revestimiento de estuco y pavimentos con dibujos diferentes de extraordinarios azulejos, mármoles polícromos, maderas talladas con gran maestría y agua en abundancia.
LAS MADRASAS DE CEUTA
Desde el siglo X en adelante, Ceuta se convirtió en un centro intelectual de primer orden. Ciudad de paso entre al-Andalus y el Magreb y uno de los principales centros comerciales del Occidente musulmán, en ella recalaban prestigiosos sabios de una y otra orilla. En ese ambiente intelectual y económico, se produjo una alianza estratégica entre la gente del saber y del comercio, única en su género en el Occidente musulmán, que hizo de Ceuta una reputada ciudad de ulemas, al tiempo que sus mercaderes se enriquecían con la transacción comercial por medio mundo conocido.
En esas circunstancias, sólo en una ciudad como ésta del Estrecho se podía dar un hecho como el que supuso la creación de la primera madrasa del Occidente musulmán.
Corría el año 635/1238, cuando Muhammad al-Sharri, nacido en Ceuta en 571/1175-1176 y fallecido en Málaga en 649/1251-1252, logró con su fortuna personal constituir una primera madrasa, anterior a la construida en Málaga por Abu Abd Allah Muhammad al-Sahili al-Muammam en torno a 1330, de carácter sufí, y a la oficial en la capital granadina debida a Yusuf I al-Nasri en 1348. Anterior también a las levantadas en el Magreb en la segunda mitad del siglo XIII.
En la creación de esta madrasa al-Sharriyya se adivina, sin mucho esfuerzo, un deseo de emulación de una moda venida de Oriente y que los hafsíes de Túnez, primero, y los meriníes, después, acogerán, más tarde, con celo y dedicación. La intensa actividad bibliófila de al-Sharri, muñidor de una biblioteca que contenía, a decir de Ibn Abd al-Malik al-Marrakusi y de al-Ru’ayni, más de 40.000 volúmenes, allanó el camino para la constitución de ese primer centro de enseñanza, innovador por cuanto era pionero en el Occidente musulmán, y alejado del poder, por cuanto surge de la actividad autónoma de un sabio. Su incidencia, como activo cultural, en la vida de Ceuta hubo de ser considerable.
Muy distinta será la segunda madrasa edificada en Ceuta, llamada madrasa al-Yadida (madrasa nueva). Construida en el año 747/1347 por el sultán meriní que acometió el programa político más intenso de reislamización del Magreb, Abu l-Hasan Ali, su presencia en Ceuta supone, sin duda, el fin de cualquier atisbo de autonomía intelectual para ese grupo de sabios urbanos tan activos.
Cada ciudad del Magreb meriní había de contar con una madrasa al menos, y Ceuta no podía ser menos por tradición y relevancia política. Será bajo la idea de cimentar el poder político meriní que se haga este centro de adoctrinamiento, en plena medina y junto a su mezquita Aljama. Con ella, Ceuta se homologaba al resto de las ciudades meriníes, en las que las madrasas servían para ahogar la ciencia y esclerotizar la enseñanza, convertida esta última en un rígido programa de estudios destinados en exclusividad al fiqh. En definitiva, la madrasa de Ceuta sirve como centro de adoctrinamiento de los futuros funcionarios de la dinastía meriní al servir de alojamiento para los jóvenes que deseaban ingresar en la administración fesí. No hay noticias de cadenas de transmisión científica ni de ulemas pertenecientes a dicha escuela coránica que, sin embargo, recibiría la imponente biblioteca de la anterior institución. Se cerraba con ella un ciclo histórico definido por la alianza entre ulemas y mercaderes que tanto prestigio había dado a la ciudad. Se abría un periodo de decadencia intelectual que se prolongará hasta la conquista portuguesa de 1415.
LA MADRASA AL-YADIDA: SU POSIBLE RESTITUCIÓN A PARTIR DEL REGISTRO ARQUEOLÓGICO.
La madrasa al-Yadida de Ceuta puede ser considerada el edificio mejor conocido de la Ceuta medieval. Y ello es así por el importante volumen de material que se recuperó una vez que la vieja escuela coránica fue demolida en el año1891. Tan desgraciada actuación no acabó, sin embargo, con aquellos importantes elementos arquitectónicos, custodiados en el Museo de Cádiz hasta que a finales de la pasada centuria fueron recuperados por la Ciudad Autónoma de Ceuta. Sin que pueda parecer una exageración, estamos ante una de las colecciones de arte medieval más significativa del norte de África, compuesta por objetos en mármol (un brocal de pozo, varios capiteles, cimacios y columnas) y una magnífica colección de soportes en madera. Todo ello, junto con las descripciones que del edificio hacen los autores árabes (al-Ansari e Ibn Marzuq, fundamentalmente) y los cronistas portugueses o españoles posteriores (Mascarenhas y Correa da Franca, entre otros) y, particularmente, por los dibujos y planos de José Madrid que se han conservado, realizados poco antes de su demolición, permite realizar una restitución bastante fidedigna de la madrasa ceutí.
Sabemos que era un edificio de dimensiones modestas, similar tal vez a la madrasa de Salé. Anejo a la mezquita aljama de Ceuta, de la que divergía seguramente en su orientación, el análisis de los planos es concluyente: se trataba de una construcción de planta ligeramente rectangular, con el añadido de una casa rectangular bajo el alminar que distorsiona esa regularidad en su sector noroeste junto a la entrada por la plaza de África. Su longitud total en el eje norte-sur sería de 25 m, y la anchura oeste-este, 15 m, en el lado menor del rectángulo y 19,4 con el añadido. No faltan imágenes previas a su demolición en las que se recoge su bello alminar de planta cuadrangular.
De los objetos preservados, destacaremos el brocal de pozo de su patio, que despliega, en elegante epigrafía cúfica anterior a la edificación de la Madrasa al-Yadida, posiblemente del siglo XI, una secuencia de eulogias destinadas al propietario de la pieza (li-sahibi-hi). Tal vez procediera de la ciudad de Almería. El conjunto de capiteles y collarinos meriníes es un magnífico botón de muestra de las artes sobre mármol del
Occidente musulmán. No todos los capiteles originarios ingresaron en la colección, quedando algunos en otros emplazamientos (iglesia de la Virgen de África, por ejemplo). Algunos de estos capiteles exhiben una cuidada epigrafía cursiva, como uno donde se registra el nombre y título del sultán que edificó la construcción, Abu l-Hasan Ali, príncipe de los musulmanes (amir al-muslimin). Tres de los collarinos reproducen, con epigrafía cursiva, pasajes coránicos, en una solución estética ciertamente innovadora.
Las maderas representan un excepcional conjunto, sólo homologable con alguno de los emplazados in situ en las grandes madrasas fesíes. Son más de cincuenta ejemplares facturados en madera de cedro y de distinta tipología, sobre todo arrocabes, en los que se desarrollan diferentes motivos de ataurique y epigráficos, casi siempre repetitivas eulogias.
al-Ansari cita la existencia de dos bibliotecas, una sala de abluciones y una mezquita de la que dice que está “magníficamente construida, muy espaciosa, con decoraciones admirables, con columnas de mármol y múltiples revestimientos de elevado precio, la cual construyó el sultán mariní Abu-l-Hasan, que eternizó su nombre con monumentos que ponen de manifiesto su grandeza y su poder”. Respecto a la mida ́a o sala de abluciones, señala que es la más bella y mejor construida de la ciudad:
Comprende ocho cámaras y un gran estanque para las purificaciones. En cada habitación hay una cubierta de mármol en la que se vierte el agua por una tubería de bronce. El suelo está pavimentado con baldosas de piedra tallada y en medio hay un estanque revestido de azulejos coloreados. Su cúpula es compuesta y entre sus adornos destaca una flor de camomila, que el que la ve puede tomarla por natural por lo bien hecha que está. El agua es llevada por medio de ruedas hidráulicas.
Contamos también con otros muchos testimonios posteriores a la conquista lusitana que describen de forma más o menos precisa las vicisitudes sufridas por el edificio y su estado de conservación. Aun transformada en convento la madrasa conservó parte de su decoración original.
La madrasa al-Yadida era un edificio de dimensiones modestas, con una superficie similar a las de Salé o a alguna de las de Fez. Las investigaciones de Gómez Barceló han permitido hacernos una idea bastante aproximada de la planta original del edificio, ligeramente rectangular de 25 por 15 m y alminar situado al norte con doble cuerpo concéntrico rematado con tejado piramidal. El alminar contaba con decoración de azulejería y arcos geminados en sus cuatro caras (Gómez Barceló, 1998).
Contaba con varias puertas. Una se abría en el alminar y otra, la principal, hacia la plaza del Santo Cristo, al suroeste del edificio. La mezquita de la madrasa tenía tres naves, cubierta de tejas a dos aguas con orientación este-oeste y suelo de losas de barro. El acceso se hacía mediante una puerta ubicada frente al mirhab, que debía ser poligonal y edificado sobre una pequeña plataforma.
En 1891 el edificio fue definitivamente derribado y buena parte de sus restos más significativos (columnas, tablas, vigas, canecillos, paños de alfarjía, etc.) fueron depositados en el Museo de Cádiz (Mosquera y Lería, 1995), donde fueron preservados hasta su retorno a Ceuta en 1995. La contemplación de estos elementos permite comprobar el acierto de las elogiosas descripciones de esta edificación (Martínez Enamorado, 1998; 2002).
Viviendas
Con motivo de las obras de urbanización llevadas a cabo en el Recinto Sur, se localizó, en 1995, un conjunto de viviendas que documentan la ocupación de este espacio al menos desde el siglo XIV (Hita y Villada, 1996, 2000 a, 2000 b).
Dispuestas en una zona de elevada pendiente acondicionada construyendo una serie de terrazas se levantaban una serie de viviendas de planta rectangular organizadas en torno a un patio central. A través de una entrada en codo simple o doble codo se llegaba hasta el patio que ocupaba la mayor parte de la planta de la casa. A su alrededor se disponían una serie de habitaciones entre las que pudieron ser identificadas cocinas, letrinas y estancias principales. Las cubiertas de tejas evacuaban las aguas pluviales hacia el patio, donde eran conducidas hacia un aljibe que satisfacía en parte las necesidades de sus habitantes. Destaca en estas viviendas la utilización de una profusa ornamentación pintada al temple que cubría las paredes con formas y motivos artísticamente trazados que fueron sometidos a múltiples refacciones a lo largo del tiempo (Hita y Villada, 2002 b).
Las superficies de las viviendas oscilan entre los cincuenta y los cien metros cuadrados, aunque hay alguna, producto de la fusión de dos viviendas contiguas, que superaba en mucho estas dimensiones.
Desde el punto de vista de la ordenación espacial, las viviendas aparecían dispuestas en manzanas que se articulaban en torno a calles rectilíneas de diferente anchura. En ellas, pequeños muretes estrechaban el paso, quizá correspondiendo a lo descrito por al-Ansari cuando indicaba que las calles tenían puertas que los vecinos podían cerrar (Hita y Villada, 2000 b).
En estas viviendas, abandonadas en el momento de la conquista portuguesa, fue recuperada gran cantidad de vajilla y otros elementos característicos del ambiente doméstico muy bien conservados, que parecen señalar la precipitada huida de sus habitantes. Intervenciones arqueológicas posteriores en zonas cercanas (calle Serrano Orive, Santander, etc.) han permitido confirmar el proceso de ocupación de estos nuevos espacios, consecuencia posiblemente del aumento de población.
Otro importante núcleo de viviendas de características, en parte, semejantes ha sido excavado en la vecina aldea de Beliunes (Cressier et al., 1986 a, 1986 b).
Baño de la plaza de la Paz
El descubrimiento de este monumento es debido a Carlos Posac. A principios de la década de los años setenta del siglo XX, tras los trabajos de demolición de unas antiguas edificaciones, quedaron visibles una serie de estructuras abovedadas que habían sido usadas hasta aquel momento como almacenes. Posac identificó aquellos restos como los vestigios de un baño de época islámica y solicitó a las autoridades competentes que fuesen preservados como testimonio del pasado ceutí. No sin dificultades logró finalmente su objetivo y hacia finales de 1974 se procedió a la urbanización del solar, que quedó transformado en plaza pública.
Los trabajos de excavación llevados a cabo para su puesta en valor documentaron tres grandes momentos constructivos de época islámica (Hita y Villada, 2006).
El primero de ellos corresponde a una serie de estructuras anteriores a la fundación del baño interpretadas como los restos de una vivienda y una calle fechadas en torno al siglo XI. El trazado de esta calle hará que cuando se construya el baño algunas de sus salas se adapten a estos elementos preexistentes.
El segundo, cuya datación debe situarse en algún momento entre los siglos XII-XIII, corresponde a la construcción del cuerpo principal del baño formado por estancias de tendencia rectangular con cubierta de bóveda de cañón y luceras cuadrangulares. Para su edificación se procedió a rebajar el terreno, que presenta una marcada caída en dirección sur-norte. Se formó en consecuencia una terraza de tal modo que el baño quedó parcialmente encajado en el subsuelo. Este hecho, habitual en este tipo de edificios, debió servir para ayudar a preservar el calor y facilitar el abastecimiento de agua.
En una tercera fase, que debe datarse durante el dominio mariní, el baño sufre una ampliación que afecta a la zona de descanso y sala fría con la construcción de un cuerpo rectangular con alhanías en sus dos lados menores. Esta ampliación, situada al oeste del monumento, se encuentra a una cota ligeramente superior.
El momento del abandono del baño puede situarse tras la conquista portuguesa.
Su estructuración interna es ahora bien conocida. Se accede a través de una entrada acodada a un patio porticado donde se encontraban las letrinas. Desde allí y a través de una puerta con arco de herradura se ingresa en la sala fría, con suelo de lajas de pizarra y un pilón de agua junto a la puerta. Al norte de esta sala fría se encuentra la sala templada con suelo de mármol. Desde ella y hacia el este se accedería a otra nueva sala (caliente), con alhanías marcadas mediante arco de herradura en sus lados menores.
La caldera, leñera y horno se sitúan al este de los restos conservados, junto a la sala caliente.
Los baños árabes de la plaza de la Paz, descubiertos en la década de los años setenta por Carlos Posac, constituyen hoy en día, tras su puesta en valor, uno de los lugares más importantes del pasado histórico musulmán en la ciudad de Ceuta
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VILLADA PAREDES, F., “Medinas saturadas y evolución urbana de Ceuta”, en La ciudad en el Occidente islámico medieval. Nuevas aportaciones de la arqueología y relectura de fuentes. La medina en proceso de saturación, Granada, 2006 (en prensa).
FERNANDO VILLADA PAREDES
Arqueólogo territorial de la Ciudad Autónoma de Ceuta desde 2001 y director del Museo de Ceuta entre 1994 y 2001. Miembro del ICOM, del Grupo de Investigación GEA y del Instituto de Estudios Ceutíes. Director de más de medio centenar de intervenciones arqueológicas en Ceuta, entre las que destacan la del asentamiento fenicio de la plaza de la Catedral, Puerta Califal de Ceuta o yacimiento mariní de Huerta Rufino. Entre su producción bibliográfica señalar Cerámica con cubierta estannífera de Huerta Rufino (Ceuta), Las ánforas prerromanas del Museo de Ceuta, Nuevos datos sobre la economía del territorio ceutí en época romana: las factorías de salazón, Museo de Ceuta: un recorrido por la historia de la ciudad a través de sus hallazgos arqueológicos, Excavaciones en el istmo de Ceuta y Una aproximación al estudio de la cerámica en la Ceuta mariní.
JOSÉ MANUEL HITA RUIZ
Arqueólogo, fue responsable del Museo de Ceuta entre 2001 y 2007 y es miembro numerario del Instituto de Estudios Ceutíes. Ha dirigido y colaborado en numerosas excavaciones arqueológicas en Ceuta y Andalucía. En los últimos años ha centrado su labor investigadora en el estudio de la Ceuta islámica. Entre sus publicaciones destacan Cerámica con cubierta estannífera de Huerta Rufino (Ceuta), Nuevos datos sobre la economía del territorio ceutí en época romana: las factorías de salazón, Museo de Ceuta: un recorrido por la historia de la ciudad a través de sus hallazgos arqueológicos, Un aspecto de la sociedad ceutí en el siglo XIV: los espacios domésticos, De Septem Frates a Sabta, Excavaciones en el istmo de Ceuta y Una aproximación al estudio de la cerámica en la Ceuta mariní.
La incorporación de Ceuta al mundo musulmán tiene una decisiva importancia no sólo desde el punto de vista de la historia local sino también en la medida en que, como destacan prácticamente todos los autores, constituye un episodio determinante en la posterior conquista de al-Andalus. Está asociada a la legendaria figura de su gobernador, Yulyan, conocido en las fuentes cristianas como el conde don Julián, personaje a medio camino entre la historia y la literatura. Posiblemente un error al abordar estos momentos iniciales de la presencia islámica en Ceuta ha sido olvidar el contexto en que se desarrollaron estos hechos. Apartaremos un tanto nuestra mirada de esta visión del problema centrada casi exclusivamente en la reconstrucción de la biografía de Yulyan, para analizar estos acontecimientos tanto en el marco de la expansión musulmana en el norte de África, como desde el punto de vista de la propia evolución histórica de Ceuta.
Tarik ibn Ziyad comandó el primer ejército islámico que conquistó la península Ibérica.
El mundo islámico (siglos VII- IX). En apenas un siglo el Islam se expande desde las orillas del Indo hasta más allá de los Pirineos. A partir de mediados del siglo VIII con la toma del poder por los abasíes asistimos a un proceso de atomización del poder en Dar al-Islam.
La conquista del Magrib al-Aqsa El Islam, predicado por el profeta Muhammad, consiguió aglutinar en poco tiempo las energías de numerosos grupos tribales árabes que se lanzan con inusitado ímpetu a la conquista de nuevas tierras. Esta expansión consiguió en muy breve tiempo llevar la nueva fe muy lejos de su lugar de origen. En apenas un siglo las tierras del Islam se extienden desde el Indo y la Transoxiana al este hasta el Atlántico. No fue éste sin embargo un movimiento lineal. Tuvo que hacer frente no sólo a poderosos enemigos, como los bizantinos, sino a las propias contradicciones internas que la adaptación a esta nueva realidad política, militar y socio-económica planteaban y que acabarán por minar su unidad. Una de las vías de expansión, la que nos interesa para el propósito de este capítulo, se dirigió hacia el oeste a la conquista del norte de África occidental. El principal protagonista de esta fase es Uqba ibn Nafi al-Fihri, designado gobernador de Ifriqiya por Muawiya ibn Abi Sufran en 670. A él se debe la fundación de Kairuán, alejada de la costa para preservarla de posibles ataques bizantinos. Su actuación representa la consolidación de los privilegios de los árabes frente a los beréberes. Fue apartado momentáneamente del poder en 675, en lo que ha sido considerado una política más favorable a la integración de las poblaciones indígenas, pero en 682 es nombrado nuevamente wali de Ifriqiya (Chalmeta, 2003, págs. 86-95). Renunciando a atacar los enclaves costeros, realiza una serie de campañas en las que vence la tenaz resistencia indígena hasta alcanzar Tánger. Diversas fuentes narran hacia 682 un encuentro con Yulyan, notable, patricio, gobernador, señor o rey de la región del estrecho de Gibraltar según los distintos autores, que sale a su encuentro con numerosos presentes y le rinde pleitesía. Uqba acepta su sumisión y le confirma al frente de la región. Interrogado sobre la conveniencia de pasar a la península Ibérica, Yulyan presenta esta acción como llena de peligros y dificultades y sugiere que se dirija hacia el sur a luchar contra los beréberes, “numerosísimos en número y con gran abundancia de jinetes, pueblo de infieles que no conocen a Dios y viven como bestias comiendo carroña y bebiendo la sangre de su ganado”.
Según algunas fuentes, el traslado de las tropas musulmanas se realiza en cuatro barcos de los que disponía Yulyan a fin de no levantar sospechas. Tariq levanta una primera cabeza de puente en Gibraltar fortificando su posición en espera de que se completase el traslado del resto de las tropas, que debió llevar varias semanas. Chalmeta ha destacado el “carácter local” de la iniciativa, a Yulyan como su principal instigador y al ejército esencialmente beréber de Tariq como principal protagonista de la exitosa conquista de Hispania (Chalmeta 2003, pág. 129).
Centrándonos en la figura de Yulyan, su colaboración fue esencial al facilitar información de primera mano sobre la situación militar y socio-política del reino visigodo. Así Yulyan no sólo es artífice del paso del estrecho de Gibraltar, sino que los suyos están presentes durante la campaña guiando a las tropas y participando directamente en algunas acciones como la toma de Carmona (Gozalbes Busto, 1990; Hita y Villada, 2002 a). Sellado el pacto y cumplido lo acordado cabe preguntarse hasta qué momento mantuvo Ceuta cierta autonomía. Podemos formular de otro modo esta cuestión e interrogarnos hasta cuándo la ciudad no se islamizó. Según Ibn Jaldún, los “árabes” sólo entraron en Ceuta tras la muerte de Yulyan, que tendría lugar poco antes de la revuelta jariyí. Al-Bakri, sin embargo, indica que obtuvieron permiso para residir en ella tras la firma del pacto. Debemos recordar que este mismo autor recoge siglos más tarde la presencia de vestigios de antiguas edificaciones preislámicas. Musa ibn Nusayr atraviesa el estrecho de Gibraltar en 712 buscando protagonismo en la conquista.
Algunas fuentes señalan que tras su regreso de al-Andalus, en 714, para presentarse al califa Al-Salid, Musa habría dejado como gobernador de al-Andalus a Abd al-Aziz y a Abd Al-Malik, o Marwan según otras fuentes, al frente de Ceuta, Tánger y los territorios dependientes (Gozalbes Busto, 1990; Hita y Villada, 2002 a).
En esta lucha, el papel de Ceuta es decisivo al convertirse en el eje fundamental de las acciones omeyas en el Magreb. Este rol de puesto avanzado del califato e tierras africanas justificará la constante atención de los omeyas por esta ciudad y tendrá consecuencias decisivas para su posterior desarrollo histórico. El conflicto omeya-fatimí por el control del Magrib al-Aqsa, más que un enfrentamiento directo en el campo de batalla, adopta la forma de un sutil juego de alianzas en el que las disputas se manifiestan como luchas entre fuerzas locales. Abd al-Rahman trata de atraerse a algunos de los principales jefes locales combinando una inteligente estrategia de entrega de “regalos” con la invocación de antiguos lazos clientelares con los omeyas. El peligro que supone para el territorio andalusí la presencia tan próxima de un enemigo poderoso, los fatimíes, lo lleva, proclamado ya califa con el laqab de Al-Nasir li-Din-Allah, a intervenir directamente en el Magreb ocupando Ceuta. Regida por Al-Rida, el último de los “reyes” de la dinastía de los Banu Isam, la ciudad mantiene estrechas relaciones con la península Ibérica que no son sino un nuevo episodio de una larga experiencia de intercambios entre ambas orillas del estrecho de Gibraltar. Dos noticias nos permiten ejemplificar esta influencia en este momento. De una parte tenemos constancia de que un sector de la población era de origen andalusí. Por otra, sabemos que durante el mandato de Al-Rida la influencia de los alfaquíes andalusíes es amplísima. Así pues, aunque quizás se mantuviese cierto grado de dependencia, al menos nominal, hacia los idrisíes, no cabe duda de los estrechos lazos que vinculan Ceuta con el mundo andalusí. Consciente de la importancia que la ocupación de Ceuta tuvo el cronista de los omeyas Ibn Hayyan consagra un amplio capítulo a narrar estos acontecimientos. La intervención había tenido lugar como consecuencia de una petición realizada por los notables ceutíes que, descontentos con la debilidad de los idrisíes, hicieron llegar una embajada a Córdoba solicitando la ocupación. El 24 de marzo de 931 toma pacíficamente la ciudad en su nombre el gobernador omeya de Algeciras Umayya ibn Ishaq al-Qurasi, que asumió la función de gobernador poco después. Husayn ibn Fath, uno de los principales instigadores de la ocupación omeya, es confirmado en su cargo de cadí. Nos han llegado diversas interpretaciones en torno a estos acontecimientos. Unas justifican la acción de Al-Nasir por una petición de los ceutíes, que ya le tenían sujeto el país según Ibn Hayyan. Otras en cambio culpan a éste de traicionar los pactos con los idrisíes (Ferhat, 1993, pág. 66). Las noticias se multiplican a partir de la conquista omeya, pero se enmarcan en el contexto de las luchas entre fatimíes y omeyas en el Magrib al-Aqsa, sin que aporten una información relevante para conocer la ciudad. El geógrafo Ibn Hawqal la califica de “ciudad agradable, situada a orillas del mar”. Tenía jardines y sus aguas la obtenían de pozos. También destaca su puerto y la calidad de sus corales. Desde su conquista, Ceuta se convierte en la principal base de operaciones de los omeyas en el norte de África como hemos indicado. Constituye, de una parte, el puerto de llegada de las tropas y de la flota andalusíes y la principal base de operaciones para las acciones guerreras. Por otra, el punto de refugio para los omeyas y sus aliados cuando son derrotados. En 943 los idrisíes de la rama de los Banu Muhammad, aliados de los fatimíes, atacan Ceuta derrotando a las tropas andalusíes y capturan a su general Ibn Muqatil. Abd al- Rahman envía entonces un poderoso ejército que logra reducirlos y liberar a Ibn Muqatil.
Hammudíes (1012-1041/1042)
El califato omeya de Córdoba salta en pedazos en los primeros años del milenio como consecuencia, entre otros factores, de la ruptura del equilibrio entre las distintas fuerzas (saqaliba, beréberes magrebíes, árabes y jefes militares de las marcas) que integran la sociedad andalusí. La figura del califa, la base sobre la que se sustenta la legitimidad del sistema, es entonces cuestionada. Efectivamente, a pesar de tener bajo su mando los resortes del gobierno, los primeros amiríes, tanto Al-Mansur como su hijo Abd al-Malik al Muzafar, habían tenido cuidado en mantener esta institución. Pero, tras la muerte de este último, algunas fuentes dan a entender que asesinado en 1008, su hermano Abd al Rahman toma el poder y rompe con el anterior status quo haciéndose proclamar heredero (wali al-`ahd) del califa Hisham, que no tenía descendencia. Esta acción, unida a su incapacidad política y militar, es la catalizadora de un proceso de atomización y disgregación del califato que conocemos bajo la denominación de periodo taifa. Sin una figura con suficiente autoridad para mantener la cohesión del sistema, se desencadena una encarnizada lucha por el poder y la progresiva aparición de reinos, de mayor o menor entidad, que se enfrentan entre sí desangrándose en luchas intestinas agudizadas por la presión de los reinos cristianos.
Un indicio del buen momento económico de la ciudad es la buena ley de los dinares acuñados que se imponen como patrones monetarios. Como es sabido, en Barcelona se emiten unos mancusos que imitan a los dinares ceutíes que repiten, en versión latina, la fórmula musulmana que afirma la unicidad de Dios. Se mencionan después bajo la forma de ceptimus (Rodríguez e Ibrahim, 1987; Posac, 1989). A semejanza de sus contemporáneos andalusíes y a pesar de las informaciones que nos lo presentan como un rudo iletrado, Saqut reunió en torno a él a una selecta corte de poetas y sabios. Como señala Al-Bakri, el prestigio intelectual de Ceuta ya era notable, un lugar donde las ciencias han fijado su sede. También por este prestigio intelectual compiten estos reyes taifas que buscan rodearse de los más afamados sabios y artistas
La revuelta de Maysara: destrucción de Ceuta
No volvemos a encontrar nuevas noticias sobre Ceuta hasta la sublevación beréber del 739. Insatisfechos ante los abusos de Ubayd Allah ibn al-Habhab y de Umar ibn Abd Allah al-Muradi, a quienes se les habían encomendado las regiones de Tánger y del sus respectivamente, los beréberes se alzan en armas dirigidos por Maysara. A pesar de la teórica igualdad entre todos los musulmanes reprochaban a los árabes el injusto reparto del botín, ocupar siempre la vanguardia de las tropas, el robo de sus rebaños y la captura de jóvenes. Ante esta situación se dirigieron a entrevistarse con el califa para reclamar su intervención pues estos hechos no se justificaban “ni en el libro ni en la sunna”, pero éste no les recibió (Chalmeta, 2003, págs. 298 y 299). Ésta fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Las contradicciones internas entre beréberes y árabes se manifestaron entonces con toda violencia. Maysara se alzó en armas, acabando con la vida de los gobernadores y uniendo a su causa a todos los beréberes e incluso a algunos infieles. La derrota de gazwat al-Asraf (740) puso de manifiesto la importancia de la rebelión y obligó al califa Hisham a enviar un poderoso ejército que alcanzaba la cifra de 70.000 hombres según algunas fuentes. El encuentro decisivo se produjo a orillas del río Sabu en 741 y concluyó con la derrota del ejército árabe a causa de las disensiones internas y a los errores tácticos de sus jefes. La caballería siria comandada por Baly se vio obligada a huir al norte. Trataron de refugiarse en Tánger donde fueron rechazados y lograron alcanzar Ceuta quedando sitiados por los beréberes. Es difícil establecer el número de combatientes cercados en Ceuta, estimándose entre 7.000 y 12.000 hombres. En esta delicada situación piden ayuda al gobernador de al- Andalus, Ibn Qatan, que temeroso de perder el poder les niega el paso durante meses y castiga con dureza los intentos de algunos notables de socorrerlos enviándoles víveres por mar. La situación es crítica para los sirios que subsisten como pueden durante meses cercados por los beréberes. Ante el riesgo de perder sus vidas, los hombres se ven obligados a sacrificar sus caballos y a alimentarse de “perros y cueros” (Gozalbes Bustos, 1989; Hita y Villada, 2002 a). La extensión de la revuelta en al-Andalus hace cambiar de opinión a Ibn Qatan que autoriza finalmente su traslado a al-Andalus donde, según las crónicas, arriba un ejército de aproximadamente 10.000 hombres, famélicos y vestidos con andrajos. En opinión de Chalmeta, la llegada de Baly y los suyos debió producirse en septiembre-octubre de 741 y su paso a al-Andalus en marzo-abril de 742 (Chalmeta, 2003, págs. 313-317). Tras la marcha de los sirios, Ceuta es arrasada por los beréberes quedando, según el testimonio de Al-Bakri, abandonada y en ruinas, sin otros habitantes que los animales salvajes.
Divididos y enfrentados en luchas fraticidas, los reinos taifas parecen incapaces de frenar el avance cristiano y no dudan en establecer pactos tributarios con los reinos cristianos que aseguren su posición aun a costa de gravar con nuevos impuestos a las poblaciones. Los alfaquíes andalusíes y magrebíes, preocupados ante esta situación, habrían visto en estas tribus saharauis, dinamizadas por un enorme fervor religioso, el instrumento a través del cual llevar a cabo una reunificación del poder del Islam en al-Andalus.Algunas fuentes remontan a 1067 la primera llamada de los reyes taifas a los almorávides. Yusuf ibn Tasfin habría exigido en contrapartida la entrega de Ceuta, puerto esencial para asegurar el paso del Estrecho. Pero la justificación de una acción hostil contra una ciudad musulmana, famosa por su religiosidad y fiel representante de la ortodoxia malikí, no es fácil. Sin embargo, ante el deterioro de la situación, se emite una fetua que justifica esta conquista por ser indispensable para la salvación de al-Andalus (Ferhat, 1993, pág. 124). No fue fácil esta acción y Ceuta resistió durante varios años los ataques de los ejércitos almorávides, más de lo que lo hizo cualquier otra ciudad. Saqut parece haber contado con el apoyo del pueblo y juega con habilidad sus bazas, aunque al final sucumbe en una acción combinada del ejército almorávide y la flota sevillana. Los temores de los reyes taifas que ven amenazado su poder por la presencia almorávide se ven agravados por el avance cristiano que tiene un punto de inflexión en la toma de Toledo en 1085. Tánger, también bajo dominio de Saqut, es tomada en 1077 sirviendo de base desde la cual hostigar Ceuta. En el asedio a Tánger muere Saqut, al que sucede su hijo Al-Muizz que resiste con firmeza ante los almorávides. Será el auxilio de la flota sevillana la que incline la balanza definitivamente del lado de los velados, aunque las crónicas describen la valentía de los ceutíes que resisten con fiereza los embates de las naves andalusíes. Sometida a un doble sitio, naval y terrestre, la ciudad cae. Al-Muizz es asesinado y sus tesoros confiscados (1083/1084). Los cronistas se recrean en la descripción del inmenso botín obtenido entre cuyas riquezas figuran las insignias reales de los Banu Hammud.
Incapaz Sulayman de mantener a los contingentes beréberes en Córdoba y buscando garantizarse su apoyo, les otorga territorios (los zanata Banu Birzal reciben Carmona; los Banu Ifran, Ronda; los ziríes, Elvira, etc.).
Según Ibn Idari, en 1012, nombra a Ali ibn Hammud regidor de los destinos de Ceuta y su territorio en tanto que su hermano Al-Qasim es nombrado gobernador de Algeciras. Los cronistas no dejan de mostrar su extrañeza ante estos nombramientos, debido a la estrecha vinculación de los Banu Hammud con los idrisíes, de los que eran descendientes, que tantos problemas habían causado al califato omeya en su disputa con los fatimíes por el control del Magrib al-Aqsa. Algunos autores interpretan estos nombramientos como un intento de alejar a posibles competidores por el califato del círculo de poder establecido en Córdoba, relegándolos al entorno del Estrecho, en tanto que otros, basándose en Ibn al-Jatib, apuntan que sólo ratifica una situación anterior. Error político o prudente decisión, los cálculos de Sulayman no se cumplieron. Ali ibn Hammud se alza pronto en armas (1014/1015), blandiendo supuestos derechos sucesorios basados en un más que dudoso testamento atribuido a Hisham. Basándose en el apoyo de las tribus beréberes, especialmente de los gumaras, y contando con un prestigio como jefe guerrero labrado en sus campañas andalusíes, Ali ibn Hammud inicia una intentona para hacerse con el poder en al-Andalus. No deja de ser significativa esta elección de dirigir sus pretensiones hacia el califato cordobés y no a intentar establecer una hegemonía en el norte de África donde su ascendencia idrisí podría haber jugado a su favor. Tampoco exhiben como argumento su calidad de descendientes del Profeta que tanta importancia tendrá siglos después (Ferhat, 1993, págs. 84 y 85). Antes de lanzarse a su aventura andalusí, Ali ibn Hammud debe sofocar los focos de resistencia, eliminando a los partidarios de los omeyas, y asegurarse el control de la ciudad del Estrecho. Esta acción denota la fidelidad de sectores de las élites ciudadanas ceutíes hacia Córdoba y su oposición a las aspiraciones de los hammudíes (Ferhat, 1993, pág. 89). Las fuentes, claramente hostiles a los hammudíes, no disimulan su desprecio por ellos. A lo largo del turbulento periodo que se inaugura en este momento, Ceuta pasó a ser punto esencial en las aspiraciones hammudíes, refugio seguro en la retaguardia que permite el abastecimiento de tropas y lugar donde custodiar los bienes. Su relevante papel queda de manifiesto al otorgarse su gobierno al sucesor del califa hammudí.
No obstante, frente al malikismo ortodoxo de éstos, Ibn Tumart lleva a cabo una profunda renovación religiosa que tiene como base esencial su insistencia en subrayar la “unicidad de Dios” (por eso el nombre de unitarios o al muwahidun) y la consideración de Ibn Tumart como madhi, esto es, único intérprete infalible del Corán, lo que supone de facto su ruptura radical con los abbasíes. Desde un punto de vista jurídico, el movimiento almohade se opone al malikismo rechazando la pluralidad de escuelas jurídicas y el papel de los alfaquíes. No obstante, al aceptar entre las tradiciones más fiables aquéllas más cercanas al profeta Muhammad, y en consecuencia la de la escuela de Medina contenida en el Muwatta de Malik, permiten la subsistencia de las bases del derecho malikí y explican las relaciones llenas de matices del nuevo poder almohade con los alfaquíes malikíes (Guichard, 2002, págs. 204-209).
Otro aspecto de interés es el del origen de la población. Al-Bakri señala la refundación de Ceuta por parte de Medyekesa, que se traslada aquí frente a un grupo procedente del valle del río Martín. Durante el periodo de gobierno de los Banu Isam, se constata la llegada de habitantes de una localidad andalusí, Qalsana, en las proximidades de Medina Sidonia, que compran tierras a los beréberes para edificar sus viviendas. La conquista omeya trajo consigo la llegada de grupos de andalusíes y el traslado a Ceuta de poblaciones procedentes de otros puertos norteafricanos. Cuando Al-Bakri escribe su obra, señala que la población está compuesta por árabes pertenecientes a la tribu de Sifd y beréberes de Arcila y Basra. Así, progresivamente, se asentarán en Ceuta gentes procedentes de orígenes diversos (cristianos, judíos y, sobre todo, musulmanes, árabes y beréberes, orientales, andalusíes y magrebíes), que fueron arribando a la ciudad poco a poco formando una sociedad cosmopolita característica de un puerto comercial. Esta circunstancia no alteró, sin embargo, la conciencia de la población ceutí de su propia identidad que se percibe continuamente en los textos.
Sin embargo, los conflictos entre ambos poderes, el almorávide y el de los alfaquíes, no tardarán en surgir. Artífices de la llegada de los almorávides, sus amplias prerrogativas son paulatinamente recortadas por el gobernador, y las necesidades militares contribuyen a la imposición de nuevos impuestos que son considerados ajenos a las normas islámicas y al recurso a tropas mercenarias cristianas, que contribuyen a su desprestigio. Las sospechas que generan la actividad de los cadíes se manifiestan en el hecho de que, salvo el primer cadí nombrado por Yusuf ibn Tasfin, Ibn Abbud, que permanece en el cargo hasta su muerte, el resto son depuestos. Los almohades (1146-1232) Surgidos del interior del Magreb, los seguidores del madhi ibn Tumart unificaron en la segunda mitad del siglo XII el Islam occidental creando un imperio que llegó a extenderse desde el desierto sahariano hasta al-Andalus y desde el Atlántico hasta Ifriqiya. Imbuidos de un extraordinario fervor religioso y de una capacidad militar sin parangón, sumaron sus campañas por victorias hasta alcanzar en 1142 Ceuta, que les opuso una dura resistencia. En cierta medida, este movimiento es en algunos aspectos comparable al de los almorávides. Efectivamente, es consecuencia de una renovación religiosa que prende en una tribu beréber, los masmudas del alto Atlas, que logran concitar en torno a ella los intereses de otras tribus, lo que les permite formar rápidamente un vasto imperio convirtiéndose, como los almorávides, en los defensores de al-Andalus frente a los cristianos.
El territorio de Ceuta no es únicamente un concepto administrativo, sino que hace referencia a aquellas tierras dependientes de ella desde diversos puntos de vista (económico, fiscal, defensivo, político-administrativo, religioso, cultural, etc.), por otra parte a menudo estrechamente relacionados, por lo que su análisis es extremadamente complejo. Centrándonos en el ámbito administrativo, todas las fuentes son unánimes al presentar Ceuta como la capital de una región o distrito (amal, nazar, etc), aunque prácticamente ninguna ofrece datos concretos sobre sus límites, por otra parte cambiantes, según las distintas coyunturas. Las fuentes antes señaladas y algunos datos vinculados a la historia política de la ciudad revelan algunos indicios sobre su extensión y sobre cuál es el tipo de relación que mantiene Ceuta con su entorno. Así, por ejemplo, como hemos visto, con la conquista omeya, la ciudad se amuralla y se convierte en la principal base de operaciones frente a los fatimíes y sus aliados beréberes en territorio africano. La extensión de la autoridad cordobesa en el Magreb occidental fluctúa durante este periodo por lo que es razonable considerar que el área de influencia de la ciudad también iría cambiando paulatinamente.
Contamos con fuentes genovesas que señalan la presencia de un grupo de calcurini, signados con la cruz, que avanza hacia Ceuta tras haber capturado unas naves genovesas en las cercanías de Cádiz. Temiendo ser atacados, los genoveses de Ceuta aprestan diez navíos para hacerles frente. Tras parlamentar con ellos, los calcurini devuelven las presas y prisioneros capturados en Cádiz y parecen prestos a firmar un acuerdo cuando, aprovechando una posición ventajosa, lanzan contra los barcos genoveses embarcaciones en llamas que les ponen en fuga hacia Málaga. Los calcurini toman varias barcazas y una nave de carga. En Málaga, los genoveses envían cuatro navíos a Génova, otros cuatro a Túnez y los dos últimos desembarcan en las costas gumaríes hombres que a pie se dirigen a la ciudad. Simultáneamente se había recibido en Génova una petición de socorro del “Señor de Ceuta”, que asume pagar la mitad de los costos de la expedición.
Una de las premisas esenciales para la defensa es conocer el peligro que acecha con tiempo suficiente para aprestarse a la defensa. La ciudad parece únicamente vulnerable ante un ataque por sorpresa y ello explica tanto la existencia de naves prestas a entrar en combate rápidamente, como indica Al- Nuwayri, como de numerosos puestos de vigía para el control de las aguas del estrecho de Gibraltar.
Ibn Marzuq recoge que Abu-l-Hassan Ali, preocupado por mantener el control sobre los acontecimientos que ocurren en la otra orilla del Estrecho, en particular, y de la cuenca norte del Mediterráneo, en general, establece una serie de torres vigía (manazil) y atalayas (maharis) en las inmediaciones de la franja ostera africana, desde Safi hasta Argel, en las que “hay hombres a sueldo que vigilan y miran escrutando el mar. No aparece ninguna nave en el mar, en dirección a tierras musulmanas, sin que el aviso aparezca en estas atalayas, advirtiendo a la gente del litoral”. Dieciocho menciona al-Ansari sobre ambas bahías en una distancia de doce millas tanto en la ciudad como fuera de ella, un dispositivo que se extendía incluso más allá sobre las costas rifeñas y de la región de Tánger.
La expansión almohade es, como ya hemos señalado, fulgurante. En 1141/1142 las tropas del califa Abd al-Mumin llegan a las costas del estrecho de Gibraltar. Ceuta, bajo el mando del cadí Iyad, a quien según Ibn Idari su “piedad, coraje y rango” le habían conferido el gobierno de la ciudad, opuso en principio una tenaz resistencia al avance almohade. Sin flota de apoyo, los almohades parecían condenadosa un largo sitio ante sus murallas aunque Ceuta dependía para su subsistencia también del control de las rutas comerciales y de su territorio, ambos en manos enemigas.
La pesca de atún, que dio fama a los pescadores ceutíes del medievo, ha continuado siendo cultivada en Ceuta hasta fechas muy recientes. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Almadraba de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
La lista de oficios artesanales citados por las fuentes es amplísima. Así Iyad menciona el zoco de los alfagemes (cirujanos/barberos), el de los perfumistas (al-attarin) y de los lenceros (al-saqqaqin). Al-Badisi menciona las mezquitas de los mercaderes de tela (al- kattaniyyin), de los zapateros (al-qarraqin), la de los esparteros (al-halfawiyyin) y el barrio de Al-daqqaqin. al-Ansari por su parte nos habla de la mezquita de los mercaderes de paja (al-tabbanin) ubicada en el arrabal Bajo, la mezquita de los cerrajeros, el zoco de los perfumistas, el de ropavejeros (al-saqqatin), donde tienen especial relevancia el comercio de objetos elaborados con latón, tiendas de seda hilada y cruda, carpinterías para la fabricación de arcos y ballestas, hornos para la elaboración de pan y molinos, etc. Aceiteros, esparteros y bataneros poseen según este autor tahonas con agua abundante. Sobre los batanes indica que eran veinticinco, todos ellos bajo las murallas, torres y puertas. Albañiles, carpinteros y oficios similares contaban con un edificio administrativo propio. Asimismo señala también la existencia de la calle de los comerciantes de papel. Algunas de estas actividades, particularmente nocivas o molestas, se ubicarían zgeneralmente fuera de las murallas y en los arrabales más alejados de la medina y con una densidad de ocupación menor. En Ceuta, debieron concentrarse en las zonas del arrabal de la Almina (monte Hacho) y de Afuera. Distingue Cherif tres categorías de artesanos. En primer lugar, los artesanos “independientes”, es decir, aquéllos que trabajan por cuenta propia en sus tiendas o en sus propias casas. En una situación muy precaria el recurso al fraude, duramente censurado en las fuentes, no era extraño. Un segundo grupo está constituido por los artesano “ambulantes” que se desplazan de un lugar a otro con sus herramientas en función de la demanda. El tercer grupo es el de los grandes “mercaderes-productores”. Distribuyen las materias primas a otros artesanos que fabrican por un salario los productos que son luego comercializados por ellos (Cherif, 1996 b, pág. 123). Además, en los talleres ceutíes, como en los del resto de las ciudades islámicas, existen diversas categorías profesionales (maestros, obreros y aprendices), sin que sepamos a ciencia cierta cómo era su organización concreta, las relaciones que mantienen con las autoridades o cuáles eran las formas de reclutamiento de aprendices, aunque parece que los oficios solían transmitirse de padres a hijos.
Sello de alfarero recuperado en Ceuta. Fotografía: José Manuel Hita Ruiz.
La seda era uno de los principales productos de comercio entre los reinos cristianos y Ceuta. En la imagen,telar de Essaouira.
Fotografía: Andrés Ayud Medina.
Carta catalana de Yehuda y Abraham Cresques (1375). Bibliothèque Nationale de France, París.
Brocal de pozo. Museo de Tradiciones y Artes Populares de Tetuán.
Fotografía: Fernando Villada Paredes.
Jarra decorada con trozos de manganeso. Fotografía: Andrés Ayud Medina.
Pero sin duda, el elemento singular que hace destacar a Ceuta de otras ciudades es el importante desarrollo de su comercio exterior. Los territorios musulmanes norteafricanos y andalusíes quedan unificados bajo un mismo poder a partir de fines del siglo XI con los almorávides y en la centuria posterior con los almohades. En esta coyuntura, Ceuta se convertirá en un decisivo centro redistribuidor de mercancías que acabaría siendo uno de los pilares de su economía. A su puerto arriban bienes y mercancías muy heterogéneas y de diversa procedencia, demandadas tanto a escala regional como para el comercio a larga distancia. Desde aquí se distribuyen a los puertos de destino. Los principales flujos comerciales se efectúan con el Magreb, el territorio andalusí, el Próximo Oriente y con los territorios cristianos de las penínsulas Ibérica e Itálica y del mediodía francés.
Este comercio favorece el desarrollo de las producciones agropecuarias y las artesanías locales. Sabemos que artículos como frutas, algunos tipos de vestidos, artículos de cobre, pescados salados, coral, etc., producidos en Ceuta eran objeto de comercio. Pero deben suponer un porcentaje modesto de los productos exportados. Como indicamos antes, el principal papel de Ceuta fue el de transportar las producciones norteafricanas hacia Europa y viceversa. Los productos norteafricanos exportados son principalmente materias primas de origen animal y vegetal (lanas, cueros, pieles, cera, azúcar, frutas y cereales, etc.), así como algunos productos artesanales (vestidos, tapices, objetos de cobre, etc.).
Ataifores con decoración geométrica de óxido de manganeso bajo cubierta vítrea melada.
Fotografía: José Manuel Hita Ruiz.
Siyilmasa jugó un papel esencial en el comercio exterior de Ceuta como lugar de concentración de los productos subsaharianos.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Joseph ibn Yehuda ibn Aqnin, uno de los grandes intelectuales judíos ceutíes de la Edad Media, ha sido recientemente inmortalizado en esta escultura, obra de Ginés Serrán Pagán.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Aunque no tenemos mucha información al respecto, también parece que existió un comercio de esclavos bastante activo. Las importaciones para su redistribución en los mercados norteafricanos son diversas. Especias y perfumes orientales eran comercializados por los estados cristianos que obtenían por ellos altos rendimientos. También, objetos de vidrio, joyas, metales como el plomo, el estaño o el cobre, vino, etc., arriban al puerto ceutí en notables cantidades. Pero son, sin duda, los productos textiles los más demandados. El tráfico de oro de procedencia subsahariana ha sido destacado por muchos autores como uno de los principales productos exportados desde Ceuta, aunque otros, en cambio, cuestionan el papel de la ciudad en este comercio (Benramdane, 2003, págs. 203-206). En cualquier caso sabemos que los marselleses intercambiaban monedas de plata por monedas de oro y que éstas tenían una reconocida fama en los mercados europeos por su buena ley. Las distintas coyunturas podían hacer variar de forma importante el sentido de estos flujos comerciales de tal modo que conocemos la importación de frutas y cereales desde puertos europeos, productos objeto de exportación habitualmente.
Dinar de tipología almohade del reinado de Abu Yaqub Yusuf (1286-1307) adquirido por el Museo de Ceuta.
Fotografía: José Manuel Hita Ruiz.
Portulano de Bartolomé Pareto (1455). Biblioteca Nazionale Centrale Vittorio Emanuel II.
Portulano de Mario Sanudo (1306-1321). Biblioteca Apostólica Vaticana (Vat. Lat. 2.972-11).
Minorías religiosas
El análisis de la sociedad ceutí quedaría incompleto sin incluir al menos algunas notas sobre las distintas minorías religiosas judías y cristianas que habitaron en la ciudad durante la Edad Media.
Cristianos
La pervivencia del cristianismo local tras la conquista islámica es un hecho controvertido (Ferhat, 1993, pág. 391; Gozalbes Busto, 1990; Gozalbes, E., 2002, págs. 22-26). Tras la toma de Ceuta por el pacto signado por Yulyan, parece haberse respetado la fe de la mayoría de la población por parte del nuevo poder hegemónico, aunque resulta difícil suponer que su existencia se haya mantenido más que testimonialmente más allá de la destrucción de la ciudad en 741. La existencia de edificios preislámicos arruinados, entre los que se mencionan explícitamente algunas iglesias, es constatada por Al-Bakri, quien además indica que la Mezquita Mayor de Ceuta fue construida sobre los restos de una antigua iglesia (Gozalbes, E., 2002). Parece pues, que hacia el siglo X, el cristianismo primitivo ceutí era tan sólo un recuerdo, sin que podamos analizar, en detalle, el proceso que provocó su desaparición.
La población cristiana mencionada profusamente en las fuentes posteriores cabe relacionarla con la llegada de los mercaderes europeos, que se instalan en virtud de tratados entre sus países de origen y los sultanes y las autoridades locales. Los mercaderes cristianos gozan de un privilegio de extraterritorialidad. Habitan en alhóndigas cuya ubicación se ha situado tradicionalmente en el ángulo noreste del istmo, cerca de la aduana. Se hallaban organizados en naciones atendiendo a su origen. Las fuentes mencionan la existencia de siete alhóndigas, de las que tres al menos, las de los genoveses, pisanos y marselleses, parecen ocupar una posición contigua. Solían disponer de baños, alojamientos, horno, tiendas, almacenes y capillas.
El estudio de la alimentación en Ceuta en época islámica se basa tanto en el análisis de los documentos como en el de las vasijas recuperadas en las excavaciones arqueológicas. En la imagen, dos ollas recuperadas en Huerta Rufino.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Capitel de la madrasa al-Yadida. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Pieza de una rueca.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Guerrero mariní.
Ilustración: José Montes Ramos.
Madraza Al Shirij de Fez construida por los mariníes.
Fotografía: Andrés Ayud Medina.
Pinturas murales al temple recuperadas en Huerta Rufino.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Jarra con filtro decorada con cuerda seca.
Fotografía: Andrés Ayud Medina.
Calle y viviendas islámicas del siglo XIV de Huerta Rufino.
Fotografía: José Manuel Hita Ruiz.
Detalle de puerta califal de la muralla descubierta recientemente en el interior del Parador de Turismo La Muralla
Fotografía: Fernando Villada Paredes.
Algunas piezas de hueso fueron interpretadas en un primer momento como piezas de ajedrez, si bien hoy se tiende a pensar que están relacionadas con las actividades textiles. En la imagen, una de estas piezas halladas en Ceuta.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Torre en el Campo Exterior de Ceuta reutilizada en la actualidad como vivienda.
Fotografía: Escuela Taller Benigno Murcia.
Instrumento aerófono recuperado en Huerta Rufino.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez..
Maderas talladas de la madrasa al-Yadida. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Minarete de la madrasa al-Yadida,por Benigno Murcia.
Viviendas de Huerta Rufino, siglo XIV. Fotografía: José Manuel Hita Ruiz.
Músico tañendo un laúd en un brocal de pozo realizado en cuerda seca. Museo de Ceuta.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Mapa de al-Idrisi obra de Carmen Navío. Reproducción: Andrés Ayud Medina.
Cartel del Congreso El mundo del geográfo ceutí al-Idrisi (Ceuta, octubre de 2008).
Al-Idrisi está considerado como uno de los grandes eruditos de su época y el mejor geógrafo de la Edad Media. En la imagen, estatua que rinde homenaje al sabio ceutí, obra de Ginés Serrán Pagán.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Murallas del Afrag en laactualidad.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Recreación de la Madrasa al-Yadida. Ilustración: José Montes Ramos.
Perspectiva del baño árabe de Ceuta por Carmen Navío.
Hasta hace pocos años el estudio de la evolución urbana de Ceuta se basaba principalmente en la información proporcionada por las fuentes escritas intentando ubicar espacialmente las referencias en ellas citadas. Entre los investigadores que han sentado las bases para intentar reconstruir su topografía urbana y han contribuido decisivamente al análisis de diversos aspectos del urbanismo medieval destaca C. Gozalbes Cravioto (Gozalbes, C., 1980, 1982 b, 1988a, 1988 b, 1988 d, 1988 e, 1993, 1995 b, 2002; véase también Rodríguez, 2005). Los hallazgos arqueológicos de época bizantina, aún bastante escasos, se con- centran en la zona ístmica lo que hace suponer que éste fuese el lugar donde se encon- traba la ciudad regida por Julián (Bernal, 2003; Bernal y Pérez, 2000; Bernal et al.,2005; Hita y Villada, 2002 a).
De la Medyekesa de los Banu Isam apenas contamos con algunas cerámicas recuperadas en un depósito de la Almina y en algunos lugares del istmo (plaza de la Catedral y calle Alcalde Victori Goñalons). Los niveles de este momento en el istmo están situados directamente sobre niveles tardíos de época antigua (Hita et al., en prensa). La mayoría de los estudiosos sobre la ciudad señala que no es hasta la conquista omeya cuando Ceuta se constituye como una verdadera ciudad. Efectivamente, por lo que sabemos hasta el momento, la medina califal ocupó un espacio sólo puntualmente utilizado en la etapa precedente pues, en muchos casos, las construcciones se cimientan o reutilizan, en parte, los restos romanos de la factoría de salazón (Hita y Villada, 1994; Hita et al., en prensa).
Baño árabe de Ceuta.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Cantimplora.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Contamos con diferentes fuentes de información para analizar el espacio periurbano. En primer lugar, citaremos la obra de Muhammad ibn Iyad, que recoge diversas consultas realizadas a su padre, el cadí Iyad. Presenta el espacio periurbano contiguo a la medina almorávide ocupado por un hábitat disperso, principalmente vinculado atareas agrícolas basadas en el aprovechamiento de los recursos hídricos que comparten con otras instalaciones como los molinos. Otra obra esencial es la de al-Ansari, escrita siete años después de la conquista portuguesa. Se centra tanto en la ciudad como en la vecina alquería de Beliunes. No obstante, ofrece alguna información sobre otros asentamientos que no han podido ser localizados hasta el momento. Por último, citaremos dos obras de Gomes Eanes de Zurara, la Crónica da Tomada de Ceuta y la Crónica do Conde D. Pedro de Meneses. Ambas se escriben aproximadamente a mediados del siglo XV, entre 1449/1450 la primera y 1458/1463 la segunda. Los acontecimientos narrados van desde la conquista de 1415 hasta el final del gobierno de Pedro de Meneses en 1437. Escritas, por tanto, en una fecha cercana a los acontecimientos que narra, muestran las transformaciones que, especialmente en las inmediaciones de la ciudad, llevaron a cabo los portugueses para consolidar su dominio.
Jarro decorado con cuerda seca parcial. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
La población de Beliunes en la actualidad. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
La ganadería continúa siendo una de las actividades económicas en las zonas rurales marroquíes cercanas a Ceuta. Fotografía: Fernando Villada Paredes.
La muerte de Abu Zakariyya (1249) marca el inicio del final del dominio hafsí en Ceuta. Aunque las fuentes vuelven a ser inseguras en cuanto a la cronología precisa de los hechos, Ibn Idari, que parece la más fiable, señala que en la vigésimo séptima noche del mes de Ramadán de 1250 estalla la revuelta. Al amparo de la muchedumbre que ha salido a las calles y que pronto se une a los sublevados, el qaid del mar Al-Rihandi (Lirola, 1995, págs. 135 y ss.) ejecuta el plan previamente pactado con Abu-l-Qasim al-Azafi, presidente del consejo de notables y nuevo hombre fuerte. El administrador de la aduana es asesinado en tanto que el gobernador se ve obligado a huir. La base del descontento que sirvió para unir en esta rebelión a todos los sectores de la sociedad ceutí, según Ibn Idari, se fundamenta en el desprestigio de estos gobernantes derrotados por los cristianos con quienes se habían visto obligados a firmar pactos, en la subida de los impuestos y en su falta de preparación para dirigir la ciudad en momentos tan delicados. Al frente de Ceuta se sitúa Abu-l-Qasim al-Azafi, perteneciente a un linaje respetado y fuertemente arraigado en la ciudad. A título personal goza de gran prestigio como hombre sabio y piadoso, poseedor de una gran fortuna. Frente a otros efímeros ensayos de ejercicio del poder que acabarán con levantamientos populares, el caso azafí parece no haber contado con una gran oposición interna ya que no es percibido como un poder tiránico por la población ni por los notables, sino más bien como un intento de gestión de los intereses de las clases privilegiadas y de la ciudad en su conjunto desde un ámbito local. Desaparecido el poder hafsí, las miradas de Abu-l-Qasim, en nombre de los notables ceutíes, se vuelven hacia el califa almohade Abu Hafs Umar al-Murtada (1248-1266), en cuyo nombre se realiza la oración del viernes en la Mezquita Mayor.
Puerto estratégico sobre el Estrecho, Ceuta se convertirá durante todo el siglo XIV en manzana de la discordia que se disputan las diferentes potencias regionales generando una compleja dinámica que acabará con la conquista portuguesa de 1415. Muhammad III, sultán granadino, alienta las disensiones internas y consigue hacerse con la ciudad en 1306. Alegando un supuesto ataque cristiano, el gobernador de Málaga Abu Said Faraj parte con destino secreto, que no sería otro que Ceuta, y toma la ciudadela con la complicidad de Ibn Mukhlis, comandante de la guarnición. A este movimiento no habrían sido ajenos tampoco los genoveses (Dufourq, 1966, pág. 452). Reconocido el poder nasrí, los azafíes y sus más cercanos colaboradores son deportados a Granada, poniendo término, de este modo, a lo que Latham llamó “primer periodo azafí” (Latham, 1972, 1974). Allí fueron tratados con consideración y favorecieron la celebración de la fiesta del mawlid que fue establecida como celebración oficial en 1332 (Mosquera, 1994, págs. 371-372). Con este movimiento, el soberano nasrí busca no sólo hacerse con el control del rico puerto ceutí y anteponer una cabeza de puente que dificulte posibles incursiones mariníes en al-Andalus, sino también erigirse en el adalid del Islam occidental. Ceuta además, se convierte en el lugar desde el que asfixiar económicamente y desestabilizar al estado mariní, ya que a la ciudad llegan pretendientes al trono que, apoyados por los nasríes, dominaron durante algunos años la zona norte (Benramdane, 2003, pág. 107). Es el caso de Uthman ibn Abi l-Ula, que hostigará a las tropas mariníes y logrará hacerse momentáneamente con el control de la región hasta 1308 en que fue derrotado. El momento del ataque parece cuidadosamente escogido. El ejército mariní estaba volcado en el largo asedio de Tremecén, en el que murió el sultán Abu Yaqub y el país quedó inmerso en una amplia revuelta. Se suceden a partir de entonces las habituales disputas por el poder, que concluyen cuando Abu Tabit (1307/1308), el nuevo sultán mariní, consigue hacerse con el control del Rif en 1308 y expulsa a Uthman. Ceuta continúa, no obstante, en manos granadinas. Muhammad III, que ha tomado el título de “señor de Ceuta”, es el auténtico dueño de la situación en el Estrecho e inicia acciones hostiles contra los puertos del reino de Aragón. Este dominio nasrí sobre ambas orillas pronto resulta peligroso y provoca la reacción de las otras potencias. Jaime II de Aragón y el nuevo sultán mariní Abu al- Rabi (1308-1310) concluyen un tratado de cooperación, el Tratado de Paz de 1309, que es un acuerdo esencialmente de colaboración para la toma de Ceuta. Los aragoneses, que cercarían por mar la ciudad con su flota, obtendrían el botín conseguido y ventajosos acuerdos de comercio, en tanto que la ciudad y sus habitantes quedarían bajo soberanía mariní.
Tras la ocupación de la ciudad, el sultán procede a un cambio total en la administración. Hombres fieles a los mariníes son nombrados en los puestos claves y es ahora cuando se construye el Afrag, una auténtica plaza fuerte que domina la ciudad y que, además de un símbolo del poder mariní, constituye una seria advertencia para posibles aventuras independentistas. Cuando la sublevación de uno de los hijos de Abu Said, Abu-l-Hassan Ali (1331-1348), triunfa, termina el liderazgo de los azafíes en Ceuta que emprenden de nuevo el camino del exilio a Fez. Poco después de tomar la ciudad se ocupa nuevamente Algeciras (1333), buscando de nuevo el control del estrecho de Gibraltar y en Ceuta se concentra una flota que infringe una gran derrota a los castellanos en aguas del Estrecho. Esta flota es comandada por Muhammad ibn Ali al-Azafi, el antiguo regidor de Ceuta. A partir de este momento la historia ceutí se confunde con la de la dinastía y la ciudad recupera su papel de puerto de paso para la lucha en al-Andalus, especialmente con la llegada al poder de Abu-l-Hassan Ali.

